Sitio de Leningrado: alegoría del horror nazi
Hay historiadores que califican esta acción militar como genocidio: la Alemania de Hitler bloqueó los accesos de la población, obligando a miles de civiles a morir por hambre, frío o bombardeos
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Hacer de una ciudad una ratonera y dejar a sus habitantes morir de hambre. Esa fue la estrategia nazi en Leningrado, cuando se vieron amenazados en su acción militar en la zona ante la defensa soviética. Un día como hoy de 1941 se producía el comienzo de período violento, impregnado por el terror y conocido como el Sitio de Leningrado. El principal objetivo de la Alemania de Hitler, durante la Segunda Guerra Mundial, era el de tomar rápidamente dicha ciudad, que hoy conocemos como San Petersburgo. No obstante, la situación se complicó tanto para los alemanes que optaron por bloquear los accesos de la población, dejando así morir de hambre a todo aquel que permaneciera en la ciudad. Un cerco que no se mantuvo durante días ni meses, sino años: fue el 27 de enero de 1944, 872 días después, cuando se abrió la ciudad. Un largo periodo de tiempo que se hizo eterno y que, sumado a ataques aéreos y artillería, provocó todo tipo de horrores.
Un informe del NKVD, policía secreta de la Unión Soviética, que data de diciembre de 1942, revelaba que hasta entonces se habían detenido a unas 2.000 personas por canibalismo. Aún les quedaban 13 meses por delante de encierro, pero la excesiva hambruna comenzaba a provocar las reacciones más extremas entre sus víctimas, llegándose a dar hasta compraventas de cadáveres. De hecho, hay historiadores que califican aquella situación de genocidio, pues se obligó a miles de civiles a la muerte por hambre, frío -alcanzaron los -30 grados centígrados-, o cualquier enfermedad: la falta de comida no solo produjo el canibalismo, sino que obligó a la población a alimentarse de palomas, gatos o ratas.
“Lo vi con mis propios ojos. En nuestro patio yació una mujer varios días: le habían cortado los pechos. Y vi a un niño pequeño descuartizado”, relató Víktor Kirshin, uno de los supervivientes del Sitio. Los recuerdos y declaraciones de estos testigos son, como ven, escalofriantes. En “Leningrado: la tragedia de una ciudad asediada (1941-1944)”, Anna Reid recoge casos a partir de los archivos de la policía soviética no aptos para sensibles. Por ejemplo, el de la madre que mató a su hija de 18 meses para alimentar a sus otros hijos, el del fontanero que asesinó a su mujer para dar de comer a su familia, o los casos de niños secuestrados y asesinados para servir de alimento.
Qué significa ser humano
Asimismo, Reid plasma en dicho libro aspectos extraídos de los diarios de los que vivieron aquel terror, donde mencionan que “los supervivientes nos convertimos en lobos, en animales salvajes. “Es eso lo que hace el hambre. Te conviertes en un robot, desaparecen las ideas, dejas de sentir nada. La población intentaba buscar patrones con los que sobrevivir y les daban un contenido moral”, explicaba Reid a este diario tras la publicación del volumen. “La intención de contar de nuevo la historia del asedio de Leningrado no es volver a sacar a la luz una atrocidad a la que no se prestó la debida atención, arrancarle la capa de propaganda ni apuntar los tantos que se marcó cada uno de los grandes dictadores”, añade la autora, “es, como todas las historias de la humanidad en situaciones extremas, recordarnos qué significa ser humano, hasta qué punto puede degradarse o elevarse nuestro comportamiento”.
La cifra oficial de muertes que se dio en los Juicios de Núremberg fue de 642.000 civiles. No obstante, la gran mayoría de historiadores occidentales coinciden en que el número de pérdidas por hambre y frío durante todo el tiempo que duró el Sitio superó el millón, y que varios cientos de miles murieron por bombardeos. Unas cifras que, en total, superan con diferencia al número de personas que fallecieron como consecuencia de las bombas Hiroshima y Nagasaki juntas.