James S. Jameson, posiblemente el ser humano más cruel de la historia
El heredero de la célebre firma de Whisky, entregó una niña de 10 años a una tribu de caníbales porque quería ver como la devoraban
Creada:
Última actualización:
No es nada fácil elaborar un “ranking” de las personas más crueles de la historia... tristemente, los ejemplos son muchos y de lo más variopinto. Cuando uno se plantea quién merece el “honor” de formar parte de la lista, lo normal es que el cerebro vaya automáticamente hacia los tiranos más sangrientos y genocidas de nuestro pasado reciente, como Idi Amín, Mao Tse-Tung, Adolf Hitler, Sadam Hussein, Pol Pot,... Y desde luego que todos ellos lo merecen, pero también hay una serie de personajes con menos relevancia histórica y que suelen pasar desapercibidos... que también se merecen una posición en la clasificación.
Por ejemplo, el doctor Josef Mengele, también conocido como el Ángel de la muerte, llevó a cabo los experimentos médicos más macabros que uno se pueda imaginar con los prisioneros de Auschwitz; o la Condesa Sangrienta, Isabel Bathory, que fue una aristócrata húngara que creía que bañándose en sangre de niñas podría mantenerse joven y bella eternamente; (...).
Pero si hay un personaje que suele pasar desapercibido y que, desde luego, merece ser considerado como una de las personas con menor empatía y compasión por el sufrimiento ajeno, ese es James S. Jameson.
Jameson era el acaudalado heredero de la célebre marca de whisky irlandés que lleva su apellido. Tenía cierta pasión por las artes y por la aventura. Por ese motivo, se unió a uno de los viajes del famoso explorador Henri Morton Stanley, que se encontraba en lo que hoy es la República Democrática del Congo, en una expedición financiada por el rey belga Leopoldo II (un personaje que bien merece un puesto entre los mayores villanos de la historia), que tenía interés en aumentar sus dominios coloniales en la región.
Un regalo del hombre blanco
En cierto momento de 1888, Jameson se desvió de la expedición para hacerse con algunos porteadores en Ribakiba, un pequeño enclave comercial a orillas del río Luluaba. A su lado viajaba su intérprete, Assad Farran. Según cuentan las crónicas, en aquel pueblo empezaron a hacer negocios con Tippi Tip, un comerciante de esclavos de la zona que se había hecho famoso entre los exploradores porque “era capaz de satisfacer cualquier necesidad”.
La región del Congo en la que se encontraban tenía fama de albergar multitud de tribus caníbales. Aquello llamaba poderosamente la atención del aventurero.. así que decidió que era un buen motivo para alterar un poco su itinerario: él quería ver de primera mano como los nativos se daban un festín.
Su conseguidor, Tippu Tip, tenía la solución: le vendería una esclava que pudiese entregar a los caníbales a cambio de que le permitiesen presenciar la matanza. A cambio de 10 pañuelos, el esclavista le vendió a una niña de 10 años.
Con el regalo que había preparado para los nativos, Farran y él fueron en su busca. Y una vez habían establecido contacto, le ofrecieron a la niña diciendo “es un regalo del hombre blanco, que quiere verla devorada”.
El macabro espectáculo, descrito por los dos testigos del macabro espectáculo, consistió en que, mientras algunos nativos afilaban sus cuchillos, otros ataban a la joven a un árbol. Sin pestañear, se acercaron a ella y la hicieron dos tajos para extraer sus intestinos. Primero seccionaron su cabeza y luego desmembraron el resto del cuerpo. Cada uno de ellos cogió una pieza y se la llevaron al río para lavarla. Luego cocinaron la carne y se la comieron.
Jameson estaba a unos metros de distancia, sentado en una silla que le habían preparado para que estuviese cómodo durante la exhibición. Trató de quedarse con todos los detalles posibles, e incluso garabateó algunos dibujos que luego le servirían para pintar una acuarela que describiría con todo detalle el proceso.
Impunidad
James S. Jameson nunca llegó a pagar por sus crímenes, porque falleció unos meses más tarde a causa de una enfermedad tropical desconocida. Pero sí que se celebró un juicio póstumo.
La viuda del aventurero trataba de limpiar el buen nombre de su difunto esposo alegando que no eran más que invenciones de Farran, el principal testigo del juicio. Pero sus alegatos a favor de su esposo no tuvieron mucho impacto después de que se mostraran las acuarelas y el diario de Jameson, donde había descrito lo sucedido con todo lujo de detalles.
La imagen de Henry Morton Stanley también se vio muy resentida después de que el New York Times se hiciera eco de la historia... a pesar de que en sus viajes el látigo era algo tan esencial como la brújula, y a pesar de que él nunca pestañeó cuando sus porteadores fallecían uno tras otro fruto del cansancio y la mala alimentación... por algo era el compañero perfecto para el rey Leopoldo II de Bélgica.
Pero la mácula que había dejado James S. Jameson difícilmente se podía borrar.
Y es que, a diferencia del resto de los personajes de nuestra lista de villanos, James S. Jameson no ganó nada con aquello... fue puro morbo. Es decir, en el caso del Ángel de la muerte, sus bajezas buscaban el conocimiento médico; en el caso de la Condesa Sangrienta, el objetivo era conseguir belleza y juventud; Idi Amín y Sadam Husseín se ensañaron con quienes creían opositores políticos que amenazaban su poder; Adolf Hitler, Mao Tse-Tung, Pol Pot (y tantos otros genocidas que no hemos nombrado), pusieron en marcha sus proyectos eugenésicos porque se habían propuesto perseguir una utopía...
No se trata de justificarlos, sino de resaltar que en el caso de James S. Jameson, no había nada que pudiese ganar... fue auténtica maldad.