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Historia de España

22 de noviembre de 1975: el día que el príncipe pasó a ser Don Juan Carlos I

Aquel 22 de noviembre, juró ante Dios cumplir y hacer cumplir las Leyes

del Reino y guardar lealtad a los Principios del Movimiento Nacional

El 22 de noviembre de 1975, sólo dos días después de la muerte de Franco, el príncipe Juan Carlos fue proclamado Rey de España. Faltó la presencia de su padre, Don Juan de Borbón, quien mostró su generosidad al renunciar a sus derechos dinásticos a favor del actual Rey para lograr la transición hacia la democracia.
Sólo dos días después de la muerte de Franco, el 22 de noviembre de 1975 el príncipe Juan Carlos fue proclamado Rey de Españalarazon

22 de noviembre de 1975. Franco había muerto dos días antes. Había llegado el momento. Juan Carlos de Borbón iba a ser coronado rey de España. El acto estaba planificado bajo el nombre de «Operación Alborada» para que todo estuviera en su sitio, sin exaltaciones excesivas ni alteraciones del orden público. La idea era proyectar una imagen de continuidad institucional, mezclando la supuesta tristeza por la muerte del dictador y la esperanza contenida ante una monarquía que aspiraba a modernizar el país con la democracia.

El problema estaba en las Cortes. Los procuradores mostraban mucha tensión. No querían oír una negación del franquismo, pero tampoco un mero continuismo. Era un equilibrio complicado que no ayudaba a cumplir Alejandro Rodríguez de Valcárcel, presidente de las Cortes, representante del «búnker», el sector inmovilista. Su papel era crucial: debía pronunciar unas palabras que escenificaran la aceptación del monarca. Tras intensas negociaciones, se acordó que incluyera la expresión «nueva era» en su discurso. Debía hacerlo entre la mención a Franco y el grito de «¡viva el rey!». Aquella frase era más que un gesto retórico: era la señal de que el franquismo quedaba atrás. Sin embargo, Valcárcel no cumplió lo pactado y se limitó a decir: «Desde la emoción en el recuerdo a Franco, ¡Viva el Rey! ¡Viva España!». La omisión fue interpretada como un mensaje de continuidad con el franquismo, lo que provocó un enfado inmediato en el círculo del rey. Aunque Valcárcel se disculpó alegando que la emoción lo había superado, su explicación fue considerada poco creíble. La respuesta de Juan Carlos fue rápida: el 25 de noviembre lo apartó de la política agradeciéndole los servicios prestados. Era un gesto revelador de la voluntad del monarca de no dejarse arrastrar por el inmovilismo.

El equilibrio entre tradición y cambio

El juramento del nuevo rey aquel 22 de noviembre fue clave. Juan Carlos juró ante Dios y los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios del Movimiento Nacional. A primera vista, aquel juramento lo ataba al sistema franquista, pero en realidad escondía una puerta hacia la reforma. Torcuato Fernández-Miranda le había asegurado que las Leyes Fundamentales podían ser reformadas y derogadas gracias al artículo 10 de la Ley de Sucesión. El juramento era, por tanto, un acto de continuidad formal, pero también el inicio de un camino hacia la democracia.

Juan Carlos preparó su discurso de coronación con Fernández-Miranda y Armada, y fue revisado por Arias Navarro y Fernando Suárez. Quería que sus palabras equilibraran tradición y cambio. Comenzó con un agradecimiento a Franco para conectar con el espíritu de las Cortes y contener al Movimiento Nacional. «España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio», afirmó. Pero inmediatamente después anunció una nueva etapa basada en el consenso nacional, aceptando el pluralismo e integrando objetivos comunes. Evitó referencias a los mitos del 18 de julio, lo que generó malestar entre algunos procuradores, pero marcó una diferencia clara con el discurso franquista. Se presentó como rey basándose en la tradición histórica, en las Leyes Fundamentales y en el «mandato legítimo de los españoles», en referencia a los referéndums de 1947 y 1966. Incluyó referencias a su padre, Don Juan, a las Fuerzas Armadas, a la Iglesia católica, a la justicia social, a la familia y a la vocación europea. Era un texto que buscaba tender puentes, ofrecer garantías y abrir la puerta a un futuro distinto.

Un respaldo internacional inédito

La proclamación contó con un respaldo internacional inédito. Entre los asistentes se encontraban Giscard d’Estaing, presidente de Francia; Walter Scheel, presidente de la República Federal Alemana; y el príncipe Felipe de Edimburgo en representación de la Corona británica. Su presencia simbolizaba la reintegración de España en el concierto europeo tras décadas de aislamiento. El cardenal Tarancón, por su parte, pronunció una homilía de apoyo absoluto, pidiendo que Juan Carlos fuera el «rey de todos los españoles». La reacción popular fue igualmente significativa. Los medios nacionales presentaron la proclamación bajo las ideas de novedad, juventud y esperanza. La prensa extranjera reflejó el optimismo: según «Le Figaro», el 68% de los españoles tenía esperanza en el rey. La imagen de Juan Carlos era la de un monarca joven, moderno, capaz de conducir en paz al país hacia la democracia.

Inició el reinado con un gesto. El 25 de noviembre decretó un indulto para la liberación de 235 reclusos, entre ellos Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius. Al PCE, al PSOE y a otros de la oposición les pareció poco. Le exigieron que liberase a los terroristas de ETA, GRAPO y FRAP, a los que veían como «presos políticos». Lo llamativo de la exigencia de la izquierda es que un día antes del indulto, los etarras habían asesinado a Antonio Echevarría, alcalde de Oyarzun.