Novela

Qué pedante eras, piazzese

Qué pedante eras, piazzese
Qué pedante eras, piazzeselarazon

Hay autores que merced a su protagonista te caen gordos. Éstos transmiten a su héroe, en este caso el detective aficionado y biólogo Lorenzo La Marca, su propia idiosincrasia, aunque siguiendo los juegos de palabras del autor palermitano diría «idiotisingracia». El problema de Santo Piazze en «Asesinato en el jardín botánico» es su pedantesco esnobismo. Puede parecer reduccionista, pero para cualquier lector de novela policiaca, el tan cacareado y aburrido «noir mediterráneo», toparse con un escritor que trufa cada frase con altisonantes adjetivaciones, referencias culteranas y abuso de citas del cine clásico policiaco y música de jazz, tópicos que utilizaran primero Jean-Luc Godard y la Nouvelle Vague y luego estableciera como memeces progres Woody Allen, hace saltar todas las alarmas.

El lector se enfrenta a un escritor con logorrea desatada, que echa mano de la intertextualidad como pirotecnia verbal para una exhibición impúdica de su yo novelesco. Pues existe una correspondencia íntima entre el narcisismo compulsivo del personaje y el de Piazzese: ambos son biólogos, el fondo de armario cultural es generacional, la pulsión autobiográfica es patente, al modo de la novela de formación, y la nostalgia de «lo que pudo haber sido y no fue» tiene los mismos componentes nostálgicos de Vázquez Montalbán, tomados por los autores sicilianos como inspirador de una nueva forma de entender la novela policiaca tras el aburguesamiento de los comunistas mediterráneos.

Stendhal progre

El daño que hizo Raymond Chandler tras su mitificación por la izquierda caviar se debe sin duda a Montalbán, no sin antes sucumbir a todos los tópicos intelectualoides de Woody Allen, iniciados con «Sueños de un seductor» (1972) y seguidos por «Annie Hall» (1977) y «Manhattan» (1979). El resultado es ese «neo-noir» que se padece desde entonces.

Varios ejemplos serán suficientes. Uno: «La trompeta de Miles (Davis) me dejó un abismo de pena entre la epiglotis y el píloro». Dos: «Sus pupilas de un color acuoso, empujadas contra los cristales azulados de las gafas Lozza por el vacío neumático de atrás, parecía dos granos de uva catarratto afectadas de peronóspora». Tres: «Tenía un aspecto single y deprimido de una psicoanalista freudiana pura en un congreso de lacanianos impuros». Santo Piazzese es un autor de un pimpante narcisismo enfermizo, similar al de su antipático protagonista, Lorenzo La Marca, al que define como «ex sesentayochista culto, inteligente, refinado, irónico y consciente». El sarcasmo, la autocomplacencia y la suficiencia intelectual abundan hasta el punto de resultar insufribles en detrimento de la trama, que se pierde en ese piélago pedantesco hasta desaparecer. Lo que tampoco debe importarle al autor, y sí al sufrido lector, no afectado por el síndrome de Stendhal progre. Porque la trama es de chichinabo, como la de la mayoría de posmodernos de ese «noir mediterráneo» que tiene a Pepe Carvalho como ideal.

El autor cita la afición a la cocina del barcelonés con este juego de palabras: «Recetas con mucho Pepe y poco Carvalho –y sigue–. No tengo una chimenea donde quemar las obras de Vázquez Montalbán». Un año antes de «Asesinato en el jardín botánico» (1996), Andrea Camilleri publicó su primera novela en la que el detective Montalbano rendía honores al escritor español. Cierto que éste ha superado con creces al maestro homenajeado, pero no su reencarnación palermitana. En cuanto a la pretensión de convertir Palermo, como Vigatá, en un espacio novelesco, resulta lo más atractivo del relato, aunque peca de guía turística con el callejero en la mano.