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Entre la gran hambruna y la divinidad de Mao: así fue la Revolución Cultural de China

Un día como hoy de 1976 finalizaba en el país asiático su época más trágica y sangrienta: una década en la que más de 500.000 personas fueron víctimas del terror comunista
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La propaganda agresiva, la egoísta o egocéntrica, la que se expande por el interés propio sin importar las consecuencias, es un arma masiva y silenciosa cuyo peligro se extiende a límites inconcebibles. Es una herramienta que el poder ha utilizado durante toda la historia, en cualquier parte del mundo, llegando a provocar miles de víctimas y, lo que es peor, el odio. Ocurrió con el nazismo de Hitler y con la ambición de Stalin, así como también se disparó en una crisis que no por ser menos conocida -o, quizá, tabú- fue menos sangrienta: la Gran Revolución Cultural Proletaria, también llamada Revolución Cultural china. Producida desde 1966 hasta un día como hoy de 1976, fue un movimiento iniciado por Mao Tse-Tung y su Partido Comunista, y que tenía como objetivo patentar el comunismo, eliminando, literalmente, cualquier resquicio capitalista o propio de la tradición del país asiático.
“El Este es rojo, el sol ha salido y Mao Tse-Tung ha aparecido en China”, cantaban sus seguidores en una década donde los carteles propagandísticos estaban a la orden del día: el rostro del líder solía figurar rodeado de destellos a modo de gran estrella, en la parte superior, iluminando a todos aquellos que seguían su causa. Algo similar se leyó en un periódico del partido, donde defendían la situación como una lucha que renovaría la vida de la causa socialista: “Como el sol rojo que sale por el este, la Gran Revolución Cultural está iluminando la tierra con sus rayos brillantes”, decía un editorial. A Mao se le divinizaba a través de un intenso adoctrinamiento, una reeducación que abarcó todos los ámbitos de la cultura: desde la instrucción básica hasta la universitaria, pasando por la radio, el cine o cualquier tipo de expresión. Unos métodos propagandísticos que sembraron el caos, se materializaron en un Estado totalitario y un periodo de terror y hambruna que se saldó millones de muertes civiles.
Todo comenzó con la subida al poder de Mao, también conocido como “El Gran Timonel”. Como campaña política, quiso revitalizar la revolución comunista a través de un fortalecimiento de la ideología -basada en las ideas de Karl Marx-, y eliminando a todo oponente. El Partido Comunista instó a las masas a “eliminar los malos hábitos de la vieja sociedad”, lanzando un asalto total contra “monstruos y demonios”. Tal era el cambio que se pretendía imponer que incluso se castigaba a quien llevara unas gafas de sol o se comprara un sofá. Y, ante todo, estas ideas calaron entre la juventud: fue llamada a acabar con la vieja cultura y con los representantes de la burguesía. De inmediato, crearon sus propias formas de actuar y se convirtieron en la “Guardia Roja”, tomando el control de colegios y universidades a golpe de brazalete rojo. Sometían a los profesores, enjuiciaban a sus mayores y los difamaban sobre un escenario por cualquier actitud considerada opuesta. Es decir, a quienes respondieran a “los cuatro viejos”: viejas ideas, viejas costumbres, viejos hábitos y viejas culturas.
Así, Mao patentó su anti intelectualismo: “La clase capitalista es la piel, los intelectuales son los pelos que crecen sobre ella. Cuando la piel muere, no hay pelo”. Los castigos abarcaron desde burlas en público hasta palizas, así como deportación a campos de concentración o, directamente, la muerte. Asimismo, el daño también fue material: se destruyeron templos budistas, manuscritos y libros fueron quemados en hogueras públicas, e incluso llegaron a derruir una parte de la Gran Muralla. Además, tener flores, animales domésticos o el pelo largo era considerado burgués y, por tanto, un crimen. Las mujeres no se podían recoger el pelo, ni podían utilizar tacones o ropa ajustada. Todo lo extranjero fue eliminado. El terror no tardó en generalizarse.

Hornos y pesadilla

El manual oficial de la Revolución fue “El Libro Rojo”, una colección de bolsillo que Mao difundió con frases suyas y el único que se ha editado más veces que la Biblia, traducido a casi todas las lenguas del mundo. Se convirtió en lectura obligatoria, base intelectual para todos los ciudadanos y que alentaba a “limpiar a la sociedad china de las influencias capitalistas y el pensamiento burgués”. Asimismo, resumía en sus frases una de las campañas más sangrientas y que más vidas se saldó durante la Revolución Cultural: “Sin los esfuerzos del Partido Comunista, es imposible alcanzar la independencia y la liberación del país, su industrialización y la modernización de su agricultura”.
Una de las políticas más conocidas de esta época histórica es la conocida como “El Gran Salto Adelante”. Mao diseñó un plan quinquenal para transformar la economía del país, que consistía en convertir a China en un líder de producción de acero, una potencia industrial, pese a la incapacidad de sus ciudadanos. Lanzó a las masas a construir altos hornos en granjas, oficinas y hasta escuelas. Llamó a los campesinos, para nada experimentados en la industria, a dedicarse a la producción de acero, exigiéndoles que entregasen todo el hierro que tuvieran en casa. Así, la producción de alimentos casi se paralizó durante un tiempo en China, lo que resultó en una gran tragedia: una hambruna colosal que acabó en cuestión de meses con más de 30 millones de personas.
Hay historiadores que sostienen que hubo entre 500.000 y dos millones de víctimas durante la Revolución Cultural. Quizá la región más afectada fue la de Guangxi, donde existieron informes de asesinatos en masa e, incluso, canibalismo. Si bien los Guardias Rojos fueron responsables de muchas muertes, le superó el propio Estado, principal culpable del derramamiento de sangre. Una pesadilla, por tanto, que duró 10 años y que solo terminó con la muerte de Mao Zedong, que puso fin a la tragedia pero que dejó como legado a un país destrozado, marcado por juicios populares y asesinatos en masa.

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