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Cierra la boca

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Dominick Dunne (1925-2009) productor de cine y escritor, se hizo famoso cubriendo algunos de los juicios más celebres de los Estados Unidos. Uno de ellos fue el de un sobrino del presidente Kennedy acusado de violación. Dicho juicio es la inspiración de esta novela protagonizada por los Bradley, una familia católica de origen irlandés, rica y poderosa. Uno de los hijos, el encantador y guapo Constant, está destinado a ser presidente, pero su futuro se tambalea al ser acusado de un crimen que se cometió veintidós años antes.

El narrador, testigo y protagonista es Harrison Burns, un escritor amigo de la infancia, un chico de origen mucho más humilde deslumbrado durante un tiempo por el esplendor de los Bradley. «Estás asistiendo a la forja de una dinastía desde una posición privilegiada. Acuérdate de todo, qué es escribir sino reflejar lo que ves», le dice un personaje de la novela, y al cabo de los años Harry se convierte en un incómodo espejo que reproduce la realidad de una clase social extremadamente rica que intenta ejercer un control absoluto sobre las personas que les rodean y lavan sus trapos sucios repartiendo dinero para cerrar las bocas que molestan. A veces, incluso, suelen construir espléndidas bibliotecas universitarias. En varias ocasiones se cita a «El gran Gatsby». Hay en este libro algo de esa fascinación y melancolía que late en el libro de Fitzgerald, pero aquí el ambiente y la descripción de una forma de vida se entreveran con el juicio, que ocupa buena parte de la novela.

El lector se encuentra finalmente atrapado en dos aspectos: la descripción de una forma de vida que se hace reconocible a través de algunos detalles, como la entrada a la misa de los domingos de la familia «presidenciable», supuestamente ejemplar y de apariencia encantadora, y una intriga que se plantea en las primeras páginas y se mantiene hasta el final, sin decaer, aunque intuyamos el desenlace, lo que dice mucho sobre la habilidad de Dunne.