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La conquista del Nuevo Mundo, contada más allá de barcos y piedras preciosas

Enrique Martínez Ruiz presenta nuevo libro, «Las flotas de Indias», centrado en el engranaje improvisado y exitoso que permitió a la Monarquía Hispánica mantener durante siglos aquel imperio en el que no se ponía el sol
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Cuando, en 1522, el pirata francés Jean Fleury –Juan Florín para los españoles– asaltó el tesoro de Moctezuma tocó replantear todo el intercambio entre el Nuevo Mundo y la Península. «Hubo que improvisar un sistema que no fue nada fácil», añade Enrique Martínez Ruiz. Era tanto el valor que circulaba de uno a otro lado del océano que se necesitaba una defensa y arbitrar un sistema que protegiera a todos aquellos navíos que iban y venían. Fue como empezó a ensayarse una serie de entramados que cristalizarían en la Flota de Indias en 1561. El 10 de julio de ese año se firmaría la creación del engranaje que se mantuvo hasta que en 1778 se promulgó la Ley de Libre Comercio.
Todo ello es lo que aborda Martínez Ruiz en su nuevo libro, Las flotas de Indias (La Esfera de los Libros), un volumen que ahonda en las claves de toda esta etapa y que surgió como fruto de una observación del historiador de la Complutense: «Siempre me llamó la atención que, cuando se hablaba de la Flota de Indias, las referencias que predominaban eran las relativas a los barcos, las tripulaciones o la dimensión comercial de todo aquello. Pero lo que a mí me interesaba era entender la infraestructura que había detrás de unos navíos enormes que se tenían que mover entre los enemigos de la Monarquía Hispánica y los piratas. Por ello, este libro no es solo un análisis de los barcos y las consecuencias de la llegada a América, sino de todo el entorno», de las fortificaciones a las relaciones internas que trataban de mantener un sistema que no se había visto nunca en Europa. «Ni siquiera en la antigua Roma, que sí mantuvo en el Mediterráneo una serie de conexiones que podrían asemejarse, pero no contaba con enemigos capaces de plantarle cara ni con esas distancias tan grandes».
Así, para sostener abierta la Carrera de Indias, no bastaban con las flotas navales; también hubo que proteger los barcos, las ciudades donde iban a hacer escala y, sobre todo, el retorno, pues era cuando se convertía la Flota de Indias en la presa más codiciada por los amigos de lo ajeno. «Esa protección necesaria exigió un gran esfuerzo de fortificación de lugares estratégicos y de movilización de tropas para guarnecer ciudades claves en las rutas de las Flotas, como Veracruz, Cartagena de Indias, etc., y planificar una defensa naval de aquellos espacios», escribe el historiador.
El emperador Carlos V (1500-1558) ya tuvo que enfrentarse tiempo antes con los franceses, los turcos y los protestantes alemanes en un constante guerrear que le va a exigir un considerable esfuerzo militar y económico para defender sus posesiones. Eran los años en los que los Tercios comenzaban a brillar en los campos de batalla europeos. Simultáneamente, en América se lleva a cabo esa labor colonizadora, cuyos resultados son el establecimiento de los dos grandes asentamientos españoles en el continente, los virreinatos de Nueva España y del Perú, sobre lo que fueron los imperios azteca e inca, respectivamente, y aglutinar así la geografía americana en un dispositivo administrativo y cultural que abarcaba desde California, Nuevo México, Arizona y La Florida hasta la Tierra del Fuego y desde el Atlántico al Pacífico.
Semejante despliegue iba a ser incrementado hasta alcanzar unas dimensiones planetarias con Felipe II (1527-1598), que si bien pierde la herencia imperial −Carlos V cedió el Imperio a su hermano Fernando−, heredó de su madre, la emperatriz Isabel de Portugal, este reino y todas sus posesiones en África, Asia y América. «Afirmar que en sus dominios no se ponía el sol no era una exageración», añade Martínez Ruiz. Pero la amplitud de esos territorios llevaba consigo el aumento de los ataques enemigos y a Felipe II se le plantearon dos grandes retos: «Defender sus territorios y a sus súbditos y mantener las comunicaciones entre ellos, para lo que necesitaba ejércitos, barcos y mucho dinero». Sobre los ejércitos recaerá la responsabilidad de mantener lo conseguido y en eso los Tercios jugarán un papel fundamental, hasta el punto de que han sido considerados por algunos como los sostenedores del Imperio. «Sobre los barcos, organizados en flotas y armadas, radicará el esfuerzo de mantener las comunicaciones y la defensa de determinados espacios marítimos, claves en el mantenimiento de las relaciones entre las diversas partes del Imperio y su capital. Así que −continúa−, simplificando en exceso, se puede decir que los ejércitos asumieron lo esencial de la defensa y las armadas y flotas mantuvieron la cohesión del conjunto».
Dentro de ese planteamiento, los recursos económicos necesarios fueron cuantiosos y la relación comercial con América, vital, principalmente por la aportación de metales preciosos que permitieron a la Monarquía Hispánica afrontar sus compromisos internacionales: las guerras demandaban constantemente hombres y dinero, poniendo al límite la capacidad de una Hacienda Regia que dependía de los aportes de metales preciosos americanos, unos aportes que llegaban en las bodegas de las denominadas Flotas de Indias. «Un sistema que tuvo que plantearse en el reinado del emperador y que alcanzó su plenitud con Felipe II», quien además resolvió el problema de la comunicación con las posesiones asiáticas, particularmente con las Filipinas, la gran base española en el Pacífico, en las inmediaciones de los asentamientos portugueses y en las proximidades de China y Japón, de manera que al funcionamiento de las Flotas de Indias vendría a unirse el del Galeón de Manila, la Nao de la China y el Galeón de Acapulco. Llegando así «a la primera globalización tanto geográfica como política y económica», dice Martínez Ruiz en consonancia con aquel documental de José Luis López-Linares lanzado hace unos meses.
Pero no hubo que resolver solamente los problemas técnicos que planteaban navegaciones de semejante envergadura dependiendo del viento, las corrientes marinas y el clima. Los barcos que circulaban en esas rutas llevaban una carga que constituía un señuelo para los rivales de la Monarquía Hispánica y la magnitud de las distancias los hacía vulnerables, soportando ataques piráticos de diversa entidad no solo en las travesías, sino también en las ciudades que eran escalas de las flotas o sedes de ferias, que con ocasión de las arribadas se convertían periódicamente en centros de un rico y activo comercio. «Hay una visión de los piratas muy distorsionada. Su principal daño no era en el agua, sino en la tierra, y las ciudades españolas en América lo sufrieron. En el mar podían juntar tres o seis barcos, pero sin capacidad para enfrentarse a una flota −explica el historiador−, salvo en algún apostadero lejano a las rutas habituales y con alguna embarcación que se hubiera separado. En cambio, las ciudades sí podían ser atacadas por sorpresa pese a las fortificaciones».
Para optimizar al máximo el sistema de flotas establecido y beneficiarse de su funcionamiento «se requirieron esfuerzos múltiples», asegura el autor del libro, y hubo que arbitrar oportunas medidas que paliaran los peligros, aminoraran los ataques, disuadieran a los enemigos y proporcionaran la seguridad necesaria. «En suma, fue necesario perfeccionar la construcción naval a fin de conseguir barcos rápidos, sólidos y con capacidad de carga; hubo que preparar a pilotos y marineros capaces de dirigirlos y tripularlos; fue necesario organizar y reglamentar la formación de las flotas, sus salidas y regresos y la determinación de los itinerarios a seguir; y hubo que proteger mediante fortificaciones y tropas las ciudades término o escala de las rutas seguidas en la navegación y garantizar con las menores pérdidas posibles el funcionamiento naval y económico de ese dispositivo mediante las ferias y la recogida de los metales preciosos que se necesitaban en España».
Unas Flotas de Indias que fueron capaces de mantener todo un imperio durante varios siglos gracias a una organización «bastante operativa», remarca Martínez Ruiz, que se apoyó en dos claves: un gran centro organizador, la Casa de Contratación de Sevilla, apoyada por una serie de organismos secundarios, y el mantenimiento de diferentes ferias en América, como las de Veracruz, Portobelo, Cartagena de Indias...
  • Las flotas de Indias (La Esfera de los Libros), de Enrique Martínez Ruiz, 560 páginas, 26,90 euros.