China
En un mundo plenamente concienciado con la importancia de mantener a salvo ciertas especies animales en peligro de extinción, debemos andarnos con mucho cuidado a la hora de equilibrar nuestros objetivos. Consideramos catastrófica la extinción de una especie animal porque se impide que vuelva a pisar, jamás, los pastos verdes de nuestro planeta. Es desolador porque dicha especie se elimina de forma absoluta. Y lo mismo ocurre cuando una etnia desaparece. Sin ancianos que puedan transmitir su cultura a los más jóvenes, y sin jóvenes que puedan beber de estas culturas para envejecer y pasar el relevo décadas después, etnias y religiones y culturas enteras desparecen como lo hacen los rinocerontes y los gorilas, sin posibilidad de retorno.
Situaciones de este estilo, por ejemplo en Méjico con los acolhuas y numerosos pueblos africanos, ya han ocurrido y resultan cada vez más comunes en nuestro mundo donde las culturas regionales agonizan bajo el peso asfixiante de la globalización y las sociedades de masas en las grandes ciudades. Es importante saberlo: las grandes extinciones del siglo XXI no afectarán únicamente a los animales, sino a grupos enteros de seres humanos, en ocasiones compuestos por millones de personas. Como es el caso de los uigures en Sinkiang, al noroeste de la República Popular China.
Breve historia de los uigures
En la actualidad, 20 millones de uigures pueblan el mundo. Se encuentran diseminados en Kazajistán, Kirguistán y Uzbekistán, además de conformar grandes núcleos de emigrantes en Estados Unidos, Suecia y Alemania. Sin embargo, su mayoría - se estima que 8 millones de personas - se encuentran en la región china de Sinkiang, donde su situación puede considerarse como una alarmante.
Hubo un tiempo en que no era así. El Kanato uigur fue entre los siglos VIII y IX un enorme imperio de origen túrquico cuyo territorio se extendía a lo largo de 5.500.000 km², ocupando pedazos de las actuales Mongolia, Kazajistán, Kirguistán y, por supuesto, el oeste de China. Aunque, al igual que ocurre con cualquier imperio, terminaron por atravesar un periodo de decadencia que derivó en su fragmentación entre los diferentes estados que se fueron formando en los siglos posteriores, consiguieron mantener sus costumbres y cultura con una fortaleza admirable, hasta hoy. Popularmente son conocidos como los “chinos musulmanes”, precisamente debido a que sus creencias difieren del budismo y la filosofía confucionista que imperan en China, siendo su religión la musulmana. Y sus rasgos étnicos también son diferentes a los del resto del gigante asiático. Ya que deben su origen a las tribus indoeuropeas que se esparcieron por el continente asiático entre el segundo y el primer milenio antes de Cristo.
Las relaciones entre uigures y chinos comenzaron a lo largo de la dinastía Ming, aunque no sería hasta la llegada al poder de la dinastía Qing, en 1644, que China tomó el control definitivo de los territorios uigures para incorporarlos a los suyos. En este aspecto cabe confirmar que mientras la provincia de Sinkiang es en la actualidad la más extensa de China, las difíciles condiciones geográficas y climatológicas la convierten a su vez en una de las menos pobladas, con menos de 20 millones de habitantes donde la provincia de Cantón cuenta con la asombrosa cifra de 113.600.000 habitantes. Tras un breve sueño de independencia en 1933, con la creación de la Primera República del Turkestán Oriental, el Ejército Popular de Liberación Chino recuperó el control de Sinkiang en 1949. Desde entonces, las cosas han ido de mal en peor para los uigures chinos.
Demolición cultural
Donde la provincia de Sinkiang estaba poblada pocas décadas atrás por una amplia mayoría de uigures, muchos de los cuales huyeron del país tras la conquista de 1949, en la actualidad suponen menos de un 40% de la población. Los puestos de mayor relevancia política, industrial y económica han sido asignados en los últimos años a chinos de la etnia han en su mayoría, relegando a los uigures a tareas de menor importancia. De una forma semejante a las maniobras demográficas que China ha realizado en el Tíbet desde su conquista en 1950.
El creciente descontento entre los uigures llevó a que se dieran fuertes sentimientos independentistas en la región, creándose el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental en la segunda mitad del siglo pasado. Fue entonces cuando gobierno chino procuró reducir las desigualdades patentes en la provincia de Sinkiang con respecto a otras regiones del país, invirtiendo grandes sumas de dinero en infraestructuras, a la vez que combatía militarmente los débiles esfuerzos del MITO hasta erradicarlos casi por completo antes de la entrada en el nuevo siglo. Consiguiendo a su vez que grandes estados como Estados Unidos, e importantes organizaciones internacionales como la ONU, calificaran el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental como un grupo terrorista.
Entre los intentos realizados por el gobierno chino para mitigar la importancia de los uigures, entra el derribo y la clausura permanente de mezquitas centenarias, tal y como ha podido comprobar el medio británico The Economist, la introducción de retratos del presidente chino Xi Jimping en las mezquitas (un acto denigrante para una religión que no admite representaciones en el interior de sus templos) y la prohibición del velo dentro de la provincia de Sinkiang. Alimentos de origen árabe también han sido vetados en los comercios e incluso un acto tan sencillo como dejarse crecer la barba, que se considera un símbolo de piedad en la religión musulmana, también ha sido prohibido. Por otro lado, según informan diversos medios internacionales, el gobierno chino también exigió a Turquía aceptar expatriados de la etnia uigur a cambio de enviarles remesas de la vacuna contra el coronavirus, ya que es precisamente Turquía el país que ha efectuado mayores reclamaciones internacionales para frenar el trato vejatorio que sufren los uigures.
Campos de reeducación
El problema principal a la hora de comprender la situación actual de los uigures en China radica en su aislamiento mediático y la censura, donde cualquier información que se obtiene sobre ellos procede de medios extranjeros y es habitualmente desmentida por el gobierno chino. Y en un mundo donde la veracidad de la información es crucial para el público, pocos medios reúnen el valor suficiente para denunciar, con pruebas tan escasas, esta situación.
Se dice que las mujeres uigur están siendo esterilizadas. ¿Y es cierto? No lo sabemos. Que la tasa de natalidad de los uigures en China se ha desplomado un 60%. Pero no lo sabemos a ciencia cierta. Incluso se murmura que los órganos de los uigures son vendidos. Y tampoco lo sabemos. Lo que sí se sabe, gracias a las imágenes satelitales difundidas por la BBC y el testimonio de diversos periodistas británicos y presos liberados, es que cerca de un millón de uigures han sido internados en “campos de reeducación” que en ocasiones alcanzan áreas de 3 kilómetros cuadrados. Unos los llaman campos de concentración, gracias a testimonios de los presos liberados que aseguran haber sufrido tratos vejatorios de toda índole, pero el gobierno chino asegura que se tratan de esto, “campos de reeducación” donde pretenden facilitar la integración de los uigures en la República Popular China. Las dos únicas razones que se exponen para internar a la etnia musulmana son sencillas: se suponen, todos ellos, terroristas en potencia; y consideran que los uigures conforman una grave amenaza secesionista para China.
Un dato que nos permitirá comprender esta situación lo guarda un porcentaje: según el medio Business Insider, el 21% de las detenciones realizadas en el territorio chino en 2017 se dieron en la provincia de Sinkiang, pese a que no constituyen más que el 2% de la población nacional.
Los extranjeros que visitan la provincia de Sinkiang denuncian que se trata de un estado policial. Los controles, cacheos e interrogatorios a pie de calle son numerosos y suelen darse varias veces al día, en el supermercado o de camino al trabajo o en la puerta de cualquier hogar. Gracias a la tecnología que posee el gobierno chino en materias relacionadas con la vigilancia ciudadana, prácticamente cada esquina de las grandes ciudades están acosadas por cámaras de seguridad, que sirven para vigilar cada movimiento, cada intención de los uigures. Y por supuesto que el control en las redes sociales es absoluto.
Si la situación se mantiene como hasta ahora, no tendrán que pasar muchos años hasta que los uigures chinos sean erradicados del mapa, sin posibilidad de retorno debido a la inactividad de los organismos internacionales a la hora de frenar al gobierno chino. Un drama inquietante que recuerda a la inactividad de Europa ante los tratos vejatorios (y genocidas) de la Alemania nazi contra los judíos. Cuando “nadie sabía nada”. Y no se trata este de un asunto que concierna en exclusiva a las organizaciones musulmanas, mientras el resto del mundo se lava las manos y mira para otro lado por enésima vez. Hoy no hay excusa, hoy se sabe; al menos en su mayor parte. Los derechos humanos fundamentales de los uigures, su supervivencia misma, se encuentran bajo una grave amenaza. Y quizá pueda contestarme el lector en este asunto. ¿Qué quedará en un mundo sin la fuerza de los gorilas y la belleza de los rinocerontes, desprovisto de la exquisita complejidad de las diferentes culturas humanas? ¿Edificios grises de cristal, montañas de dinero, divertidos programas de televisión, entretenimiento, un vacío desolador? Quizá el lector pueda decirme de qué nos servirá un mundo así.