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Los espías que ganaron la guerra...

En «La historia secreta del Día D», Ben Macintyre explica cómo los agentes engañaron a Hitler sobre el desembarco de Normandía

Instante en el que las tropas estadounidenses están a punto de desembarcar en la playa de Omaha
Instante en el que las tropas estadounidenses están a punto de desembarcar en la playa de Omahalarazon

Para la Historia con mayúsculas, el general Eisenhower y el general Montgomery, junto con sus ejércitos, fueron los héroes del desembarco de Normandía. Sin embargo, su éxito militar se sustentó sobre el pilar del trabajo de hombres y mujeres hasta ahora anónimos , que durante años utilizaron todo tipo de argucias para engañar a los servicios secretos de Hitler, ofreciendo datos falsos como ciertos, que fueron vitales para el triunfo de los aliados. En «La historia secreta del Día D», Ben Macintyre escribe un tan exhaustivo como apasionante retrato de los espías que quebraron el frente en apariencia más sólido del nazismo: sus servicios secretos.

–Antes de la guerra, la mayoría de estos «superespías», como usted los llama eran unos hedonistas despreocupados que daban la espalda a lo que estaba ocurriendo en Europa. Y de repente se convierten en espías.

–Sí, aunque ninguno de ellos tenía esa intención. La excepción es «Garbo», pero el resto se puede decir que se encontraron con esta misión. Lo único que tenían en común es que fueron formados por los servicios de inteligencia alemanes. Después, cambiaron sus fidelidades. Se convirtieron en agentes dobles y trabajaron para los ingleses. Los motivos son diferentes: unos por convicción personal, otros por amor a la aventura, algunos porque estaban atrapados en una circunstancia vital de la que no podían escapar, por dinero... Me fascinan porque no son héroes unidimensionales.

–Dice que fueron entrenados por los servicios secretos alemanes... ¿Eso quiere decir que eran los mejores del mundo en ese momento?

–No, la realidad es mucho más compleja y apasionante. La gente me pregunta muchas veces cómo los nazis fueron tan estúpidos como para tragarse sus mentiras. No es así. Las razones últimas es que en los servicios de inteligencia alemanes reinaba la corrupción, el dinero iba de mano en mano y no precisamente para combatir a los aliados. Luego había un interés explícito para mantener intacta la figura del espía doble. ¿Por qué? Si se sabía que uno de ellos era un agente doble, el responsable de las actividades de ese espía sería mandado al frente del este, lo que nadie quería. Y no hay que olvidar que en la cúpula del poder de los servicios de inteligencia había muchos agentes que conspiraban activamente contra Hitler y permitían deliberadamente que las mentiras se convirtieran en información fiable. Menospreciaron el valor que Churchill le daba al espionaje y a la mentira como arma.

–Bueno, y también que los nazis, en su locura asesina, eran unos prepotentes...

–Y totalmente sumisos a la voluntad de Hitler. Cuando el «führer» creía algo, nadie se lo discutía, es más, trabajaban para recrear esa creencia, da igual que fuese falsa o cierta. Hitler creía que el desembarco aliado iba a ser en Calais. Estructuraron todas las informaciones para avalarlo. Ésa fue la principal debilidad del nazismo.

–El caso de Dusko Popov y Johnny Jebsen es fascinante. Pasaron de ser unos vividores de moral esquiva, a quienes sólo les interesaba las mujeres y la juerga, a acometer un trabajo tan complejo... Eran unos inconscientes.

–Absolutamente. Ninguno quería ser espía, pero era la forma más fácil de participar en la guerra sin estar en el frente. Una vez metidos en su tarea, la realizaron con eficacia y disfrutaron del placer de engañar al enemigo. Eso casi nunca se cuenta en los libros de historia: que algunos de sus protagonistas disfrutaron con su trabajo.

–Un ejemplo especialmente conmovedor es el del polaco Czerniawski.

–Fue una personalidad fascinante. Era el único con formación profesional para ser espía. Su primera lealtad era Polonia. De hecho hubiera sido capaz de traicionar a Gran Bretaña si él hubiese creído que eso beneficiaba a su país. Su apodo, Bruto, era muy adecuado, porque siempre existía el riesgo de que les apuñalara por la espalda. Era imprevisible. Y bastante peligroso.

–Es asombroso como hicieron creer que los aliados desembarcarían en Calais. Fue un ejercicio de ingeniería mental...

–Yo no podría decirlo mejor. Es una gran definición porque gestionaron un grandísimo escenario en el condado de Kent. Montaron un gran espectáculo con objetos, actores que representaban a militares, tanques de goma... Lo único que no valoraron es que, con el viento, los tanques volaban, pero eso pasó inadvertido para los alemanes.

–Después de haber estudiado todos los archivos que desclasificaron los británicos hace cinco años sobre estas personas, ¿qué cualidades debe tener un espía?

–Dentro de que están muy mitificados, algo que no me extraña porque se movían en unos entornos que son atractivos de por sí, un gran espía no se diferencia de un actor. Por eso «Garbo», por Greta, era un nombre en clave perfecto para Juan Puyol. Como los actores, se necesita una valentía que no sea impetuosa, al contrario, tiene que ser muy relajada y con mucho temple. La misma que necesita un intérprete cuando se sube a un escenario para poder mentir y tener la habilidad de crear un mundo falso que parezca, que sea en ese momento, verdadero. También conlleva una voluntad decidida de arriesgar su vida delante de los propios espectadores. Es lo que hacían y hacen los espías sin que les tiemble el pulso.

–¿Se puede decir que los que participaron en la II Guerra Mundial fueron los últimos románticos del oficio?

–Sí, porque raramente asesinaban. Confiaban todo su poder en su mente y en su ingenio. Normalmente evitaban la violencia. Disfrutaban con lo que hacían, de sus experiencias. También eran algo vanidosos porque se veían como unos actores dentro de su propio drama. Los espías de la Guerra Fría están en el polo opuesto. Eran unos profesionales en el sentido más negativo de la palabra. Aparentemente no tenían sentimientos. Ahora estoy escribiendo un libro sobre ellos y eran muy diferentes: brutales, fríos, calculadores, prácticos. Para ellos era un negocio.

La increíble historia de «Garbo»

Para los alemanes fue «Arabel» y para los británicos «Garbo». Juan Puyol era un doble agente español que fue clave en el éxito del desembarco de Normandía. Para Macintyre es sin duda «un personaje maravilloso. Cuando no pudo ir a Gran Bretaña, como era su idea, se instaló en Lisboa, desde donde informaba a los alemanes sobre lo que estaba ocurriendo en un país que ni siquiera conocía. Ya en Londres, se comporta como un novelista: les cuenta historias que nunca ocurrieron, crea la identidad de 27 subagentes, se inventa sus vidas, cómo era su familia, en qué trabajaban...». El trabajo de desinformación de «Garbo» engañó totalmente a Hitler.

El detalle

UN PERIODISTA EN LAS CLOACAS DEL PODER

No ha perdido el tiempo Ben Macintyre. Tras trabajar como corresponsal en Nueva York, París y Washington para el periódico «The Times», ahora es columnista y editor del diario. Es un apasionado de las cloacas del poder en las que trabajan los espías. Es autor de «El agente Zig Zag. La verdadera historia de Eddie Chapman, el espía más asombroso de la II Guerra Mundial» y «El hombre que nunca existió. Operación carne picada». Tras abordar la labor esencial de los espías en el desembarco de Normandía, está preparando un libro sobre los espías de la Guerra Fría, en especial de aquellos que, en la Europa occidental y en Estados Unidos, le hicieron un servicio impagable, o si se prefiere muy bien pagado, a la ya extinta Unión Soviética.