Buscar Iniciar sesión

Juan de Córdoba, el «padre» del hijo secreto de Velázquez

Se conocieron en Roma y colaboraron juntos para la Corona; su relación fue tal que el retratado en los dos últimos cuadros, atribuidos esta semana a Velázquez, se hizo cargo del niño que el sevillano tuvo con una mujer que pudo ser la modelo de «La Venus del espejo».
larazon

Creada:

Última actualización:

Se conocieron en Roma y colaboraron juntos para la Corona; su relación fue tal que el retratado en los dos últimos cuadros, atribuidos esta semana a Velázquez, se hizo cargo del niño que el sevillano tuvo con una mujer que pudo ser la modelo de «La Venus del espejo».
Dentro del mundo del arte, Velázquez siempre es tendencia. Pero esta semana que termina ha sido especialmente «velazqueña». Primero fue la atribución al pintor sevillano de un cuadro conservado en el Metropolitan Museum de Nueva York («Retrato de hombre», también conocido como el «Caballero Marquand»); la obra fue donada a la pinacoteca en 1889 y ahora, gracias a un estudio de Javier Portús, jefe de Pintura Española del Prado, junto a colegas del Met, se ha atribuído a Velázquez. Después, el jueves, llegó una nueva sorpresa desde Roma: la profesora Francesca Curti identificó al protagonista del cuadro «Retrato de español con bigotes» (en los Museos Capitolinos) con Juan de Córdoba, el «amigo perdido» de Velázquez en la Ciudad Eterna. Curiosamente, Portús y el equipo del Met consideran que el hombre de bigote y pelo largo del velázquez del museo neoyorquino coincide también con Juan de Córdoba Herrera. Basta enfrentar ambos para comprobar que es el mismo retratado. En una semana, un tipo muy poco conocido pero fundamental en la vida romana del genio de «Las meninas», ha emergido con rostro, identidad y una historia propia. Una historia, por lo demás, apasionante. La de Juan de Córdoba y la de Diego de Velázquez, su amistad, sus negocios y, sobre todo, el secreto personal que compartieron.
La relación se fragua entre 1649 y 1651, durante la segunda estancia del artista, ya consagrado como pintor de la corte española, en Roma. La misión de Velázquez, que desembarca en enero del 49 en Génova camino de la Ciudad de los Papas, consiste en comprar pinturas y adquirir el vaciado de esculturas clásicas para decorar las salas del reformado Real Alcázar de Madrid. Su estancia en Roma fue más propia de un comercial que de un artista, pero, obviamente, el sevillano pintó abundantemente en la ciudad (su obra cumbre, el «Retrato de Inocencio X»), confraternizó con otros artistas y formó parte de academias y congregaciones artísticas.
Juan de Córdoba, un sujeto hábil bien conectado con las clases comerciales romana, fue su agente colaborador desde el principio. Nacido en la ciudad que le sirvió de apellido, era sobrino de otro agente regio que se lo había llevado con él a Roma. A ambos les unía un motivo de peso para trabajar para España en la lejanía: su familia era judío conversa. De Córdoba había heredado el «chiringuito» de su tío y sus amplios contactos. Junto a él, Velázquez negocia ventas y adquisiciones para Felipe IV, visita colecciones, cierra tratos, prepara la logística de los traslados... Todo ello, con más de 40 obras artísticas implicadas, está bien documentado en contratos, obligaciones y documentos notariales.
En el barrio de los españoles
Por probable influjo de Juan de Córdoba, el pintor de la corte se asienta cerca de él, en el entorno de la plaza Navona. «La zona en la que estaba su domicilio era de fuerte ''vocación española''. Allí se congregaba una población mezclada, compuesta por comerciantes, tipógrafos, editores, libreros, notarios, abogados, cardenales, donde la comunidad hispana se había asentado desde el siglo XV», explica la experta Antonella Parisi en un trabajo monográfico sobre la estancia de Velázquez en Roma, en el que detalla que residía de alquiler en la actual vía Parione, «a un precio de 6 escudos y 75 bayocos trimestrales y una duración de seis meses, renovables».
Está claro que Velázquez y Córdoba fueron más que socios, amigos y hasta confidentes. Y es que compartieron complicidad en un negocio mucho más sensible que el del arte. Así lo cuenta David García Cuento, de la Universidad de Granada: «A Velázquez no sólo le retenían en Roma la misión que Felipe IV le había encomendado y su pasión por el arte, sino también ciertos asuntos de índole personal. El pintor mantuvo en aquella estancia una relación amorosa, probablemente con una viuda llamada Marta, de la que nació el único hijo ilegítimo que se le conoce, el niño llamado Antonio. También Juan de Córdoba asumiría una cierta responsabilidad sobre este niño tras la marcha de Velázquez».
Empecemos por la amante. Poco se sabe de ella, y de él, en cuestiones sentimentales y civiles, se sabe que llevaba no años sino décadas casado con Juana Pacheco, que lo esperaba en Madrid. El nombre de Marta aparece en documentos posteriores a la marcha del artista, pero no queda claro si es la madre del hijo bastardo o la «nodriza». De hecho, hay quien opina que podría ser una mujer que un cronista de la época llama «una pintora excelente» o incluso la modelo que posó para Velázquez en su famoso cuadro (presuntamente pintado en Roma) de «La venus del espejo».
Sea como sea, sí está documentado que el pequeño Antonio nació en aquellos años, según reveló la experta Jennifer Montagu en un trabajo clásico de los años 80. Las pistas de la existencia del niño y la paternidad del artista nos han llegado a través de documentos de un hecho traumático: la retirada legal de la tutela a su madre. Fue precisamente Juan de Córdoba, con Velázquez ya de vuelta en Madrid tras demorar varias veces su regreso ante la impaciencia de Felipe IV, quien se encargó de este hecho dramático. Trató con un procurador para retirar la custodia del menor de manos de la tal Marta, considerada «viuda y nodriza», pero ante la oposición de la mujer se enviaron a dos esbirros que arrancaron a Antonio de sus manos en plena plaza de San Giaccomo al Corso. Se le pagaron 7 escudos y 30 julios, detalla Salvador Salort en un estudio para la Academia Española de Roma. La fuerte oposición de Marta, a la que se acusaba de maltratar al crío, hace pensar a este estudioso que fuera la madre natural de Antonio.
Un último intento
No se sabe con certeza si Velázquez llegó a conocer a su hijo ilegítimo, ni por cuánto tiempo. Se sospecha que pudo reclamar su tutela con idea de llevarlo a España, pero la realidad es que, como explica Salort, «una vez Acquaviva (el procurador) tuvo al pequeño, éste pasó a manos de Juan de Córdoba, amigo de Velazquez, quien parece ser debió responsabilizarse de Antonio». Se sabe que, tras la muerte de Velázquez, reclamó unos pagos a sus herederos «por la cuenta que entre los dos tenían», que podría estar relacionada con la manutención del crío. En este punto, la historia de Antonio se oscurece, la de Marta o quien fuera la madre, más aún, mientras que la de Velázquez prosigue entre las paredes del Real Alcázar de Madrid, de frente a un caballete que inmortalizó en «Las meninas». En 1657, el pintor expresó su deseo de volver a Roma, a lo que Felipe IV, que debía acordarse de su poca diligencia a la hora de volver a Madrid, no accedió de ningún modo. Fue, probablemente, un último intento por encontrarse con su hijo Antonio y regresar a la ciudad en la que vivió tres apasionantes años.

El «esclavo» al que dio la libertad en Roma

Otro de los personajes importantes en la vida y la etapa romana de Velázquez fue Juan de Pareja. La «esclavitud» era en el siglo XVII una forma particular de relación de producción que terminó expandiéndose especialmente por los ambientes artísticos sevillanos que Velázquez solía frecuentar. El pintor barroco tuvo un esclavo malagueño de origen morisco conocido como Juan de Pareja al que decidió conceder una carta de libertad el 23 de noviembre de 1650, durante su estancia en Roma. Ese mismo año pintaba su rostro en un retrato hoy famoso. La «liberatio» preveía que, no obstante, siguiera 4 años más al servicio de Velázquez, si no cometía ningún delito. Curiosamente, el antequerano retratado por su «amo» no limitó sus labores al ejercicio silencioso de la obediencia, sino que tuvo la oportunidad de ser pintor y llegó a firmar actas notariales en nombre del sevillano. Con los ojos bien dirigidos y la cabeza ligeramente alzada, Juan de Pareja aparece en este cuadro que terminaría siendo subastado en 1970 por la prestigiosa galería londinense Christie’s y convirtiéndose en uno de los principales reclamos de la Hispanic Society de Nueva York.

Archivado en: