Félix Viscarret no volverá a ser joven y nosotros tampoco
Miki Esparbé protagoniza la última y tiernísima propuesta del cineasta, "Una vida no tan simple", en donde disecciona con sensibilidad los pormenores de la insatisfacción generacional de los cuarenta y las complicaciones que conlleva la paternidad
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En el preciso momento en el que Isaías, un arquitecto que alcanza con escepticismo la cuarentena y disfruta de una vida aparentemente plagada de elementos constituyentes de felicidad –pareja estable, hijos, piso confortable, clase social privilegiada, trabajo–, reconoce entre lágrimas y con el gesto afectuosamente extrañado que "nunca me había sentido tan mal" y que "me siento mal como arquitecto, me siento mal como padre y ahora esto, que no sé cómo se hace" delante de una madre del colegio de sus vástagos por la que siente una más que evidente atracción, entendemos que se ha convertido en adulto. Es la verbalización sincera de los dolores presentes, esa localización exacta de la tristeza en la etapa en el que se supone que menos triste debes estar, esa aceptación resignada de todo lo que no va bien, lo que convierte de manera automática al protagonista del último y tiernísimo trabajo de Félix Viscarret, "Una vida no tan simple", en alguien que acaba de tomar consciencia de su inevitable estado de madurez perentoria.
El empático eco de su voz atrapada en una rutina de conciliación familiar y frustración parece decirnos: la vida que soñé se parecía a esta que tengo, sí, pero no era así como imaginé que me sentiría al llevarla a cabo, no era exactamente ésta la forma que pensé que tendría mi futuro profesional. ¿En qué remoto lugar está escondido el éxito que me prometieron? ¿Por qué, contraviniendo el concepto de felicidad defendido por Zambra, siento esta absurda necesidad de estar en otro lugar todo el tiempo, de ser una persona distinta, alguien mejor?. Cuántos espejos de tanta gente corriente, de tanta gente asustada, atravesada por la generación de las expectativas quedan reflejados en este personaje magníficamente interpretado por Miki Esparbé.
Y es que asumiendo como extraordinaria la proliferación reciente de películas españolas que muestran la realidad sin filtros ni máscaras de los problemas de la vida adulta ("Tenéis que venir a verla", "Ramona", "Nosotros no nos mataremos con pistolas", "Girasoles silvestres", "Lugares a los que nunca hemos ido" o "Suro" por mencionar solo algunas), de esas otras maternidades desidealizadas ("Los días que vendrán", "Cinco lobitos" y "La maternal" resuenan de forma inevitable), estimula -quizás por ser menos frecuente en el audiovisual- ver que la mirada que protagoniza el relato de la incompatibilidad familiar es, en este caso, masculina y no por ello testosterónica o descompensada.
Emociona asistir al derrumbe de un hombre que llora solo porque tiene miedo y que propone que todas las dificultades que conlleva tener que llevar a tus hijos al colegio para llegar a tiempo a tu estudio, controlar el desagrado que te provoca esa profesora que te afea el hecho de que llegues un poco tarde a la entrega del párvulo paquete o estar pendiente de que no se dejen un calcetín colocado en la lamparita de noche de la mesilla para que no salga ardiendo, son perfectamente compatibles con estar aburrido dentro de un matrimonio que no tiene fisuras objetivas, sentirse atraído por otra mujer que representa el incentivo de lo nuevo, tener envidia del triunfo de los otros, lamentarse por el prometedor arquitecto que fuiste y aun siendo consciente de todo ello, no querer convertirte en un amargado.
Viscarret, experto en subrayar estilísticamente el cariz humanista de relatos en los que siempre hay espacio para perdedores y segundas oportunidades que ganó un Goya a mejor guión adaptado y en Málaga la Biznaga de Oro a la mejor película y de Plata al mejor director por su primer largo, "Bajo las estrellas", apuesta en "Una vida no tan simple" por esa recuperación narrativa de la urgencia de los temas cotidianos y se inspira tímidamente en el carácter biográfico de su propia vida para dibujar un mapa generacional lleno de abismos existenciales que no caen nunca en el melodrama ni en la recreación sobrante de la pena, sino que se limitan a mostrar la vida tal y como es: o sea, jodida, tentadora e imprevisible. Desde La Razón nos sentamos a hablar con Miki Esparbé y el director pamplonés para desgranar las claves de esta pequeña gran historia y recordar que esto de la vida iba enserio, pero como certeramente apuntó Gil de Biedma, uno lo empieza a comprender más tarde.
-Parece que desde hace un tiempo estamos asistiendo a una especie de reivindicación cinematográfica de "las otras paternidades y maternidades". ¿Ya era hora de desterrar lo perfecto o lo idílico del relato?
-Félix Viscarret: Te diré que yo nunca cuento las historias pensando que es el momento para hacerlo. En realidad esto surge de cosas que me empiezan a suceder a mí, surge de la verdad del día a día cuando tratas de estar encima de tus hijos con la lengua fuera, intentando llegar a todo, pero también quieres dedicarle tiempo a tu profesión y no van las cosas tan bien como te esperabas. De esa situación un poco cómica de malabarismo cotidiano en donde hay algo doloroso para ti pero crees que si lo pones en una comedia dramática puede ayudar a que reflexionemos sobre ello y en la que hay un poco de pérdida por esa sensación que te invade de que se te va la vida, se te va la juventud, se te van los sueños que tenías y ves que el presente es ahora y es esto, surge esta película. Cuando empezamos a hablar de este proyecto en 2017 no estábamos ni remotamente pensando en que saldría la historia justo en el momento en el que empecemos a revisitar las paternidades y la conciliación. Es divertido ver cómo se crean en la humanidad esta especie de olas pero nunca es en mi caso como te digo, algo premeditado. Veía que estaba a punto de convertirme en un gruñón, como dice el personaje de Miki en un momento y esa fue la chispa que me empujó a escribir.
-Miki Esparbé: Está claro que como dice Félix, en esta peli no hay intención de sentar cátedra sobre nada, porque intentaba hacer un relato de una experiencia muy personal. Pero creo que si eso puede abrir el abanico a que se puedan mostrar todo tipo de realidades como la de la conciliación, que es evidente que existe, pues eso siempre vienen bien. En ese sentido la historia de Isaías no es oportunista y de hecho si te fijas, ni siquiera la conciliación como tal es una problemática protagonista dentro de la película, es otro contexto más y eso es lo que hace que el foco se coloque donde realmente se tiene que colocar entendiendo que hay familias que funcionan de esa manera.
"Cuando empezamos a hablar de este proyecto en 2017 no estábamos ni remotamente pensando en que saldría la historia justo en el momento en el que empecemos a revisitar las paternidades y la conciliación"Félix Viscarret
-Resuenan muchas planteamientos personales tuyos como bien acabas de decir Félix, ¿hasta qué punto dirías que "Una vida no tan simple" era una especie de método para darte respuestas a preguntas que llevabas muchos años haciéndote como padre y como director?
-F.V.: Qué divertido que lo veas así, me gusta. ¿Sabes qué pasa? Que yo quería reflexionar sobre estos temas para los que efectivamente no tenía respuesta clara pero creía que era bonito plasmarlos para observarlos. Si quiero que todos nos identifiquemos con esos personajes, con esas neuras y preocupaciones de Isaías, que todos nos sintamos cercanos a ellos, creo que lo primero que tenía que hacer era ponerme a mí. Volcar las cosas que a mí me estaban afectando en ese momento pero siempre desde el punto de vista de la ficción. En algún momento de mi vida puse a hacer pis a mi hija en mitad de un parque y me pareció que era ridículo si yo valorara mucho mi imagen pública y ella acabó salpicándome el zapato. Todo surgía de cosas graciosas que me pasaban pero también de sentimientos complicados porque para demostrar que esas torpezas estaban y ocurrían en la vida de todos, opté por reflejar que también estaban en la mía.
-En tu caso Miki, ¿con qué ánimo recibiste el proyecto? Porque la edad de Isaías linda con la tuya e imagino que resulta inevitable que resuenen miedos, experiencias, dudas similares.
-M.E.: Eso es. Félix vino a verme al teatro en 2017, tenemos un colega en común, Carlos Terón, que propició el encuentro, me habló de esta historia y yo entonces tenía 35 años y siempre lo he dicho. Evidentemente fue un flechazo profesional, nos entendimos desde el principio, empezamos hablando de la peli y terminamos hablando de la vida. Tenía mucha curiosidad por saber cómo trabajaba él porque si algo llama la atención de sus maneras es la forma que tiene de dirigir actores y su capacidad para poder contar con tantísima delicadeza historias con conflictos muy cotidianos y al mismo tiempo muy difíciles de plasmar en una gran pantalla. Pero si yo hubiese rodado esta película entonces, con esa edad, la historia se habría contado igual pero haberla abordado con la misma edad del personaje es muy distinto porque hay algo que solo te da la vida y es experiencia. Cuanto más vives, a veces más cosas tienes que contar o digámoslo al revés: si no tienes tiempo de parar un poco y de vivir, no tienes nada que contar. Y hay muchas vulnerabilidades, muchas fragilidades, muchos espacios de duda que sé contar mejor con 40 que con 35.
"Convertirte en adulto creo que va asociado al embudo de responsabilidades al que te empuja la sociedad y la vida"Miki Esparbé
-¿Cómo recordáis el momento exacto en el que os disteis cuenta de que os habíais convertido en personas adultas?
-F.V.: Guau. Pues recuerdo que hubo un momento para mí muy mágico, que inspiró de hecho una escena de la película, cuando la noche del estreno de la película "Un amigo", mi chica se quedó en la fiesta posterior y yo me quedé con mis hijos, que entonces tenían 3 y 5 años, para llevarlos a casa. En el coche de regreso se quedaron dormidos y tuve que acarrear con ellos sin que se despertaran, metí a mi hija en el carrito, a mi hijo me lo cargué a la espalda con una mochila y ahí vi que había algo de nostalgia, algo de melancolía, porque estaba dejando atrás la vida juvenil, allá estaban los demás celebrando la fiesta, la noche y eso era algo que ya no me correspondía. Había algo de aprendizaje en esa situación en el sentido de que piensas bueno, puedo engancharme a la nostalgia de esos años de juventud que ya no volverán o puedo pensar que el futuro ahora es de este par de criaturas que están aquí. Que estos son ahora los protagonistas de la película. Suelta tu ego, suelta los lamentos por lo vivido y abraza estas nuevas vidas que están aquí y cuya única misión es que lleguen a la cama y no se despierten. Me he acordado de esto hace poco porque entendí que había algo de pérdida en todo aquello y algo de aprendizaje o renacimiento. No sé si eso es la vida adulta pero sí se lo que implica: ir soltando vidas pasadas.
-M.E.: Qué buenísima pregunta por favor y qué difícil responderla. Te imaginas que te digo "yo ahora mismo. En este preciso instante acabo de darme cuenta de que soy un adulto, acabo de crecer" (apunta entre risas el actor). Me cuenta pensar en un momento concreto como tal pero sí que creo que va asociado al embudo de responsabilidades al que te empuja la sociedad y la vida. Sí que hubo una pequeña reflexión en algún momento como de que ah espera, espera, tengo una cuenta corriente, un contrato de un piso a mi nombre, tengo que trabajar para pagar las cosas, joder, soy mayor ya, pero ¿cómo he llegado hasta aquí? No me he dado cuenta, si yo estaba muy a gusto en casa de mis padres, feliz, ¿en qué momento ha pasado todo esto? Y hay un cierto anhelo y nostalgia hacia eso. Supongo que es en esa etapa de haber estudiado una carrera, empezar a trabajar, a poder pagar el alquiler solo haciendo tu trabajo como actor.
-¿Qué relevancia han tenido las expectativas en generaciones como las que refleja la película y de qué forma os han condicionado a vosotros en vuestros respectivos caminos?
-F.V.: Una altísima sin duda. Por eso también lo miro con humor ya no solo en el personaje de Miki sino en el que interpreta Álex García (que en este caso ejerce como compañero y socio del estudio de arquitectura de Isaías con una más que evidente alergia al compromiso) que dice "si yo me hubiera quedado en Nueva York, si no hubiera terminado con aquella relación que me hizo tan feliz" etc. Y te das cuenta de que en los momentos de nostalgia o de melancolía puedes tender a quedarte enganchado de los numerosos "y si". La nostalgia no tiene tanto que ver con la sensación de que lo teníamos todo en el instante que echamos de menos, porque en realidad lo que teníamos era el futuro por delante. La expectativas en ese sentido eran infinitas: "cuando yo sea mayor me irá bien aquí, cuando yo sea mayor seré feliz con tal persona, en tal lugar". Y llega un punto efectivamente que puede ser a los 30, a los 40 o a los 50 en donde tienes que dejar de proyectar en el futuro. Tu vida es esto, haz las paces contigo mismo aquí y ahora.
-M.E.: Mira yo creo que la diferencia entre la crisis por ejemplo de los 30 y la de los 40, que son momentos vitales que se han mostrado en muchas películas, es que a los 30 haces un primer balance, una primera parada. Piensas en cómo has llegado al lugar en el que te encuentras, si estás satisfecho con ello, pero todavía hay tiempo. Te invade una sensación de que puede haber cambios, que hay espacio para modificar cosas. Pero a los 40 haces un balance mucho más realista, no sabes cómo te has plantado donde estás porque ha ido todo muy rápido y hay algo como dice Félix en este película de "estar entrando en la cara b de la cinta". No me voy a poner tampoco dramático con eso de ser consciente de que con esta edad tienes más pasado que futuro pero sí hay un grado más solemne en la reflexión que llevas a cabo. Hay una pérdida del espectro de posibilidades de lo que podría haber sido.