El sorprendente hallazgo de la casa de María de Nazaret
Entre sus carismas, la monja agustina Ana Catalina Emmerich contaba con el don de visión
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De las múltiples sendas de nuestro «Laberinto de la Historia» rescatamos hoy a Ana Catalina Emmerich (1774-1824), una monja agustina beatificada por Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004. La religiosa llevaba ya diez años enclaustrada, inválida y estigmatizada con las cinco llagas de Cristo cuando Clemente Brentano, uno de los mejores poetas del Romanticismo alemán, transcribió sus narraciones sobre la Pasión de Jesús. Entre los carismas de esta monja figuraba el don de visión, gracias al cual Ana Catalina pudo contemplar los hechos con todo lujo de detalles, mayores incluso que los proporcionados en los cuatro Evangelios sinópticos, y compartir las percepciones de los protagonistas sin moverse del lecho de su celda.
A su muerte, Brentano preparó la edición de sus relatos, publicada en 1833 con el título original «Das bittere Leiden Unsers Herrn Jesu Christi» («La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo»), obra en la que se inspiró, por cierto, el cineasta Mel Gibson para rodar su exitosa película «La Pasión». Fue Ana Catalina Emmerich quien dijo haber visto con los ojos de su propia alma a Judas Iscariote mientras Jesús había sido ya apresado en el Huerto de los Olivos y confinado poco después en una mazmorra. Judas caminaba entonces sin rumbo, desesperado, según lo describía ella, por la abrupta ladera meridional de Jerusalén, en el valle del Hinom, donde se acumulaban carroñas, huesos y desperdicios.
Una vez en los alrededores del tribunal del sumo sacerdote Caifás, que odiaba a Jesús con toda su alma, Judas vagó por allí como un espectro. Todavía llevaba colgado a un lado del cinturón, bajo el manto, el manojo de monedas de plata engarzadas unas con otras que había sido el precio de su traición.
Aseguraba el poeta romántico inglés Lord Byron que «el mejor profeta del futuro es el pasado». Y no le faltaba razón, a juzgar por las visiones de Ana Catalina Emmerich, gracias a las cuales se produjo uno de los más sensacionales descubrimientos arqueológicos de todos los tiempos: la casa donde María de Nazaret habría vivido sus últimos años en Éfeso, una antigua localidad de Asia Menor, en la actual Turquía. Ana Catalina había descrito aquella morada en su otro libro «La vida oculta de la Virgen María» como una «casita en las montañas, construida a los pies de una ladera, desde lo alto de la cual podían divisarse el mar Egeo y las ruinas de la ciudad de Éfeso».
En 1891 sor Marie de Mandat Grancey, superiora de las Hijas de la Caridad del hospital francés de Esmirna en Turquía, permanecía enfrascada en la lectura del libro de Ana Catalina. Hasta que el 27 de julio de aquel año se decidió organizar una expedición compuesta por el padre Jung, otro sacerdote lazarista y dos laicos en busca de la construcción descrita en su día por la religiosa con todo lujo de detalles desde su misma cama. ¿Cómo es posible que Jung y sus acompañantes tardasen tan sólo dos días en culminar semejante hallazgo histórico? Ninguno de ellos dudó de que su mejor brújula para dar con el paradero de aquella casa desconocida había sido precisamente el libro de Emmerich.
Previamente, los cuatro miembros de la expedición preguntaron a unas mujeres que trabajaban en un campo de tabaco dónde podían encontrar agua. Fue entonces cuando ellas les indicaron la cercanía de una capilla, a los pies de una loma desde la cual podía contemplarse el mar Egeo y las ruinas de Éfeso. ¿Casualidad...?
Añeja peregrinación
Poco después, averiguaron que al templo acudían en peregrinación desde tiempos inmemoriales, cada día 15 de agosto, fieles ortodoxos que habían bautizado aquel lugar como Panaghia Kapulu (Puerta de la Santísima). Es decir, la casa de María de Nazaret. Tan pronto como se tuvo noticia del gran descubrimiento, monseñor Timoni, arzobispo de Esmirna, instituyó una comisión multidisciplinar que firmó un acta el 1 de diciembre de 1892 señalando la asombrosa coincidencia entre la descripción de Ana Catalina y las ruinas encontradas. Finalmente, como consecuencia de las excavaciones arqueológicas pudo desenterrarse una casita edificada entre los siglos I y II de nuestra era, cuyo plano interior se correspondía casi al milímetro con los detalles proporcionados por la religiosa sobre la vivienda de María en Éfeso.
No se tardó así en declarar aquel lugar como el Santuario de Meryem Ana (la Casa de María), convertido desde entonces en el destino de millones de peregrinos, incluidos tres papas: Pablo VI, que lo visitó en 1967, Juan Pablo II en 1979, y Benedicto XVI en 2006.