Literatura

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C. Card necesita una bala

«Un detective en Babilonia» recupera al famoso detective de Richard Brautigan

C. Card necesita una bala
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Richard Brautigan (Tacoma, Estados Unidos, 1935) publicó en 1967 el libro que le hizo mundialmente famoso, «La pesca de la trucha en América» (Blackie Books) y le convirtió en un ídolo de la contracultura norteamericana al lado de Bob Dylan, Allen Ginsberg o Jack Kerouac. Pero en los años 70 cambiaron los tiempos y se convirtió en una víctima de la misma época que le había consagrado como símbolo.

Las luces psicodélicas habituales en su generación tuvieron en su caso receta médica. A los veinte años lanzó una piedra contra la ventana de una comisaría para conseguir cama y comida. No contaba con que irían acompañadas de la ración de electrochoques que prescribía el diagnóstico de esquizofrenia paranoide: «Suficientes para iluminar un pueblo», diría más tarde. Cuando esa piedra marcó su vida definitivamente ya arrastraba una infancia sin padre y una madre que los abandonó, a su hermana y a él, en la habitación de un hotel de Montana, donde los acogió el cocinero del establecimiento. El resto de su vida fue una vertiginosa pendiente resbaladiza de fama, dinero, alcohol y mujeres que se precipitó finalmente en el vacío.

- Un ladrón de mendigos

El protagonista de «Un detective en Babilonia» es, seguramente, el mejor de sus personajes y el que más se identifica con su autor. C. Card es un detective de San Francisco en la más absoluta miseria que idea estratagemas absurdas para eludir el pago del alquiler y roba centavos a los mendigos callejeros. Cuando una misteriosa rubia le contrata para robar un cadáver del depósito y le exige que vaya armado, se encuentra con que no tiene dinero para comprar balas ni a quien pedir cinco míseros dólares porque debe dinero en dos kilómetros a la redonda. Pero afortunadamente existe Babilonia, el mundo soñado en el que se refugia para ser absolutamente feliz. Allí puede convertirse en quien más desee, ser un detective de éxito y ver correspondido su amor por una bellísima y sensual mujer llamada Nana-Dirat.

Tras un humor macabro que roza el absurdo y una feroz crítica de todo lo que le rodea se asoma tal dosis de ternura e ingenuidad que el lector acaba totalmente atrapado por este detective perdedor al que invitaría con gusto a comer o, mejor aún, con quien se iría encantado a Babilonia. Brautigan acabó con su vida a los 49 años con la ayuda de una Magnum 44. Aquel día sí había balas en su pistola. La leyenda dice que dejó una nota: «¿Menudo caos, no?».