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Mujeres desconocidas
Li Qingzhao, la poeta de la China imperial
Su obra alcanza una profundidad emocional y una maestría técnica que la han consagrado como la escritora más célebre de toda la historia china

En pleno ocaso de la dinastía Song del Norte, mientras la China del siglo XIII se desmoronaba bajo presiones externas e internas, surgió una figura literaria bajo el pseudónimo de Yi’an Jushi que transformaría para siempre la poesía china. En realidad se trataba de una mujer, Li Qingzhao. Con apenas un puñado de poemas que han sobrevivido al tiempo, su obra alcanza una profundidad emocional y una maestría técnica que la han consagrado como la escritora más célebre de toda la historia china.
Nacida en 1084 en Jinan, provincia de Shandong, Li Qingzhaocreció entre libros y debates literarios. Su padre era un respetado erudito vinculado al círculo del gran poeta Su Shi, mientras que su madre, descendiente de una familia cortesana, era también reconocida por su poesía. En este ambiente de erudición, la joven Li desarrolló tempranamente una sensibilidad extraordinaria y un carácter competitivo.
A los diecisiete años, la precoz poeta ya sorprendía a los círculos literarios con sus primeros poemas. Se trataban de dos extensos poemas históricos sobre una inscripción de piedra del siglo VII. Lejos de seguir la perspectiva convencional que alababa a los generales imperiales, Li Qingzhao adoptó una postura revolucionaria, criticando las políticas equivocadas del emperador que, según ella, habían fomentado la rebelión que luego tuvieron que sofocar. Ella fue original y transgresora.
Su matrimonio a los dieciocho años con Zhao Mingcheng, un estudiante universitario apenas tres años mayor que ella, dio inicio a una de las historias de amor más entrañables de la literatura china. Aunque no eran ricos, la pareja invirtió cada moneda extra en su verdadera pasión: coleccionar libros y antigüedades. Las noches de los recién casados transcurrían entre páginas, comparando diferentes ediciones de un mismo texto para crear copias perfectas que engrosaban su biblioteca personal.
La relación entre Li y Zhao estaba marcada por una peculiar dinámica de competencia intelectual. En su famoso «Epílogo» a la obra de su marido, la poeta relata cómo, después de cenar, jugaban a identificar en qué libro, capítulo, página y línea aparecía determinado pasaje. «Cuando acertaba», escribió, «sostenía la taza en alto y estallaba en risas hasta que el té salpicaba la parte delantera de mi vestido». El ganador obtenía el privilegio de beber primero el té recién preparado.
De un matrimonio a otro
Este idilio intelectual se vio brutalmente interrumpido cuando la dinastía Jin invadió el norte de China en 1127. El matrimonio huyó hacia el sur con sus preciadas posesiones, pero la tragedia les alcanzó: Zhao murió de fiebre tifoidea en 1129, mientras viajaba para asumir un cargo oficial. Su mujer, al enterarse de la enfermada, corrió pero nunca llegó a tiempo.
La pérdida sumió a Li Qingzhao en una profunda depresión y transformó radicalmente su poesía, que adquirió tonos de nostalgia y melancolía.
Viuda y sin hijos tras casi treinta años de matrimonio, Li se trasladó a Hangzhou, la nueva capital de la dinastía Song del Sur. Como viuda que viajaba con una reducida pero aún considerable colección de objetos de valor, también fue presa de bandidos locales, funcionarios y oficiales del ejército sin escrúpulos, y de casi cualquier otra persona que se percatara de su precaria situación (incluido un hombre que le alquiló una habitación temporal y la asaltó una noche).
En aquella época, el nuevo matrimonio de las viudas no era inusual ni llevaba el estigma que tendría en épocas imperiales posteriores. Después de tres años de viudedad, Li Qingzhao se casó con un militar, unión que terminaría en divorcio debido a la conducta inapropiada de éste. Durante el juicio que siguió, como era habitual en los litigios familiares, Li fue a prisión, siendo liberada pocos días después tras la condena de su exmarido Zhang.
De los últimos años de Li Qingzhao poco sabemos con certeza. Presentó la obra «Epílogo» en la corte imperial y la llevó a ser reconocida por los historiadores. Visitó el palacio imperial para ofrecer poemas de felicitación estacional al emperador, la emperatriz y las concubinas imperiales, lo que indica que gozaba de considerable prestigio. Se la documenta en la capital hasta 1150, cuando realizó una visita al erudito y artista Mi Youren. Falleció a mediados de la década de 1150.
Aunque solo sobreviven quince piezas de su obra, Li Qingzhao revolucionó la poesía china escribiendo bellos versos: «Las flores se marchitan y se alejan / El agua sigue su curso / Según su naturaleza / Nuestro anhelo es del mismo tipo / Ambas ideas muy distantes perduran».
Su legado es el de una poetisa que escribía en medio del colapso de una dinastía y las tragedias personales: «Los ecos de una flauta de jade se apagan / El músico se ha ido nadie sabe dónde / La primavera, también, pronto huirá / Sin embargo, tiene el corazón no para retener / Su día para volver».
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