Arte, Cultura y Espectáculos

El Thyssen entra en territorio comanche

La pinacoteca aúna arte, antropología y ciencias naturales en una exposición, «La ilusión del Lejano Oeste».

Los artistas documentaron la vastedad del territorio por explorar y colonizar y a sus habitantes originarios, como hizo Tompkins Harrison Matteson en este «El úiltimo de su raza» (1847)
Los artistas documentaron la vastedad del territorio por explorar y colonizar y a sus habitantes originarios, como hizo Tompkins Harrison Matteson en este «El úiltimo de su raza» (1847)larazon

La pinacoteca aúna arte, antropología y ciencias naturales en una exposición, «La ilusión del Lejano Oeste».

Un horizonte es un reto y un estímulo, pero, al mismo tiempo, puede ser un espejismo. Una ilusión, ya se fundada o simple engaño del ojo. Fueron los españoles los primeros en entender la magnitud inabarcable del Oeste americano, aquellos pioneros que andaron lo indecible en pos de un fantasma –destrozar el mismo concepto de frontera– y creyeron ver en los sobrecogedores paisajes del Nuevo Mundo las míticas Siete Ciudades de Cíbola o la Fuente de la Eterna Juventud. Pero si alguien ha hecho de la conquista de ese mítico y temible Oeste una ley de vida, una doctrina y hasta una manera de estar en el mundo, ésos han sido los Estados Unidos, la nación que durante el siglo XIX descubrió las infinitas posibilidades y las infinitas miseras de la frontera y la expansión.

Aquel movimiento histórico de masas en pos de la fortuna y el edén del trabajo y la autonomía existencial fue plasmado por numerosos artistas de diversos campos, comenzando por la literatura –primero fue Fenimor Cooper, luego Twain, London, etc...–, siguiendo con las bellas artes y terminando por la cultura popular. El Oeste fue un bello espejismo, un choque a veces dramático de culturas y, andado el tiempo, un relato no siempre verídico de cowboys y comanches, tramperos y forajidos. Todo ello –lo que vieron y lo que soñaron– queda reflejado en la muestra «La ilusión del Lejano Oeste» que inaugura hoy el Museo Thyssen-Bornemisza. Con esta exposición, la pinacoteca se interna, según su propio director artístico, Guillermo Solana, en «terreno inexplorado», pero la singularidad de esta apuesta en un espacio caracterizado por su fidelidad a la alta pintura canónica, no es tan peregrina como pudiera pensarse: «El Thyssen tiene una colección única de pintura norteamericana, ya sea del pop o de la vanguardia, como del siglo XIX. Esta colección decimonónica se encuentra más olvidada y, ya que siempre tratamos que nuestras exposiciones sean apéndices de nuestra colección permanente, vimos atractivo internarnos en un tipo de exposición completamente distinto al habitual».

Efectivamente, «La ilusión del Lejano Oeste» es una incursión en la antropología, las ciencias naturales o la geografía. La pintura está, evidentemente, representada, pero al mismo nivel que la fotografía, los documentos gráficos y las piezas antropológicas. La idea es que el espectador «se prepare para internarse en territorio sagrado, en la comanchería», como señala el artista Miguel Ángel Blanco, enacrgado de la selección de las piezas, pero que se define «más que comisario, forajido».

Así, los paisajes de Yosemite, el Cañón del Colorado o las cataratas de San Antonio que pintores como Bierstadt o Catlin –a menudo más aventureros o científicos que puramente artistas– recrearon con una fuerte carga romántica heredada de los gustos europeos, dialogan con los «retratos» fotográficos que en aquella misma época o un poco después hicieran Watkins o Jackson de aquellos mismos paisajes. Junto al puro asombro por el espectáculo de la naturaleza, se recrean los modos de vida de quienes llevaban siglos en las tierras del Oeste y los nuevos pobladores. Los retratos de jerarcas indios ocupan una parte importante de la muestra, que da fe de la importancia etnográfica y el interés social que despertaban en los pobladores del Este americano. A los míticos retratos de George Catlin –casi todos venidos del Smithsonian de Washington– se unen piezas extraídas de varios museos de ciencias naturales y antropología, tales como pieles de las Grandes Llanuras, camisas de los Pies Negros, utensilios, armas... Los viajeros documentaron en todos los formatos existentes –crónicas, dibujos, fotografías...– el encuentro entre dos modos de entender el territorio: de un lado, los nativos; del otro, los pioneros, los colonos, los extranjeros...

Sacerdotes y artistas

A rebufo (o por delante) de las primeras locomotoras o las caravanas de los mormones, un grupo de intrépidos artistas tomaba nota del choque de civilizaciones: «Ellos opinaban que tenían que ser artistas-sacerdotes porque se enfrentaban a un terreno virgen, edénico», señala Miguel Ángel Blanco. La expansión americana se verificaba entre el romanticismo del «destino manifiesto» o el aliento evangelizador y «civilizador» y la fuerza de las armas y los usos sociales transplantados desde el Este. Un choque traumático siglos después de que los españoles –y luego franceses e ingleses– exploraran por primera vez las vastas tierras más allá del Missisipi. Varios mapas del Archivo General de Indias y del Museo Naval dan una idea de la magnitud del reto americano.

Es precisamente el asombro ante lo ajeno, lo que el propio Thyssen quiere reflejar con una apuesta tan infrecuente: «Los Museos se han vuelto uniformes y lisos, ligados al relato oficial de la historia de la pintura. Deberíamos recuperar el asombro de los viejos ‘‘gabinetes de curiosidades’’ que proliferaron en Europa desde el Renacimiento y son el germen de los museos», concluye Solana.