Hallazgos arqueológicos
El dinero del diablo en los rituales precristianos
Una investigación se acerca a los sacrificios religiosos en lo que hoy es Holanda poco tiempo antes de la expansión del cristianismo
En todas las sociedades del mundo antiguo encontramos santuarios religiosos alejados de los núcleos poblacionales, donde se vincula la sacralidad con el paisaje y la fuerza telúrica de la naturaleza que, además, servían como espacios supraterritoriales donde confluían gentes de poblaciones más o menos alejadas. Es el caso, por ejemplo, del interesantísimo Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete) que, desde su origen ibérico, estuvo activo durante ochocientos años hasta su abandono y destrucción merced a las leyes antipaganas del Bajo Imperio Romano. Sobre otro santuario rural situado en el norte de Europa discurre el reciente “Diobolgeld (the devil's money). The Early-Medieval cult site of Hezingen, the Netherlands”, un estudio colectivo encabezado por Jan-Willem de Kort, de la Agencia para el Patrimonio Cultural de los Países Bajos, publicado en «Medieval Archaeology».
En esta investigación se presenta el hallazgo de un santuario religioso a cielo abierto o fana en Hezingen, en el entorno de Twente, levantado por unos migrantes germánicos, sajones o frisios, en una zona que, situada en la margen derecha del Rin, originalmente se oponía a la frontera romana. Esta área, terriblemente despoblada en época bajoimperial romana por su peligrosidad, acogió en época merovingia a unos recién llegados que llevaron consigo unas costumbres y creencias que, en general, debían ser semejantes a las de los habitantes primigenios de este territorio.
Este recinto se sitúa en un espacio singular del paisaje, en el punto más elevado de una zona llana y en un cruce de caminos frecuentado desde la prehistoria. Su localización fronteriza entre diversos asentamientos implica que actuase como espacio de culto comunal y, consecuentemente, como lugar de prestigio para el establecimiento de asambleas locales. Consiste en una hilera de diecisiete agujeros de poste que albergaron erguidos maderos donde se practicaron sacrificios animales y fueron ofrendados depósitos rituales. Aunque la mayor parte de ofrendas fueron de oro, también se ha encontrado joyas y monedas de plata, desde un denario romano a numismas merovingios pasando por sceattas, es decir, acuñaciones propias de los reinos anglosajones de Britania, Frisia y Jutlandia. Un rito calificado por las fuentes cristianas posteriores como diobolgeldæ o dinero del diablo. Asimismo, sobresale en este santuario otro elemento natural: un gran peñasco donde más ofrendas fueron depositadas, en este caso piezas de joyería.
Un dato curioso es que esas monedas fueron halladas en el relleno de los postes aunque no fueran dejadas allí de forma deliberada. Debieron depositarse apoyadas a los maderos o situadas justo encima, cayendo a su interior una vez que los postes se pudrieron puesto que no hay signo alguno de que este santuario fuera destruido violentamente. Con respecto al objeto de culto del santuario parece haberse dedicarse a la triada germánica de Wodan, Donar y Saxnot. Una identificación basada en textos cristianos posteriores y evidencia material, como unos pendientes con forma de riñón que parecen aludir a esta divinidad y a sus cuervos. Con respecto a la funcionalidad de este lugar, conforme su distribución bien pudo ejercer de observatorio solar, depositándose las ofrendas durante los equinoccios para propiciar la fertilidad agropecuaria.
Interesantemente, esta investigación presupone que fuera un espacio de culto supralocal ligado a una comunidad amplia bajo el control de una élite local conforme, entre otros motivos, la inexistencia de más objetos de oro y plata en esta zona salvo los hallados en Hezingen. Un dato que avala un monopolio de los bienes de prestigio y el empleo de este espacio con fines rituales religiosos y políticos por una minoría que, en consecuencia, habría actuado como la clase sacerdotal dirigente del santuario. En esta línea, esta aristocracia local habría controlado otros asentamientos y espacios de culto regionales como el cercano yacimiento de Vasse. Allí se encontró un herrenhof, una residencia nobiliaria, donde sobresale una empalizada de madera circular en cuyo interior se localizaba un edificio rectangular, también considerado como espacio ceremonial y centro de reunión comunal, “un lugar donde se intercambiaban regalos, se tomaban importantes decisiones y se administraba justicia, fuera de forma ritualizada o no”. Este espacio se ligaba a un enterramiento neolítico con el fin de conectar y legitimar su presencia y sus derechos sobre la tierra que ocupaban.
Su floruit apenas duró un siglo, el VII. Aunque con toda probabilidad las grandes ofrendas fueran saqueadas, el santuario en su conjunto fue respetado y simplemente se abandonó conforme las mismas élites que lo habían auspiciado se convirtieron al cristianismo sin, por ello, arremeter violentamente contra su antiguo legado religioso. Aunque los cultos tradicionales no desaparecieran del día a la noche, habría que esperar unas décadas para que retornasen, si bien esporádicamente, seguidores de la vieja religión a estos parajes. Hablo, por supuesto de los vikingos cuya presencia se dejó notar ampliamente en este territorio a partir del siglo IX.