Jorge Fernández Díaz: «Hoy “Gilda” sería cancelada»
Aborda la relación paterna, el cine y el destino de los inmigrantes en «El secreto de Marcial», que ganó el Premio Nadal


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Cuenta Jorge Fernández Díaz que su padre procedía de una familia española, que era camarero en Argentina y que consideraba su incipiente vocación como escritor propio de un perezoso, un «vago». «Él confundía la literatura con la vagancia. Cuando le confesé que también quería trabajar en un diario, confirmó sus peores sospechas y me dio por perdido de manera anticipada. Consideraba el periodismo una bohemia». El escritor aborda la figura paterna, que siempre es una sombra asimétrica y de perspectivas huidizas, en «El secreto de Marcial», que ganó el Premio Nadal. Una narración de inusuales intimidades donde tiene un enorme protagonismo el cine, que sirve aquí no solo como una pizarra educativa – «fue en las películas donde descubrí lo que era la infidelidad y me pregunté por primera vez si el matrimonio de mis padres había pasado por eso»– y también como un imprevisto vínculo emocional entre un padre y un hijo que se dicen más a través de los comentarios de las películas que en conversaciones de íntima factura.
¿Qué es una familia?
Una familia es un relato, un invento, una ficción consensuada entre todos. Una familia, como una persona, tiene múltiples capas. Está hecha de divergencias, de acuerdos y de recuerdos míticos que se convierten en verdad con el tiempo. También existen muchos secretos. Y averiguar esas cosas resulta bastante espinoso.
Y aquí aborda al padre.
El padre trata de cómo nos formamos. No solo somos lo que vimos en nuestra adolescencia o infancia, sino también al lado de nuestros padres. Nunca sabemos realmente si conocemos a nuestro padre. Esto es fundamental. Tampoco tenemos claro qué sabemos de él. Solo conservamos las anécdotas y las cosas que nos han contado, pero no tenemos una idea tan precisa, como ocurre con las madres.
Provenía de una familia de inmigrantes que huía de la Guerra Civil en España.
Sí. Nosotros vivíamos en una comunidad española en Argentina que era inmensa. Acudieron allí como si fuera una tierra prometida, pero el drama de estos inmigrantes es que después esa tierra prometida que perseguían, con el tiempo, se convirtió en un pantano de decadencia peligrosa, con hiperinflación, guerras, dictaduras, inseguridad ciudadana y muchas otras cosas que estos inmigrantes tuvieron que afrontar.
Los principales derrotados de las guerras son siempre la gente corriente.
Las guerras las pierden principalmente los pobres y los apolíticos, a los que también les joden y a los que no ampara nadie. Estos hombres y mujeres tuvieron que comenzar de nuevo en otra parte y eso resultó muy cruel. Mis abuelos eran republicanos. Uno murió en Normandía, el otro participó en la Batalla de Madrid. Mis padres no eran políticos, pero habían participado del hambre y la miseria. Eran muy pobres. Toda la inmigración pobre del norte de España y el sur Italia construyeron Argentina. Esas colectividades eran el 70 o el 80 por ciento de la población. Querían una sociedad de progreso, pero después Argentina fue tomada por irresponsables e ineptos de distintas ideologías.
«Hoy los jóvenes no ven filmes, pero se internan en un mundo más cruel que son las redes sociales»Jorge Fernández Díaz
Terrible.
En mi país se dio el fenómeno insólito de que muchos inmigrantes que huían de la violencia y la miseria tuvieron que volver. Fueron a un país remoto, se desarraigaron, sufrieron el dolor, la morriña y, cuatro décadas después, tuvieron que volver a su origen y sus hijos emigrar, como ellos antes, huyendo del país adopción. No había pasado nunca. Pero ahora está pasando en Venezuela. Ese doble destierro, ese sino trágico, es el telón de fondo de esta historia.
Aquí el cine funciona como aglutinante familiar.
Fue muy importante el cine para mí y, sí, es cierto, funcionó de aglutinante. Ahora los chicos no ven películas, pero se internan en un mundo más cruel que no tiene edición ninguna que son las redes. No quiero ser apocalíptico, pero son terribles. El daño de las redes sociales es enorme. Ahí no hay director ni montaje ni responsabilidad, pero hay mentira y existe odio. En aquellas películas nunca nos hacían odiar a nadie. Podías desear que mataran a un malo, pero era una muerte simbólica. A pesar de lo que digan, esas películas no eran racistas, y John Ford, menos, y tampoco quiero mitificar ese cine, pero fue el de mi infancia. Confieso que me servía para desenchufar de la realidad. Al ver esas pelis, no habías sido herido, pero conocías los miedos y acechanzas de la vida.
No había tanta corrección política antes. Ese cine era valiente, pero también sutil.
Hoy «Gilda» sería cancelada. Al igual que todos los viejos filmes del Oeste. La trilogía de la caballería de John Ford sería tildada de militarista y de xenófoba, pero todo eso son mentiras, estupideces. Ninguno de nosotros, de los que veíamos aquellas películas, se hizo después una persona violenta o machista o xenófoba por ver filmes de John Ford.