Pintura

Goya cuenta a un gran amigo su ascenso a la corte

Bilbao dedica la primera muestra al pintor en la que reúne 32 de sus obras y exhibe las cartas que envió a su fiel Martín Zapater.

Goya cuenta a un gran amigo su ascenso a la corte
Goya cuenta a un gran amigo su ascenso a la cortelarazon

Bilbao dedica la primera muestra al pintor en la que reúne 32 de sus obras y exhibe las cartas que envió a su fiel Martín Zapater.

Lo de Goya, más que una pintura, es una psicología. El pintor redescubrió el arte como una de las maneras para desenmascarar las formas equívocas de la apariencia y adentrarse, con una mirada objetiva, aunque honda, nada trivial y frecuentada, en lo sustancial, que es el alma de las personas retratadas. Cuando, en 1775, partió de Zaragoza a Madrid, dejaba detrás una amistad temprana, «de pupitre», como se la ha definido, que era la de Martín Zapater y que el tiempo demostraría que más que una compañía pasajera, de infancia, se revelaría como un vínculo sólido, fuerte, capaz de resistir las incómodas tensiones derivadas del éxito, la fama y las ausencias prolongadas. Ese lazo involuntario, propuesto por la suerte o el destino, dio pie a una intensa correspondencia, una rica colección de misivas (en ocasiones se remitían hasta dos por semana) que hoy son un rico esbozo literario de las inquietudes, enfados y distintas vicisitudes del día a día del genio de Fuendetodos.

Un tesoro documental que ahora se ha convertido en el hilo conductor de la exposición «Goya y la corte ilustrada» que el Museo de Bellas Artes de Bilbao, con el apoyo de la Fundación La Caixa, inaugura hoy. La muestra, que reúne 96 obras, 72 de ellas procedente del Museo del Prado, y que es la primera exhibición de Goya en esta ciudad, enseña, por primera vez también, al público algunos ejemplos de estas cartas (un conjunto de trece). Unas líneas que son el guía más apropiado para ilustrar el ascenso de aquel Goya inicial, prometedor creador en su tierra natal, hasta su posterior consagración en pintor de cámara del rey, gracias a su talento y a pesar de los numerosos obstáculos y trabas de sus rivales.

Esta ruta hacia lo más alto es lo que Miguel Zugaza, director de esta pinacoteca, con el apoyo imprescindible de Manuela Mena y Gudrun Maurer, comisarios de la iniciativa, se ha propuesto dilucidar, sin olvidar el apoyo de Miguel Falomir, actual director del Prado. Un recorrido que se abre, precisamente, con una de las grandes aportaciones de este montaje: un retrato de Martín Zapater fechado en 1780 y atribuido, de nuevo por primera vez, a Francisco de Goya.

A la altura de Rembrandt

Las 32 pinturas y cartones que se han elegido del artista son la revelación de un talento que, como indicó Mena, solo esta disposición de uno pocos, como Rembrandt, Miguel Ángel, Velázquez o Rafael. Estas piezas marcan la inquietud y sed de modernidad de un pintor que, desde sus orígenes, se molestó en innovar. Ya en sus cartones está subrayada esa conjugación entre lo clásico y lo novedoso, en reflejar la belleza y lo común, el difícil equilibrio entre la aristocracia y la burguesía y lo popular, algo evidente en «La vendimia» o las escenas de caza, que el propio Goya redibuja al abordarlas desde un punto de vista distinto. A Goya le acompañan una serie de figuras imprescindibles, esos pintores esenciales del siglo XVIII, como Luis Paret (hombre triste, que de representar la vanguardia pasó a representar en unos pocos años lo tradicional y que dibujaría los puertos del norte, como el de Bermeo, recientemente adquirido), Mariano Maella, José del Castillo, Luis Meléndez, Antonio Carnicero y Lorenzo Tiepolo, que definieron los nuevos gustos que se abrían paso, como el de la mujer, un mundo de sensibilidad que iría imponiendo tendencias exquisitas y delicadeza que perdurarían en adelante.

El colofón de la exposición son las dos últimas salas, donde aguardan once retratos dedicados a las principales figuras vascas y navarras que contribuyeron a la Ilustración española y que Goya dibujó a lo largo de su trayectoria. Una magnífica pared de óleos que enseñan desde las primeras maneras del pintor como retratista –en su lienzo de 1783 de Miguel de Múzquiz y Goyeneche, marqués de Villar de Ladrón y conde de Gausa– pasando por la influencia de Velázquez, un rastro evidente en la composición y forma en el óleo que dedicó a Francisco de Cabarrús (deudor del bufón «Pablo de Valladolid» pintado por el sevillano) o toda esa maestría de reconocimiento psicológico que es el retrato del general don José de Urrutia, que refleja en cada pincelada el carácter del oficial de apellidos comunes que se ha abierto paso a través del escalafón militar con su tesón y pruebas de valor en América y Europa. El cuadro de «José María Magallón y Armendáriz, marqués de San Adrián», que tomó como referencia la escultura clásica «Sátiro en reposo», despunta entre el resto, como se remarcó, por ser uno de los mejores y estar barnizado por una elegancia y una calidad que resultan incuestionables. A su lado sobresale «Pantaleón Pérez de Nenín», un oficial del ejército español que se enfrentó a las tropas de Napoleón y parece todavía temblar por las secuelas de los combates y, sobre todo, unos cuadros que jamás se habían expuesto con anterioridad en España, un díptico, en realidad, formado por los retratos de Joaquín María Ferrer y Manuel Álvarez de Coiñas y Thomas, que Goya realizó en París en contacto ya con las últimas vanguardias y que, como apuntó Miguel Zugaza, prefiguran a un maestro como Manet. Dos cuadros excelentes, de enorme magnetismo y extraordinaria modernidad y que suponen el colofón, en apenas dos estancias, del mejor Goya retratista, el que supo ver no el color de la carne y las tendencias de la moda, sino el espíritu que vibra detrás de cada individuo.

Dos retratos psicológicos a través de trece cartas

Desde la infancia hasta la muerte de Zapater, cuando se interrumpe, Goya y su querido y fiel amigo se cartearon. Las misivas (en la imagen, fragmento de una de ellas), a través de las que se pueden recorrer las vidas de ambos, sufrieron el expurgo de Francisco Zapater y Gómez, sobrino de Martín, quien hizo desaparecer algunas, bien porque fueran comprometidas políticamente o por otros motivos. Hoy se conserva un 98 por ciento de ellas y son 13 las que se ven en Bilbao. En ellas se puede rastrear el deseo de los dos amigos de llegar a lo más alto en sus profesiones.