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María Lejárraga, la escritora a la que robó Walt Disney

Tuvo tres nombres: María de la O Lejárraga, María Martínez Sierra y Gregorio Martínez Sierra, pero todo el mundo sabía que era la “negra” de su marido. Es una de las dramaturgas españolas más importantes del siglo XX
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María Lejárraga (San Millán de la Cogolla, La Rioja, 1874 - Buenos Aires, 1974) fue una de esas mujeres brillantes y pioneras de la Edad de Plata de la literatura española. Novelista, ensayista, diputada, maestra, editora, traductora y declarada feminista, luchó por ejercer su vocación; fue amiga de Juan Ramón Jiménez, Manuel de Falla o Federico García Lorca y vivió en primera línea los hitos del pasado siglo: el Madrid literario de los años veinte, el París de la Belle Époque, la lucha política de las mujeres durante la II República, el exilio tras la Guerra Civil, la ocupación de Francia por los nazis o el glamur de la época dorada de Hollywood, donde logró estrenar sus obras Broadway... con pseudónimo, claro está.
Pese a todo lo dicho, el nombre que leemos en las portadas es el de su marido: Gregorio Martínez Sierra, quien recibía elogios en los estrenos de “Canción de Cuna” o “El amor brujo” yEl sombrero de tres picos”, mientras la autora y libretista esperaba en casa. Al casarse con Gregorio decidió esconderse tras su nombre y ambos formaron una de las más fructíferas parejas artísticas de la época. Él era el responsable de la dirección de las obras y quien se llevaba la gloria en los estrenos. María aceptó el papel de sombra. Tal era la dependencia que tenía de ella que los ensayos se paraban porque María estaba escribiendo el último acto de la obra firmada por él. Todo el mundo sabía que Lejárraga era la “negra” de su exitoso marido hasta el extremo en que Gregorio llegó a pronunciar los discursos feministas que le escribía su mujer.
El teatro, su mayor éxito
Es en su labor dramática donde reside su mayor legado: “La sombra del padre” (1909),Canción de cuna” (1911),Las golondrinas” (1914), “El amor brujo” (1915) -adaptada al cine hasta en tres ocasiones-, “Mujer” (1924) o “Triángulo” (1929). También es donde aparecen las mayores controversias ante la atribución de las obras. Para algunos estudiosos, en su mayor parte, es fruto de una colaboración, en la que cada uno tenía su papel: una vez trazado el plan de la obra de forma conjunta, María se encargaba del proceso de escritura que luego se revisaba entre los dos o tras el contraste con la práctica escénica de los ensayos, en donde el papel de Gregorio, gran director de escena, era esencial. Finalmente, María alumbraba la redacción definitiva. Por ende, si por autoría entendemos exclusivamente la redacción de las obras, entonces sí que hay que convenir que María fue la autora de la mayoría.
Los libretos para Falla, Usandizaga o Turina, según Lejárraga explica en “Gregorio y yo”, son obra de su solo talento. Comenzaron a escribir juntos y progresivamente ella se fue haciendo cargo de la escritura por completo. Como decía la propia María: “No hemos colaborado, es decir, trabajado en nuestra obra común, sin interrupción por haber sido marido y mujer: hemos llegado al santo estado del matrimonio a fuerza de colaborar”.
María apuntaba tres razones por las cuales ocultó su nombre bajo el de su marido: la indiferencia de su familia, su faceta como maestra (con la consecuente necesidad de separar un cargo público de la mala fama que en aquel momento tenía la ‘mujer literata’) y, muy especialmente, “el romanticismo de enamorada”. La mujer de los tres nombres lo cuenta así en sus memorias: “Casada, joven y feliz, acometióme ese orgullo de humildad que domina a toda mujer cuando quiere de verdad a un hombre: Puesto que nuestras obras son hijas de legítimo matrimonio, con el nombre del padre tienen honra bastante”.
Diputada de la Segunda República
Por si fuera poco todo lo contado, Lejárraga se convirtió en política durante la II República, elegida diputada por Granada con el Partido Socialista en 1933 (primera votación de la mujer en España), convirtiéndose en la número dos de Fernando de los Ríos. Una actividad en la que ella misma decidió apostar por uno de sus otros nombres: María Martínez Sierra. Fue una de aquellas mujeres de la España modernista adelantadas a su tiempo que pedían paridad de oportunidades e igualdad salarial pues buscaban una vida fuera de los fogones y las máquinas de coser Singer. Su relación con el feminismo español había empezado en 1914, como secretaria española de la Alianza Internacional del Sufragio de la Mujer (IWSA). En 1916 comenzó a publicar escritos feministas, bajo el nombre de su marido, recogidos en diversos volúmenes: “Cartas a las mujeres de España” (1916), “Feminismo, feminidad, españolismo” (1917) oLa mujer moderna” (1920). Trabajó en las Cortes por las reivindicaciones de los jornaleros andaluces y formando parte de la Comisión de Instrucción Pública del partido. Con el estallido de la Guerra Civil, la dramaturga abandonaría España. Primero residieron en Bélgica, donde aprovechó su experiencia como docente para hacerse cargo de niños españoles refugiados. Más tarde llegarían a Francia. Después, sus caminos se separaron, y Lejárraga pasó sus últimos 25 años de vida en América: en Estados Unidos, México y por último en Buenos Aires.
La “otra”... y el plagio de Disney
La historia de Lejárraga tiene un momento especialmente doloroso. Su marido se enamoró de la famosa actriz Catalina Bárcena con quien tuvo una hija. Aunque el matrimonio se rompió, ella siguió escribiendo los libros que él continuaba firmando. El gran desengaño llegaría en 1947 con la muerte de Gregorio Martínez Sierra, cuando la hija de Catalina exigió los derechos de autor de su padre. María vivía con escasos recursos en el exilio y fue entonces cuando reaccionó y comenzó a publicar con su nombre, pero aún refugiada en los apellidos de su marido: María Martínez Sierra. Y decidió escribir sus memorias -“Gregorio y yo”- donde desvela en qué consistió la colaboración. Una obra en la que por fin sale del silencio, aunque de forma muy tibia.
Por si todo lo dicho fuera poco, María tendría que vivir una de sus últimas decepciones, curiosamente, con Walt Disney. En 1951, le envió su cuento “Merlín y Viviana” a modo de idea para una película y el oligarca del entretenimiento se lo devolvió sin más. En él se contaba la historia de amor entre una gata y un perro, aristócrata una y callejero el otro. Cuando vio “La dama y el vagabundo” sintió el padecer de siempre: ¿otro episodio de apropiación de su obra? No queda claro cuánto de parecido puede haber entre una historia y otra y hasta si la célebre película no empezara a gestarse desde antes de la escritura del relato. Sea como fuere, como confesaba en una carta a su traductora al inglés, la amargura quedó ahí, como, otra vez, un niño abandonado quizá a las puertas de un convento...

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