De celtas y romanos: por qué estudiar la Historia antigua de España
Todos deben conocer de dónde procede Iberia, Hesperia o Hispania
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Es fundamental estudiar los diversos pueblos que pasaron por la península ibérica en el periodo más remoto para entender quiénes somos. Ya en la prehistoria sería apasionante hablar de la llegada del sapiens por la península y de cómo esta, junto con los Balcanes, es el último reducto de los neandertales, con su importante huella genética. Pero nos debemos a la antigüedad y a los hitos que conviene destacar para la secundaria. Empezando por los pueblos que la poblaron al principio, antes de las migraciones indoeuropeas, que conforman un rico y aún enigmático sustrato. Recordemos luego a íberos, celtas, tartesios, turdetanos, vacceos, cántabros, vascones: nombres de todos conocidos con huella en la toponimia, la onomástica y los epígrafes. La España más remota habla también de culturas legendarias a las que se refieren fuentes lejanas, como la mítica Tarteso o la cultura del Argar. Todos han de conocer la peripecia de los fenicios en I-span-ya (quizá es de ahí la etimología), desde la espléndida Gades, la ciudad más antigua de estos lares, a sus muchas otras colonias. Un libro divulgativo y a la vez científico sobre el tema, coordinado por Jaime Alvar bajo el sugerente título de Entre fenicios y visigodos (La esfera de los libros), da una idea de por qué la historia antigua de la península ibérica es totalmente irrenunciable en los planes de estudio. Por no hablar de la colonización de los emporios griegos, el más famoso el que lleva ese nombre, Ampurias, que remonta a la antigua Focea, a través de Elea y Masalía, en un puente comercial y cultural de primer orden. Tal es la Iberia que soñaron los colonos griegos en los viajes de Ulises o las columnas de Heracles en pos del fin del mundo.
La tierra del poniente (Hesperia), donde está el paso al más allá y los tesoros sin cuento de Gerión. Hay restos griegos, como las cerámicas micénicas encontradas en Córdoba, entre otras huellas de su presencia en inscripciones, cartas comerciales, y referencias geográficas. Y qué decir de la Hispania Romana, arrebatada a los cartagineses de Aníbal. Su gran aventura empieza con Escipión en el 218 a. C. y está jalonada de épica y traición, desde Numancia y Viriato, hasta llegar a las guerras civiles romanas en tierra hispana, entre César y Pompeyo. La provincia por excelencia puede que fuera Provenza, pero pronto la aventajó la más culta y romanizada Bética, cuna de emperadores como Adriano o Trajano, intelectuales como Séneca, Lucano, Mela, Columela, o la fastuosa tarraconense con escritores como Marcial, Quintiliano o Prudencio.
Mito y literatura
La literatura y la historia romanas no serían lo mismo sin Hispania. El último emperador que reina sobre todo el imperio es Teodosio, nacido seguramente en Coca (Segovia), antes de dividirlo entre sus dos hijos y cambiar la historia para siempre. De la Hispania Citerior y Ulterior hasta las diócesis tardoantiguas, que explican bien nuestros límites autonómicos: la ruta de los romanos, entre el Cantábrico y la vía de la Plata, la recuerdan los muchos monumentos que aún jalonan nuestra geografía. Todo esto debemos transmitirlo a las nuevas generaciones que vivan en este terruño: I-span-ya, Iberia, Hispania o Hesperia, la tierra del sol poniente, Finisterre, donde llevan los pasos de Hércules y Santiago, entre otros peregrinos en pos de lo desconocido. Mito, historia, literatura y leyenda se funden en esa asignatura que hoy, sin razón, se quiere sustraer de la secundaria.