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Contracultura

La izquierda contra la familia: terminar con el último refugio humano

El progresismo no se rinde, a pesar de décadas de fracasos contra la institución más sólida y extendida de la historia

Hoy los jóvenes españoles están entre los más familistas de Europa, junto con nuestra vecina Portugal Dreamstime

Es un riesgo escuchar «La cena de los idiotas», el programa de radio dirigido por Aimar Bretos, donde invitados presuntamente sofisticados compiten por soltar la «boutade» más epatante sobre la vida cotidiana. La última ha sido la actriz Julia de Castro, capaz de defender en antena que «hay que abolir la familia tradicional, eso tan antiguo del padre y la madre». El motivo es que «ahora divorciarse es sencillo, casarse entre homosexuales... en la siguiente generación ya será algo mucho más natural», celebraba. Para reforzar su apuesta, añadió una referencia académica, el ensayo «Abolir la familia» (2022), de Sophie Lewis, feminista convencida de querer a tu madre más que al resto de los humanos dificulta emanciparnos de la opresión neoliberal.

El texto de Lewis es la típica cháchara de la izquierda radical del último siglo, donde no han cosechado más que fracasos. Ni el bolchevismo, ni la Revolución Cultural de Mao, ni las comunas de la contracultura, ni los «kibbutz» israelíes con crianza colectiva consiguieron reducir la fuerza de la institución humana fundamental. Lo que más éxito tuvo fue la fiebre del amor libre, al menos en su etapa inicial, hasta que se comprobó que el sustituto de la familia tradicional era un aumento espectacular de las madres solteras, niños abandonados en orfanatos y padres consagrados a aficiones como el jazz y la marihuana hasta la edad de la jubilación (véanse la llamada generación beat y el posterior hippismo). El peor intento fue sin duda la Revolución Cultural maoísta, una guerra civil encubierta donde –entre otras cosas– se animaba a los hijos a denunciar a los padres que no alcanzasen el voltaje anticapitalista adecuado.

Abolicionismo familiar

En España, la antropóloga Nuria Alabao es la más firme defensora del abolicionismo familiar, con un argumento llamativo: «Es necesario preguntarse cómo podríamos extender el cuidado y el apoyo mutuo que se da en el seno de la familia a todo el mundo, independientemente de qué familia le haya tocado en suerte, rica o pobre, generosa o tacaña, amorosa o violenta...», explica. En el fondo, parece una apología de lo que intenta destruir, mezclada con grandes dosis de odio a la propia cultura: «La noción de que no nacen suficientes niños, de riesgo demográfico, pretende instalar una idea de pánico sobre el futuro de la nación. Es reaccionario porque siempre implica unas directrices sobre quién puede reproducirse legítimamente, y quién no o qué tipos de niños hacen falta –blancos, nacionales–. (...) Si hacen falta jóvenes o niños, ¿por qué no se deja entrar a más migrantes? No parece que haya ninguna crisis, a menos que asumas el marco racista», denuncia. Muchos abolicionistas familiares son solo apologistas del desarraigo, deseosos de hacer tabla rasa para dejar vía libre a la ingeniería social de izquierda.

. Jae Tanaka

Hay quien aspira a arrancar la familia desde la raíz, como el prestigioso filósofo trans español Paul Preciado, autor del delirante «Dysphoria mundi». «Me parece perfecto, urgente, que la Ley Trans sea votada, pero me parece más urgente y mucho más necesario que lo que pidamos colectivamente sea la abolición de la inscripción de la masculinidad y de la feminidad en los documentos administrativos», explica. Dicho de otra forma: urge borrar los conceptos de «hombre» y de «mujer». El filósofo Ignacio Castro Rey le contestó, en una cáutica reseña, que demasiadas veces «la obsesión alternativa de despatologizar lo minoritario tiene el objetivo de patologizar a la humanidad entera». También señalaba que «el desarraigo que indignaba a Simone Weil como parte de la religión capitalista, se arraiga ahora en la masa corporal. Aquí aparece la disforia defendida por Preciado, que se presenta a sí misma como una especie de euforia mutante». El globalismo aspira a un planeta digital, homogéneo y poshumano, por donde sus ideas y productos circulen sin molestas trabas como la tradición o el sentimentalismo.

"Manifiesto de la familia futura"

El cuestionamiento de la familia tuvo otra de sus cimas en 1972, cuando se publicó el «Manifiesto de la familia futura», del líder socialdemócrata Olof Palme. «Había llegado el momento de liberar a las mujeres de los hombres, de liberar a los ancianos de sus hijos y a los adolescentes de sus padres», explica Erik Gandini, director del documental «La teoría sueca del amor» (2015). El plan consistía en forjar un país que subvencionase la autonomía de todos sus ciudadanos, pero el resultado fue una epidemia de soledad. Suecia es la nación con mayor número de casas unipersonales del mundo, nada menos que un 47%, donde una de cada cuatro personas muere sola, muchas veces sin que nadie reclame el cadáver. La combinación de fuertes prestaciones sociales con el individualismo de los años ochenta provocó un brutal debilitamiento de los vínculos humanos.

El sociólogo Christopher Lasch, gran crítico del narcisismo contemporáneo, es autor del libro «Refugio en un mundo despiadado» (1996), una férrea defensa de la familia en la jungla competitiva actual. «El intento de redefinir la familia como un acuerdo puramente voluntario surge de la ilusión moderna de que las personas pueden mantener todas sus opciones abiertas en todo momento», denuncia. Su tesis es que la familia nos defiende y nos construye, sin mermar la libertad final de los hijos. «La unión del amor y la disciplina en las mismas personas, la madre y el padre, crea un ambiente de gran intensidad en el que el niño aprende lecciones que lo marcarán para siempre, no necesariamente las que sus padres desean que domine», explica. También critica la ingenuidad del progresismo por negarse a atender la crisis de la familia tradicional, mientras exige que haya mayor diversidad de modelos, como si esa diversidad garantizase evitar los problemas de la familia «de siempre».

Los retorcidos conceptos de la modernidad

Nuestra época maneja un retorcido concepto de modernidad, que parece inseparable del rechazo a la institución familiar. La «influencer» trans Samantha Hudson hizo una intervención televisiva en 2022 donde abogó por la abolición de la familia tradicional por ser «opresiva» y por «implicar una jerarquía». Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid, presente en la tertulia, contestó que «creo que te refieres a dos cosas, una sería la estructura de reproducción y otra la estructura emotiva. Tu familia pueden ser tus amigos, tus parejas... hay que redefinir el concepto de parejas», propuso. Hudson no estuvo de acuerdo con esta puesta al día. «Esos modelos de familia que parecen tan modernos es una manera de mantener el orden, pero dándole un lavado de imagen», replicaba.

Mientras tanto, la familia goza de mejor salud que nunca. La crisis de 2008, que destruyó unos 900.000 empleos y provocó unos 150.000 desahucios, fue una hecatombe social solamente amortiguada por la solidaridad interfamiliar. Hoy los jóvenes españoles están entre los más familistas de Europa, junto con nuestra vecina Portugal. Según un estudio de la Fundación La Caixa, publicado en agosto de 2024, el 49,2% de las personas de entre 18 y 34 años de la Unión Europa interactúan con sus padres una vez al día, mientras en España el porcentaje asciende hasta el 70,6%. Además el 56,6% de nuestros jóvenes sienten un alto grado de proximidad afectiva hacia sus padres, muy por encima del resto de Europa, donde se da solo en el 37,9% de los casos.

Lo triste del ensayo de Sophie Lewis, y del progresismo en general, es que reconoce que no tiene una alternativa al modelo de familia natural, como confirma el párrafo final del libro: «No sé cómo desearlo por completo, pero me muero de ganas de ver qué viene después de la familia. También sé que yo seguramente no lo vea, sea lo que sea. Aun así, espero que suceda, y espero que sea una nada gloriosa y abundante», escribe.