Hollywood

Helmut Newton: El mirón hipocondríaco

Así lo confiesa el fotógrafo en la conversación que abre «Retratos», un fabuloso libro que edita por primera vez en España La Fábrica y que reúne 200 imágenes en color y blanco y negro de 1934 a 1986.

Catherine Deneuve, en un reportaje fotográfico para «Le Nouvel Observateur», en 1983
Catherine Deneuve, en un reportaje fotográfico para «Le Nouvel Observateur», en 1983larazon

Así lo confiesa el fotógrafo en la conversación que abre «Retratos», un fabuloso libro que edita por primera vez en España La Fábrica y que reúne 200 imágenes en color y blanco y negro de 1934 a 1986.

Helmut Newton y su esposa June se conocieron por casualidad, como la mayoría de las grandes cosas que suceden. Se enamoraron casi de la misma manera y se comprometieron como si de un juego se tratara. «No puedo ofrecerte nada. Estás loca si me aceptas», cuenta June que él le dijo. Aun así, ella quiso vivir esa aventura con un fotógrafo que fue tratado de explotador sexual de las mujeres a las que captó con su cámara (la primera la compró a los doce años, precocidad se llama). Taschen editó el año pasado un soberbio volumen titulado «Us and Them» (Nosotros y Ellos), dividido en cinco capítulos en los que se alternan la visión del íntimo mundo de la pareja con el glamour de su entorno social y profesional. Por sus páginas desfilan desde Catherine Deneuve a Anjelica Huston pasando por David Hockney y Dennis Hopper.

Ahora, La Fábrica se apunta un tanto mayúsculo al publicar en español «Retratos», uno de los libros de cabecera para conocer a fondo la obra de un hombre que consideraba que la base de su trabajo como fotógrafo era «seducir, divertir y entretener». Por las páginas del libro desfila una imponente co- lección de imágenes, doscientas en las que alterna el blanco y negro y el color, tomadas entre 1934 y 1986, y que incluyen a June, siempre June, en el metro en 1957 con el semblante asustado, en la bañera, con un cigarro puro entre los dientes, en Montecarlo a principios de los ochenta. Ella, que fue y es mucho más que la esposa de Helmut Newton, llegó a la fotografía por otra carambola. Su marido tenía que retratar una campaña publicitaria para los cigarrillos Galois. No había mucho tiempo y se trataba de un encargo importante. Una bendita (para ella, claro está) gripe le había dejado fuera de combate. No podía rechazar el trabajo y la única manera de salir airosa y cumplir era impartir un exhaustivo cursillo a su compañera de no más de quince minutos, absolutamente básico, y que ella tirase las instantáneas. Así es como la señora de Newton (que firmó sus primeros trabajos como Alice Springs) empieza su carrera en el mundo de la imagen. No obstante, jugaba con ventaja: sus ojos estaban acostumbrados a ver lo que veían los de Helmut, el click de la cámara era un sonido al que estaba habituada. Ella fue su compañera, su confidente, la inspiración de algunos de los mejores retratos que salieron de la cabeza del artista, la mujer que se propuso que el proyecto de su fundación en Berlín viera la luz tal y como ambos lo habían concebido, aunque él, que murió sorpresivamente en un accidente de tráfico en Sunset Boulevard, no pudiera verlo hecho realidad. La ciudad, ciertamente, tenía un peso específico en la vida del fotógrafo.

Siempre Ava Gardner

Desde la portada posa una bellísima Elizabeth Taylor que mira en azul y sostiene en una mano un pequeño papagayo. Con el agua al cuello de un piscina, luce sus más impresionantes joyas. Paloma Picasso saca las uñas y posa para Newton sosteniendo un vaso alto al tiempo que Sophia Loren concentra en sus ojos la desolación mientras Jacqueline Bisset se exhibe espectacular en Beverly Hills y Ava Gardner desafía al tiempo en un espectacular primer plano tomado en Londres.

Helmut Newton, en realidad Helmut Neüstadter, nació en 1920. Era hijo de un acaudalado industrial judío que hubiera querido ver a su vástago trabajar en su fábrica de botones en vez de que se ganara la vida como fotógrafo de la sección de sociedad en un diario de Singapur, del que fue despedido al poco tiempo de entrar a trabajar. ¿El motivo? Sus fotos no acababan de encajar con el estilo de la publicación. Tras su deportación a Australia y su confinamiento en un campo de internamiento, estableció su cuartel general en Melbourne. Y es allí donde conoce a June Browne. Ella acude al estudio del artista con el objetivo de sacar algún dinero extra posando como modelo. «Eché un vistazo a los retratos que había en las paredes y me enamoré de ellos», recuerda sobre la primera vez que pisó el estudio de quien se convertiría en su compañero de vida. De ella, Newton escribió en su autobiografía que la relación que mantuvieron era completamente diferente a las anteriores que estableció con otras mujeres, en las que solo importaba el componente sexual: «Sin embargo, con ella existía, me di cuenta de que lo nuestro estaba en otra dimensión». No obstante, June siempre fue consciente de que la fotografía era el primer amor de Helmut y de que estaba en segundo lugar, lo que significaba bastante. Para ella, el primero lo ocupaba él. Siempre fue así.

Su unión duró 55 años y si no hubiera sido por el accidente que le costó la vida al artista la pareja seguiría junta. «Nuestra relación era la de dos colegas», ha dicho, fue en alguna ocasión. Él admiró siempre la manera de retratar de ella, la autenticidad que destilaban sus imágenes, la verdad, decía, que reflejaban sus rostros, la tensión en la cara o la distensión. Su mirada, digamos, estaba un tanto «contaminada», no gozaba de la pureza que tenía la de su esposa. June aseguró a «The Guardian» en una reciente entrevista que la diferencia entre el trabajo del señor y el de la señora Newton se basaba en la ausencia y la presencia del alma en sus fotografías: «Yo intentaba robar el alma a los personajes que retrataba. Mientras que él no estaba interesado en ese aspecto», explicaba la viuda. Pueden compartir modelo, pero la manera de ver y disparar nada tiene que ver: June, hoy una vivaracha nonagenaria (nació en 1923), sabe captar la esencia, es capaz de que hagan lo que quieren, con toda la sutileza que era capaz de desplegar.

Sin armaduras

June es modelo para su marido frente al espejo, posa con desparpajo mientras enseña los pechos o riega una planta en los alto de una estantería sin ropa que la cubra. Su rostro se refleja en el azogue, que se lo devuelve al espectador. Él mira al objetivo que le apunta con una media sonrisa mientras está sentado en una cómoda postura. Da la sensación que es frente al objetivo de su mujer cuando se muestra sin armaduras. June es capaz de conseguir que pose en un ambiente desenfadado con una camisa abierta, un sombrero ladeado y unos finísimos zapatos de tacón que dejan ver la punta de los pies. ¿Quién era el verdadero provocador de la relación? Por lo que cuenta en la conversación con La escritora y comisaria Carol Squiers que abre «Retratos», aseguramos que él, a quien, dice, le interesan temas como la prostitución y la pornografía, en la que habla de sus series más polémicas, de su visión de la fotografía de moda, del desnudo. Dice sin rubor: «Soy un hipocondríaco y en el momento en que siento que hay algo que no va bien corro a ver a un médico, como si se trata de un coche, quiero que me pongan a punto lo antes posible para poder continuar con mi vida». Para Helmut Newton, la vida era un retrato que tenía su puesta en escena.

Un hombre con las antenas desplegadas

Antes de ser modelo y bastante antes de convertirse en la esposa de Helmut Newton, June Browne era una actriz de cierto prestigio en Australia. Lo suyo eran los papeles dramáticos, las mujeres con caracter. Se llamaba entonces June Brunnell y sus cualidades en el mundo de la interpretación eran bastante apreciadas. Fue una Salomé de la época (personaje que interpretó en el teatro Arrow de Melbourne en 1951) y posó desinhibida al estilo Marilyn, con la cabellera rubio platino y las piernas desnudas. También personificó a Juana de Arco. Eso era bastante antes de tomar como seudónimo el nombre de Alice Springs. «De pequeña sentía devoción por las estrellas de Hollywood, eran mi religión. No sólo escribí cartas de admiración a Norma Shearer, Claudette Colbert y Gary Cooper, rezaba plegarias en sus nombres». Su marido, sin embargo, «oraba» a Brassaï y Salomon. Del primero dice en «Retratos» que «exploraba los fondos más profundos de la ciudad. Es el gran maestro. Me encantan sus fotografías nocturnas de las prostitutas, los bares, y también los paisajes urbanos por la noche. No solo los burdeles, sino también la belleza de la ciudad de París». Del segundo se fija más en sus dotes técnicas: «Me gusta cómo fotografiaba en una época en la que nadie podía hacer lo que él hacía. Hay un libro en alemán sobre él con copias de sus cartas; es el más interesante que he leído sobre Salomon. Estuvo en la cúspide de su carrera muy poco tiempo, quizá cinco años». No se consideraba un reportero, sino un hombre «con las antenas alerta todo el tiempo, aunque lo que oiga sea equivocado o falso, eso no importa», confiesa Newton.