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Vida en estado de descomposición

Vida en estado de descomposición
Vida en estado de descomposiciónlarazon

Agobiante, densa, perturbadora, opresiva... Su atmósfera puede remitirnos a «¿Qué fue de Baby Jane?» pero resulta más gráfico una imagen más bárbara: un puñado de felinos encerrados en un saco, antes de ser arrojados al río. Ésa es la sensación que deja en los huesos las páginas de esta maestra de extrañezas; fiera poeta, narradora extrema y magnífica traductora para la editorial Impedimenta. Acaso, sin temor a equivocarme, una de las diez voces más interesantes del panorama actual. Como García Márquez con su Macondo, Faulkner con su condado de Yoknapatawpha o Benet con Región, Pilar Adón ha creado la comunidad de la Ruche, una colectividad utópica basada en la libertad y la autorregulación que terminará por contaminarse. El idílico paraje en medio de ninguna parte se ve intoxicado por la dependencia que sufren sus personajes, hasta resultar violenta, asesina se diría. Las relaciones humanas son posesivas y bien lo sabe la autora de «Las hijas de Sara». Por ello vuelve a profundizar en la fiscalización de las emociones, las convivencias tóxicas, la imposibilidad de escapar de nuestros miedos hasta proyectarlos en otros.

La impresión que provoca es la misma que secarse con toallas mojadas. Su escuadra narrativa no hace pie por ningún flanco, porque es difícil encontrar argumentos de saldo en sus páginas. Toda su prosa genera la misma melodía introspectiva y lacerante, llamada a despertarnos del letargo: Violeta, encerrada con su dominante hermana en un cuartucho hediondo; Dora, intentando evitar que se fugue con un solitario joven del bosque, acosado por su pasado familiar. Alrededor de los tres palpita una comunidad con forma de colmena abandonada, donde sus pocos miembros se retiran a vivir como eremitas, en un intento de no juzgarse, pero nada es lo que parece. Porque el territorio de esta novela es el de aquello que nos confesamos pero nunca afrontamos ante terceros. Demasiado material en descomposición que no proviene sólo de los muchos invertebrados que aparecen –avispas, orugas... El propio título alude a un insecto que tiene el ciclo vital de un único día–, porque la naturaleza es la principal protagonista. El resultado es una novela dura como el mármol y permeable como la arcilla, que avanza deliberadamente morosa con una gracia indefinible que sólo el agua posee. En ocasiones, como si de un arroyo en pleno deshielo se tratara, otras como el sirimiri, y las más de las veces como la cáustica gota malaya.