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Victor Hugo a George Sand: “Aprovecho que eres mujer para arrodillarme frente a ti y besarte los pies”

LA RAZÓN accede a las cartas cruzadas entre los dos escritores y que están actualmente en venta en una galería

Una imagen de Victor Hugo, autor de "Los miserables"
Una imagen de Victor Hugo, autor de "Los miserables"larazon

“Lloro a una muerta y saludo a una inmortal. La he amado, admirado y venerado. Hoy la contemplo en la augusta serenidad de la muerte. La felicito porque lo que ha hecho es grande y le agradezco que lo que ha hecho sea bueno”. Con estas sentidas palabras, el escritor Victor Hugo despedía a la autora George Sand durante su funeral, el 10 de junio de 1876. Entre ellos había surgido una gran amistad que se tradujo en un epistolario que en estos días está viendo la luz en una galería francesa. Son los mejores documentos, muchos de ellos desconocidos hasta la fecha, que se tienen para reconstruir aquella amistad.

Lo primero que salta a la vista es el hecho de que existía una confianza mutua, especialmente en asuntos literarios. Para Sand era valiosísima la opinión de Hugo sobre sus escritos y viceversa. George Sand, cuyo verdadero nombre era Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, fue una de las narradoras más celebradas del siglo XIX, aunque no lo tuvo nada fácil precisamente por ser mujer. Su vida personal fue juzgada con malos ojos por una sociedad excesivamente conservadora que no quiso apoyar a una mujer que se separaba de su marido y lograba la custodia de sus dos hijos. Tras la ruptura matrimonial, dudó en dedicarse a la pintura pero encontró en la literatura el medio que buscaba para expresarse artísticamente. Sand se construyó una imagen vistiendo ropa masculina y fumando, lo que en ese tiempo fue visto como una provocación. Pero mientras algunos optaban por juzgarla por motivos extraliterarios, también hubo quien quiso reconocer su valía como narradora. En este sentido, fue Victor Hugo, uno de los grandes novelistas de su tiempo, quien se convirtió en uno de sus principales apoyos.

El 3 de abril de 1862 se publicaba “Los miserables”, la obra maestra de Hugo. Poco después, el día 17, Sand redactaba una carta agradeciendo la recepción de un ejemplar dedicado de la novela y añadía algunos comentarios. “Alabarte no es adecuado, ¿verdad señor”, escribía Sand en el inicio de su carta para apuntar que “esta mueca de dolor y miedo, la hago a menudo cuando te leo; la desesperación de tu pensamiento sobre la pobre raza humana a menudo me hace sangrar el corazón, y necesito recordar que estás librando una guerra heroica y amarga contra nuestras abominables instituciones represivas, nuestros despiadados prejuicios, por mi bien. Abstenerse de quejas e incluso de reproches. Pero tú nos consolarás; en el resto de estos terribles relatos nos mostrarás que no eres el malvado Dante que inventa el infierno, sino también el buen Virgilio que muestra el camino al cielo. Nos dirás que podemos rehabilitarnos y calmarnos antes de la próxima vida, no solo con una cruz en el pecho y la palabra de un buen sacerdote, sino por la fuerza de las creencias y el predominio de la virtud... ¡No maldecirás esta pobre tierra donde uno podría ser feliz y bueno si supiera! No nos dejarás lidiando con la idea de que no hay paz hasta la hora en que caigamos en manos de los verdugos y no nos volvamos a levantar. Abogo por la causa de mi utopía: bien, posible desde esta vida sin sufrimientos insoportables (..). Me dejarás gritar en el desierto, si tu genio ha soportado la implacable sentencia. No te leeré menos con respeto religioso por esta plenitud de fuerza y esta altura de voluntad que te hacen tan grande”.

Es la misma admiración que Sand le había mostrado un poco antes a Hugo cuando el escritor dio a imprenta “La leyenda de los siglos”, donde recorre la historia del mundo de la mano de algunos de sus protagonistas. Sand escribió esta nota el 10 de diciembre de 1859: “No tenemos derecho a juzgarte, eres el poder que se impone (…). A menudo me asusto cuando te leo, y a veces digo: ¿puede ser? Pero estás ahí para responder: alguien puede, hay alguien aquí, soy yo. ¡Qué fuerza en ti, qué imaginación, qué esplendor y abundancia de riquezas! Este libro es el océano lleno de perlas y arrecifes, tesoros y monstruos. Hay muchas cosas que dan miedo y que te siguen hasta el sueño, pero ¡qué rayos espléndidos a través de esta tormenta (…)! Guardé tu libro durante un mes sin querer leerlo. No estaba en condiciones de leerlo bien, había ruido a mi alrededor y no había meditación. Nada tuyo puede pasar sin suscitar discusiones tormentosas, es tu privilegio, y no puedo soportar las palabras alrededor de un monumento que está ahí como el Moisés de Miguel Ángel, silencioso y triunfante”.

En la colección de cartas que ha podido consultar este diario también hay manuscritos de Victor Hugo dirigidos a George Sand. Es el caso de una nota de 1857, cuando el escritor se encuentra exiliado en Guernsey y ha recibido de su amiga todo el apoyo: “Tu noble carta me llega y me mueve en el fondo de mi alma. Encuentro allí toda la serena altura de tu admirable espíritu. Quiero darte las gracias de inmediato. Piensa en mí a veces, y de vez en cuando ponte al lado de mi oscuridad. Lo sentiré. Hay rayos en tu mirada. Pongo mi respeto y admiración a tus pies. Victor Hugo”. En otra, incluso, Hugo no se corta y trata de seducir a su amiga al redactar que “eres una luz alta. Mi alma necesita la tuya. Eres dulce tanto como sublime, y aprovecho que eres mujer para arrodillarme frente a ti y besarte los pies. VH”

Cuando George Sand recibe la noticia de la muerte de Adèle Hugo, esposa del autor de “Nuestra señora de París” envía unas líneas de pésame. Victor Hugo responde y agradecido con esta nota tan significativa: “Oh gran corazón, sí, llora este gran corazón. Tú estás en la gloria, ella está en la luz. Beso tus manos, VH”

Por las cartas sabemos que Victor Hugo también juzgaba los textos de su amiga con sinceridad. Eso es lo que nos encontramos en una nota del 22 de febrero de 1862 donde habla de su jardín literario: “Me preguntas dónde estoy. Todavía en el campo, haciendo historia natural y mil cosas íntimas con mi hijo que hizo un gran viaje el verano pasado. Cultivo para mí, mi pequeño jardín literario como dice Dumas, y la expresión me agrada mucho, a mí que soy una enamorada de la botánica. Mis novelas son páginas de herbario y si te gustan, estoy feliz y orgulloso de ellas, pero no intoxicada hasta el punto de engañarme en cuanto a la utilidad de lo que una es libre de publicar en este momento en Francia. Mi tendencia a la holgazanería intelectual es quizás un estado de gracia (…). Pero para que yo me sienta un poco mejor conmigo misma, otras personas tienen que hacer grandes cosas, y espero con ansias un nuevo rayo tuyo. Este pequeño jardín necesita grandes rayos de sol, y no puedo darle ninguno”.

La colección consultada por este diario concluye con una breve carta, la que Victor Hugo escribe a Maurice Sand tras saber de la muerte de su madre George: “Estoy, señor, muy conmovido por su noble carta. Sea el hijo digno de la grande. Mi corazón es pesado. Pienso en esta alma. Ella está en la luz. Presiono sus manos en las mías. Victor Hugo”.