Crítica de teatro

"Los pálidos": El relevo de los ideales ★★★★☆

Extraordinario debut como directora escénica de Lucía Carballal

Israel Elejalde y Miki Esparbé (derecha), en "Los pálidos"
Israel Elejalde y Miki Esparbé (derecha), en "Los pálidos"Luz Soria

Autora y directora: Lucía Carballal. Intérpretes: Israel Elejalde, Natalia Huarte, Miki Esparbé, Manuela Paso y Alba Penas. Teatro Valle-Inclán (Sala Francisco Nieva), Madrid. Hasta el 26 de marzo.

Extraordinario debut como directora escénica de Lucía Carballal, que había demostrado ya con creces, en su faceta de dramaturga, ser una de las creadoras más originales, más complejas y menos afectadas dentro de esa generación de ‘nuevos’ autores en la que se la suele incluir.

En un primer nivel dramático, Los pálidos cuenta la historia de un grupo de guionistas de televisión que trata de revertir, en una segunda temporada, el fracaso de una serie cuyo desenlace había provocado reacciones contrarias a las pretendidas, siendo tildado de sexista por la opinión pública. Bajo ese paraguas argumental, la función en realidad explora, con mucha hondura, las dinámicas de poder, necesidad y dependencia que guían las relaciones afectivas, laborales y familiares de un grupo de personas cuando cada una de ellas aspira a incidir de manera distinta en el entramado social que comparten. Y es una gran obra porque logra trazar de manera clara y verosímil ese recorrido desde la particularidad de cada uno de los personajes hacia la inabarcable e indescifrable generalidad de lo humano. Aunque parezca, a priori, otro endogámico espectáculo más sobre el propio mundo de los creadores –cuesta trabajo encontrar hoy en la cartelera funciones cuyos protagonistas no sean actores, escritores, directores o demás variantes-, aquí todos los personajes trascienden de sobra su condición de guionistas para convertirse en universales y reconocibles compañeros, hermanos, amigos o amantes.

Entre ellos, cobran especial dimensión el exitoso líder Jacobo y la joven e inteligente, aunque aún más insegura, María, ya que sirven a la autora para plantear con afinadísima ponderación un conflicto que hunde sus raíces no ya en esa consabida ley de vida que es el relevo generacional, sino en el cambio de paradigma cuasimoral que implica, y que no siempre es advertido, ese mencionado cambio generacional. El personaje de Jacobo es sencillamente memorable, contradictoriamente humano, proteico; cáustico y patético; repleto de aristas; ridículo y virtuoso; noble y cínico; capaz de aunar lo peor y lo mejor en una sola frase, una sola acción o un solo gesto. Israel Elejalde hace un trabajo impecable, una vez más, dotando a este hombre de una exquisita y convincente mezcla de fortaleza avasalladora y sensible indefensión. Pero no llega a ese nivel de complejidad el personaje de María, al que Carballal ha dado, como directora, un excesivo dramatismo que lo empuja fuera de ese contexto casi satírico, incluso sutilmente autoparódico a veces, en el que cabe situar toda la acción. Como es una gran actriz, Natalia Huarte sabe hacer que el espectador siga con atención la evolución de María en la trama; pero en realidad no le está pasando nada tan importante ni tan trascendental como trata de hacernos ver. Aunque tienen un poco menos de peso, son igualmente interesantes y suficientemente ricos Max y Gloria, muy bien interpretados, respectivamente, por Miki Esparbé y Manuela Paso. Asimismo, la joven Alba Planas resuelve perfectamente su cometido, algo más secundario, en la piel de Miranda. Desde luego, hay personajes, como son los de Jacobo y Gloria, que parecen expresamente escritos para los actores que los encarnan; y, si no es así, no habría sido posible encontrar otros intérpretes mejores que los escogidos para darles vida.

  • Lo mejor: Hay un texto muy bien escrito, un magnífico plantel de actores y algunas escenas maravillosas.
  • Lo peor: Hay una capa de metateatralidad cuyos posibles significados dudo mucho que lleguen al patio de butacas.