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España mítica
Teruel, entre toros y amores imposibles
Entre torres legendarias y los suspiros de dos amantes se despliega un mapa mítico donde la historia y la leyenda se entrelazan en cada rincón de la ciudad

La ciudad de Teruel está llena de leyendas que saltan el desnivel de los siglos, desde su fundación a nuestros días, y confluyen en una cartografía mítica que recorre monumentos mudéjares, plazas y puentes. Su propia fundación está marcada por la leyenda del toro que tenía una estrella entre sus cuernos, una imagen profundamente simbólica y de un poderío innegable para mito y folclor, que hoy campa como emblema de la ciudad. Eran tiempos de Alfonso II, en el siglo XII, durante la expansión del reino de Aragón, cuando las tropas cristianas acamparon al pie del cerro donde luego se levantaría la ciudad. Desde su campamento recibieron el ataque de los musulmanes, que defendían el cerro con su torre de vigilancia, en forma de toros embolados y caballeros armados. Todos fueron desbaratados por los aragoneses, que, en cambio, aguardaban una señal para la fundación mítica. Como siempre en los episodios fundacionales. En la antigua Grecia, el fundador de ciudades, el llamado «oikistés», también se guiaba por esas señales anticipadas tantas veces por un oráculo. En el caso de Teruel, los cristianos vieron un toro en lo alto del cerro con una luz en el astado, una estrella de nombre Actuel: quiere la tradición que mezclando el nombre del toro y el de la estrella saliera el de Teruel, fundada en 1171 sobre un bastión musulmán. Hoy ,la fuente de la plaza principal de la ciudad, la del Torico, recuerda esta leyenda justo donde se supone que los soldados de Alfonso II tuvieron esa epifanía taurina y astral a la par. La fuente que surge hoy de una columna con cuatro cabezas de toros recoge esa popular fábula que se centra en el productivo símbolo del toro.

Pasado legendario
Claro que sabemos por la historia y la arqueología que antes que musulmana, con el nombre de Tirwal, en referencia a la torre defensiva del enclave –hay que subrayar la importancia defensiva de Teruel para la frontera aragonesa y que la tradición quiera que hubiera contenido las más antiguas cuatro barras aragonesas en su muralla–, también hubiera como parte de su geografía mítica un sustrato fenicio y quizá celtíbero, con nombres como Torbat o Turba, más dudosos que el islámico. Como quiera que sea, después de su fundación se constituye en un próspero núcleo de control del territorio en el medievo, muy importante para la repoblación de la zona, con considerable peso de las poblaciones judía y mudéjar. Hoy sigue presente la judería dentro del casco histórico, como muestra de esta antigua presencia, así como los numerosos restos de la arquitectura mudéjar, que fueron señalados hace ya décadas como patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Las torres del siglo XIV de San Martín y de El Salvador tienen también su leyenda, según la cual se supone que la una está recta y la otra levemente torcida. Abdalá y Omar, dos arquitectos enamorados de una misma mujer, compitieron en construir la torre más hermosa, pero triunfa la torre de El Salvador por su rectitud. La catedral de Teruel, consagrada a Santa María de Mediavilla, tiene también una torre fantástica, donde arte cristiano e islámico se dan la mano. Y es de destacar su artesonado mudéjar, desvelado por un bombardeo de la Guerra Civil. La cuarta joya arquitectónica de este patrimonio es la Iglesia de San Pedro, que tiene en una de sus capillas laterales el imprescindible sepulcro de los amantes. Esta es acaso la historia de amor más famosa de entre los mitos hispánicos: los amantes de Teruel, Isabel de Segura y Juan Diego de Marcilla, que en el siglo XIII se prometen amor eterno antes de que Diego se vaya a buscar fortuna en la guerra con el infiel. Nadie confía en que vuelva e Isabel se acaba casando con el noble Pedro de Azagra. Pero Diego regresa inesperadamente y una noche sube a su balcón para pedirle un beso de amor. Isabel, ya casada, se lo niega y entonces Diego cae muerto en el acto de la pena. En su funeral, Isabel le da el beso que le negó en vida y cae también muerta: ambos son enterrados juntos en una insólita escena mortuoria que dará pie a la escritura de varias obras famosas.
Aparte de amor, la ciudad es rica también en leyendas de tradición, como la del olmo de San Lázaro. Es el árbol donde se ahorcó a un traicionero juez que, en el siglo XII, planeo vender la ciudad y abrirla a un asedio musulmán. Condenado a morir, lo sacaron a un árbol junto a la leprosería, desde entonces maldito, y borraron su nombre de los anales (no lo mencionaré pues aquí). También hay un portal de la traición en la muralla que hace referencia al asedio de los castellanos de Pedro I el Cruel, en su guerra con Pedro IV de Aragón. Aunque los vecinos de la ciudad aguantaron estoicamente el asedio, el juez de la ciudad hizo un pacto con los castellanos y abrió a escondidas la puerta de la ciudad al saqueo impenitente de los invasores de Castilla. La ciudad no olvidó el agravio y el juez traidor se tuvo que marchar con los castellanos: pero el nombre del oprobio quedó para siempre en esa puerta. Seguramente, nada mejor que seguir los pasos de estupendos escritores turolenses, como Javier Sierra, para adentrarnos en esos vericuetos del pasado legendario de Teruel, en un recorrido que permita, como la escalinata que une la estación con el centro, salvar el desnivel desde el mito a la historia de esta espectacular ciudad.
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