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¿De quién es esta pierna?

¿De quién es esta pierna?
¿De quién es esta pierna?larazon

Si las dos primeras novelas de Robert Galbraith fueron saludadas con admiración crítica, especialmente la primera, «El canto del cuco», y con reservas la segunda, «El gusano de seda», no puede decirse lo mismo de la tercera, «El oficio del mal», recién traducida en España. Advertir que se deben a la prolífica pluma de J.K. Rowling nada añade ni quita a esta saga policíaca. Con los mismos personajes ya cuajados, el detective Cormoran y su ayudante Robin, la escritora plantea una historia realmente siniestra de un asesino en serie que descuartiza a sus víctimas y envía a la secretaria de Cormoran la pierna de una mujer asesinada. No es que sea muy original el planteamiento, pero Rowling es efectiva a la hora de crear una intriga interesante, punto de partida para una investigación prometedora de sus dos protagonistas. Volver al mundo del detective, con su pierna postiza, su imponente aspecto de boxeador poco sociable y su afición a la comida basura resulta placentero, hasta que el relato deriva en una confrontación entre el investigador, su secretaria y el novio de ésta, en vísperas de su enlace matrimonial. Suspicacias, enfados y reconciliación se ventilan durante trescientas y pico páginas de visita por el Reino Unido en busca de tres posibles ex compañeros de Strike, sospechosos de haber cometido estos crímenes. Demasiadas páginas para una intriga tan pobre.

Si el anterior título de Galbraith pecaba de un exceso de verbosidad y abuso de forma cansina del callejero de Londres como una guía, en ésta se ha dejado llevar por su pasión viajera. Los bonitos paisajes escoceses, Edimburgo, y la parte noroccidental de la isla quedaría muy bien en un libro de viajes pero resulta aburrido en una novela de intriga, crímenes atroces y suspense, que se ve diluida hasta perderse en excesos costumbristas.

Frikis fantasiosos

Entre medias, y ligado al descuartizador de mujeres que buscan, el narrador plantea una extraña parafilia, la acrotomofilia, un «trastorno de identidad de la integridad corporal», que por un momento dota a la trama de una dimensión escalofriante y singular. Parece broma, pero Cormoran es admirado por estos friquis que fantasean con ser paralíticos, al creer que se ha cortado voluntariamente la pierna, y una de las chicas asesinadas ha intentado ponerse en contacto con el detective pensado que es un «transcapacitado» y podría aconsejarle cómo y dónde amputarse. Pero todo se va diluyendo en una investigación larga y aburrida, que acaba desembocando en una decepcionante resolución del enigma. Ante lo escuálido del nudo argumental, el lector ha dejado de interesarse por la problemática de los protagonistas. Cuando finalmente descubre quién es el asesino y los motivos que le llevaron a cometer los macabros crímenes, el «despago» es similar al esfuerzo ímprobo de leer este tocho deslavazado y carente de interés. Que un tópico relato en forma de monólogo interior muestre la maldad del asesino pone al descubierto que la autora prefiere reflejar la vida cotidiana de los personajes que afinar en el difícil arte de construir una intriga sólida, situaciones de peligro que generan suspense y un desenlace electrizante. El difícil arte de la novela policíaca.