Terror en el gigante asiático

Gulbahar Haitiwaji, víctima de un gulag chino: “Nuestras almas están muertas”

Perteneciente a la etnia uigur afincada en la región de Xinjiang, relata en un libro que llega ahora a España cómo sobrevivió a un campo de “reeducación” chino para uigures

Más de un millón de uigures han sido deportados a los campos de "reeducación" chinos
Más de un millón de uigures han sido deportados a los campos de "reeducación" chinosHuman Rights Watch

«En los campos [de concentración], la vida y la muerte no significan lo mismo que en otros lugares. Cien veces pensé, cuando los pasos de los guardias nos despertaron en la noche, que había llegado el momento de ser ejecutados. Cuando una mano empujó con saña una maquinilla a través de mi cráneo y otras manos me arrancaron los mechones de cabello que caían sobre mis hombros, cerré los ojos, empañados por las lágrimas, pensando que mi fin estaba cerca», escribe Gulbahar Haitiwaji. Se trata de una de las supervivientes de los centros de detención que el régimen chino ha construido en la región de Xinjiang, ubicada al noroeste del país, para cometer todo tipo de atrocidades contra la minoría musulmana uigur.

Pese a las denuncias de la comunidad internacional y de organizaciones humanitarias, el gigante asiático continúa expandiendo su extensa red de campos de concentración violando sistemáticamente todo tipo de derechos humanos. Inicialmente, Pekín negó rotundamente la existencia de estos campamentos. Pero luego afirmó que las instalaciones –que comenzaron a construirse en 2016– son «centros de capacitación vocacional» voluntarios donde las personas aprenden habilidades laborales, el idioma chino y leyes. Ahora, el régimen del cada vez más poderoso Xi Jinping insiste en que son necesarios para prevenir el extremismo religioso y el terrorismo.

El libro El gulag chino, escrito en coautoría con la periodista de «Le Figaro» Rozenn Morgat, llega ahora a España de la mano de Ariel. Durante tres años, Haitiwaji, de la minoría uigur musulmana de habla turca, vivió un auténtico infierno: presenció torturas, hambre, lavados de cerebro e incluso esterilizaciones forzadas. Todo comenzó con una llamada telefónica. El hombre al otro lado de la línea dijo que trabajaba para la compañía petrolera donde Haitiwaji había desarrollado su carrera. «Somos del departamento de contabilidad», explicaron. Su voz no le resultaba nada familiar. Era noviembre de 2016 y había estado de baja sin sueldo de la empresa desde que salió de China para mudarse a Francia, donde llevaba residiendo ya diez años. «Debe regresar a Karamay para firmar los documentos de su próxima jubilación, señora Haitiwaji», le dijeron. Karamay era la ciudad en la provincia china occidental de Xinjiang donde trabajó para una compañía petrolera durante más de 20 años.

Madre de dos hijas, Haitiwaji (nacida en 1966) era ingeniera, como su esposo, y comenzó a trabajar en la década de 1980. La discriminación contra los uigures ya estaba profundamente arraigada en ese momento y, profesionalmente, sus perspectivas eran escasas. En 2002, su marido, que ya no podía soportar la situación, decidió irse y buscar trabajo en el extranjero. Primero fue a Kazajstán y luego a Noruega, antes de establecerse en Francia, cerca de París, donde solicitó asilo y, cuatro años después, trajo a su esposa e hijas, tal y como revela el canal de televisión France 24. Con el tiempo, la familia había logrado labrarse una nueva vida. Pero en noviembre de 2016 todo cambió con esa llamada.

Haitiwaji, entonces de 50 años, tenía un mal presentimiento. Sabía que los uigures exiliados estaban siendo observados y que en Xinjiang, la represión estaba en pleno apogeo. Pero el hombre al otro lado del teléfono insistió en que era urgente, por lo que decidió irse a China. El plan era estar tan solo dos semanas. Pero se convirtieron en tres años de torturas. Como había intuido, todo era una trampa. Poco después de llegar, fue arrestada y llevada a la comisaría de policía de Karamay, donde le mostraron una foto de una joven que conocía muy bien: una de sus hijas, Gulhumar.

«Estaba posando frente a la Place du Trocadéro en París, envuelta en su abrigo negro, el que le había regalado. En la foto, ella estaba sonriendo, con una bandera en miniatura de Turkestán Oriental [el nombre usado por los uigures para designar a Xinjiang] en la mano, una bandera que el gobierno chino había prohibido. Para los uigures, simboliza el movimiento independentista de la región. Fue al final de una de las manifestaciones organizadas por la rama francesa del Congreso Mundial Uigur, que representa a los uigures en el exilio y denuncia la represión china en Xinjiang», escribe Haitiwaji en su libro. Las autoridades chinas acusaban a la hija de terrorismo y ella, como madre, tenía que pagar por ello. Fue encarcelada y aislada de su familia. «Nada en Xinjiang es como en el resto de China. Hacer desaparecer a alguien sí es posible. Peor aún: es fácil», relata en un extracto del libro publicado por France 24. Durante varias semanas estuvo encerrada en una celda y comenzaron los abusos. La consideraban una criminal sin saber por qué.

En junio de 2017, las autoridades trasladaron a Haitiwaji a «una escuela», un centro de reeducación donde los profesores pretenden «erradicar el terrorismo islamista» de la mente de los uigures. Según Amnistía Internacional y Human Rights Watch, más de un millón de uigures están siendo o han sido deportados a estos campos. Los reclusos allí son sometidos a un lavado de cerebro intensivo. Se les prohíbe hablar su idioma nativo y las cámaras los vigilan constantemente en sus celdas, los pasillos e incluso en los baños. Los días se dedican a lecciones de historia china y declaraciones que glorifican al presidente Xi Jinping. La propaganda es constante.

Por otra parte, Haitiwaji se vio también obligada a participar en el entrenamiento militar: «Físicamente llevados hasta el límite, ya no teníamos ganas de hablar. Nuestros días estaban marcados por el chirrido de los silbatos de los guardias, al despertar, a la hora de comer, a la hora de acostarse», recuerda quien asegura que sus «almas estaban muertas».

Las mujeres también fueron enviadas para ser vacunadas, pero, según Haitiwaji, en realidad estaban siendo esterilizadas. Ella se dio cuenta de ello al hablar con otras reclusas: «Durante el tiempo libre, muchas confiaban en mí, avergonzadas de que ya no tenían la regla. Dijeron que su menstruación se detuvo justo después de la vacunación... Yo, que ya dejé de tener mi período, traté de tranquilizarlas. Pero, en el fondo, un pensamiento terrible comenzaba a tomar forma: ¿nos están esterilizando?». Según una investigación publicada por AP, el Gobierno chino ha estado sometiendo a mujeres uigures en Xinjiang a pruebas de embarazo y obligándolas a colocarse DIU, esterilizarse o abortar.

En noviembre de 2018, dos largos años después de su arresto y al final de un juicio sumario de nueve minutos, Haitiwaji fue sentenciada a siete años de prisión. La frase la dejó convertida en «no más que una sombra» de sí misma, un fantasma: «En las vueltas del campamento, aislado del resto del mundo, mi perseverancia se desmorona. La rutina agotadora se repite una y otra vez, formando un día largo y agotador». Pero a miles de kilómetros de distancia, su familia luchaba por tener noticias de ella y, lo que es más importante, lograr su liberación. Su hija Gulhumar decidió hablar públicamente. En febrero de 2019 lanzó un primer llamamiento en France 24. «Mi hija aún no lo sabe, pero acaba de desencadenar hostilidades. Habló abiertamente y acusó a China de trato inhumano. Ella es la primera víctima colateral de la represión de Xinjiang en hacerlo. Las consecuencias son iguales en tamaño al riesgo que ella tomó: gigantescas», dice su madre en el libro. La diplomacia finalmente se puso en marcha, ya que el esposo y las hijas de Haitiwaji tenían estatus de refugiados en Francia. Las negociaciones fueron largas, pero Haitiwaji fue trasladada a un apartamento y puesta bajo arresto domiciliario.

En agosto de 2019, después de un breve juicio, un juez de Karamay la declaró inocente y se le permitió salir de Xinjiang y reunirse con su familia en Francia sin cumplir su condena. El alivio era palpable, aunque las cicatrices son permanentes: «Perdí la cabeza en los campamentos, es verdad. Pero todo esto es muy real. Nada de lo que he vivido es la expresión de una fantasía morbosa de una prisionera exagerando su condición. Me dejé llevar, como miles de otros, por el loco torbellino de China. China que deporta. China que tortura. China que está matando a sus ciudadanos uigures».

Tras estos tres años de «locura», Haitiwaji opta ahora por hablar abiertamente, a pesar del peligro que corren ella y, en especial, sus familiares que aún viven en China. Ahora tiene una misión: ser la voz de «todas estas personas reducidas a menos que hombres, menos que mujeres, bajo el peso brutal de la opresión».

Gulbahar Haitiwaji, protagonista del libro
Gulbahar Haitiwaji, protagonista del libroLa Razón
  • El gulag chino. Cómo sobreviví a un campo de internamiento (Ariel), deGulbahar Haitiwaji y Rozenn Morgat, 224 páginas, 17,90 euros.