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Michalsen sabe cómo pillarle el punto a la coma

El profesor noruego publica un ensayo sobre el uso de los signos de puntuación y se introduce en la repercusión que estos tuvieron en la Historia
LENA KORSNES

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Solo porque no es lo mismo decir «mientras me desvestía, María, mi esposa, entró en el dormitorio» que «mientras me desvestía María, mi esposa entró en el dormitorio», conviene saber cuándo poner o no las comas. Por ello, y por mucho más, Bård Borch Michalsen propone en su ensayo Píllale el punto a la coma (Espasa) una guía de aprendizaje sobre cómo usar los signos de puntuación y, además, destapa cómo estos cambiaron la propia Historia. Entre los ejemplos del pasado, el autor acude, entre otros, a Victor Hugo, al que hasta le sobraron las palabras al poco de publicar «Los miserables». El escritor envió un telegrama a su editor para saber cómo iban las ventas y no se fue por las ramas, fue muy conciso: «?». La respuesta fue tan escueta como ilusionante: «!». Breve, sin palabras, pero estaba todo dicho, el libro era un éxito. Aun así, explica, «los primeros signos de puntuación los encontramos 2.200 años atrás, cuando fueron utilizados en Alejandría».
Fue el bibliotecario Aristófanes el que colocó el primer punto doscientos años antes de que surgiera la figura de Cristo. Lo puso en la parte superior tras concluir un pensamiento completo, introduciendo de esta forma el signo más importante y que ya jamás ha desaparecido. Sin embargo, no fue hasta el siglo IX cuando el punto se desplazó a la parte inferior, donde se mantiene a día de hoy. Así Aristófanes daba con el primer sistema de puntuación, antecesor de la coma, que era una pausa breve, aunque su uso fue confuso durante cientos de años: «Debe colocarse para separar los componentes del texto que guardan relación entre sí pero que no están vinculados de manera absoluta (...) Nunca te dejes embaucar por la llamada coma criminal, que es aquella que se pone entre el sujeto y el verbo o entre el verbo y el objeto (...)», advierte en sus Mandamientos Generales.
La mala utilización de esta ha provocado leyendas como la de un nacionalista irlandés (recogida en el libro), ahorcado a causa de un desacuerdo sobre la ubicación de una coma, o la de la zarina rusa que salvó la vida de un delincuente cambiando el signo de un telegrama del zar que decía «Indulto imposible, enviar a Siberia» por «Indulto, imposible enviar a Siberia».
Y en todo el debate «comístico» sobresale el nombre del italiano Manuzio, tipógrafo, humanista, redactor, editor y traductor que, como recoge el noruego, representó para la cultura escrita «lo mismo que Steve Jobs para el desarrollo de la realidad digital». Fue quien colocó la primera coma moderna y el primer punto y coma. «Inventó el software y las habilidades. Gutenberg hizo el hardware, pero sin Manuzio y su forma de pensar y desarrollar signos y convenciones sobre cómo usarlos, la invención de Gutenberg hubiera sido menos valiosa. ¿Cómo podemos usar una computadora sin software sofisticado?», explica. Y así, determinó (en 1494) cómo debían de colocarse estos símbolos en un texto impreso, además de elaborar las reglas de la puntuación moderna basadas en la gramática y cuyo propósito no era más que facilitar la lectura y mejorar la comunicación.
No titubea Michalsen a la hora de hablar de la coma como «mi signo favorito»: «Puede usarse para expresar pequeños matices, aclarar las oraciones y expresar emociones. Para usarla (igual que cualquier otro signo), se deben conocer algunas reglas básicas. Si lo hace, utilice la coma para expresarse. Este es realmente un punto principal para mí, que la puntuación no se rija por unas normas estrictas; es una forma de pensar y de comunicar». Toda una filosofía, puntualiza.
Aunque no vayan a creer que el escandinavo quita peso a las palabras, «nunca sobran, ¡pero por supuesto que es posible expresar mucho con símbolos!», clama. «Es lo mismo que con el lenguaje corporal y los gestos, que podemos expresar mucho, pero tienen limitaciones. Aunque la historia de Victor Hugo sea graciosa, sin duda necesitamos del lenguaje». Ni siquiera lo emojis podrán con él, aunque defiende que todavía pueden ganar mucho terreno: «Cuando nos comunicamos en privado y a través de Messenger, WhatsApp, etc., probablemente usaremos aún más emojis que ahora, pero la escritura profesional (los negocios), como escribir, artículos de periódicos, informes científicos... no cambiará mucho», escribe un Michalsen que en sus correos intercala las palabras con los guiños [;)].
Para el profesor de la Universidad Ártica de Noruega, el idioma es un «organismo vivo» que se desarrolla para «comunicarse aún mejor en el futuro». Y, sin restarle importancia a las academias, reconoce que la verdad del lenguaje está en la calle, «en su inteligencia», porque es aquí desde donde es capaz de influir hasta en el lenguaje científico, el cual también se deja empapar de «periódicos y publicidad», dice: «Escriba ¡corto! ¡Diga las conclusiones más importantes primero! ¡Sé concreto!», defiende.
  • Píllale el punto a la coma (Espasa), de Bård Borch Michalsen, 208 páginas, 17,90 euros