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Cine

Laura Ferrés contra la condescendencia

La directora acaba de estrenar "La imatge permanent", con la que pasó por Locarno, ganó la Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid, e inaugura su carrera en el largometraje

La directora Laura Ferrés, en el centro del montaje, acaba de estrenar "La imatge permanent"
La directora Laura Ferrés, en el centro del montaje, acaba de estrenar "La imatge permanent"EFE (NACHO GALLEGO) / LA AVENTURA

Es una actitud que se echa de menos en el cine contemporáneo, porque más que impostar su contrariedad para con la condescendencia, la directora Laura Ferrés (Barcelona, 1989), lo que naturaliza es ansia por inconformismo. «Es clickbait», comentaba esta semana citando un titular a colación de su espectacular ópera prima, «La imatge permanent». «Este ha sido mi primer coloquio borracha», escribía, también en su cuenta de Instagram recién salida de una presentación. ¿Se puede hacer cine reflexivo e invocar higiénicamente a las estrellas del rock? ¿Se puede ganar la Espiga de Oro y dedicarle una educada peineta virtual a uno de los críticos más respetados del país, poco amigo del fallo del jurado? Se puede. Y Ferrés, envuelta en un rosa peludo como el de Nastassja Kinski en «París, Texas», lo hace empíricamente en su cita con LA RAZÓN.

«No hace falta hacer una película autobiográfica para que la película sea personal. Veía muchas películas en las que las protagonistas se parecían a mí, con mi edad o trabajos parecidos al mío. Y no me interesaban lo más mínimo. Me conmueve más quien no se parece a mí», comienza a explicar una Ferrés que lleva cinco años trabajando en la película (desde que ganó el Goya al Mejor cortometraje por «Los desheredados») y que aquí se sirve de lo estrictamente "charnego" para contar una película caóticamente episódica: desde los humildes orígenes de su familia materna, hasta la abstracción de las ciudades dormitorio de la Barcelona contemporánea, «La imatge permanent» se contrae y se deforma en la compleja amistad que establecen dos señoras de mediana edad.

"La imatge permanent", Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid
"La imatge permanent", Espiga de Oro en la Seminci de ValladolidLA AVENTURALA AVENTURA

Cine de clases, clases de cine

«Para mí, estar vivo es algo un poco absurdo. ¿Qué hacemos aquí? Esa visión se mete en la película, porque creo que si no dejas entrar el humor en la película, no tienes una película seria», reivindica la directora, que a veces pareciera demasiado pendiente de las unidades de mensaje que invierte en la conversación. Y sigue: "Soy muy cinéfila, pero con referentes muy anárquicos. Mi madre me ponía películas de Hitchcock a los diez años, pero las películas que me enseñó mi padre eran "El bar Coyote" o "Godzilla", y con mis abuelas veía muchas telenovelas, que no dejan de ser melodramas», recuerda Ferrés, componiendo el imaginario de una película que salta a la comba con la elipsis y que, sobre todo, confía en la inteligencia de los espectadores, acaso su principal atractivo.

«La película tiene algo de melodrama, claro, porque intenté combinar lo popular con lo ensayístico. Tuve muy presente, por ejemplo, los escritos de David Foster Wallace sobre la mirada y imagen, sobre cómo somos percibidos», explica la directora sobre el punto de apoyo de su guion y el motivo por el que se encuentran ambas protagonistas, la necesidad de una de las protagonistas de buscar rostros «reales» (eufemismo de «pobres») para la campaña de un político. Esa es, en realidad, la imagen permanente que le interesa estudiar a la directora, la de la exposición continua de reflejarnos en tiempo real (por ejemplo, en las redes sociales): «Si todo se puede grabar y todo se puede revisar, nuestra cotidianeidad se vuelve absurda. Es increíble que puedas tener todo el registro digital de tu relación con un amigo o con una pareja. Es muy difícil estar en el presente, porque existe una tentación continua de volver al recuerdo. Es una simultaneidad muy extraña», apunta.

Ferrés, que trabajó como directora de casting durante años, pretende pues que «La imatge permanent» incida de algún modo como tesis contra el costumbrismo más canónico, el mismo que parece seguir (de manera irónica) la película por momentos: «La sociedad es clasista, y en el cine predomina gente de una sociedad alta que se ponen a hacer películas de una realidad que desconocen. De ahí surge un paternalismo que no me gusta nada. En mi caso, he intentado hacer un retrato más horizontal, porque me he acercado a personas próximas a mí y a mi clase social», añade convencida.

Y así, entregada a los formalismos propios del Festival de Locarno en el que fue presentada al mundo (cámaras fijas, fotografía de brutalismo humanista, hiperrealismo), «La imagen permanente» se presenta ante el espectador tan sincera, al menos, como es su directora: «Cuando una es una directora joven, se tiene que enfrentar a muchos paternalismos. ¿Por qué has rodado esto así? ¿Por qué no mejor de esta forma? La clave para superar todo eso es tener claro que no estás haciendo un encargo. Porque muchas veces las películas que llegan a buen puerto no son necesariamente las mejores, si no las que han tenido a alguien detrás con mayor perseverancia», se despide para oídos inquietos.