Libros
Paloma Sánchez-Garnica: lecciones de humanidad y los fantasmas de Berlín
Paloma Sánchez-Garnica traza en "Victoria", novela ganadora del Premio Planeta, los más dolorosos episodios de la Historia
Las bombas dejaron silencio, los incendios, cenizas. Ya no sonaban las sirenas y cada día era el escenario de una enorme destrucción. "Los vencidos, que en Berlín conviven con los vencedores, tienen que reconstruir sus vidas a partir de unas heridas muy profundas", dice la escritora Paloma Sánchez-Garnica por las calles de Berlín, escenario (uno de ellos, al menos) de la trama de "Victoria", su última novela, con la que se alzó con el Premio Planeta 2024 y con la que culmina una trilogía de historias que toman a la ciudad alemana como el cruce de caminos de una humanidad que se desliza hacia el precipicio.
La historia de Victoria es la de una mujer que hará lo que sea necesario para sobrevivir. Alguien que carga con sus cicatrices y las de todos sus seres queridos. Y con un espeso silencio: "Ella se enamora de un hombre que tiene a su vez heridas muy profundas a las que tiene que enfrentarse. A la pérdida de forma brutal de seres queridos, pero, además, al hecho de descubrir con el tiempo una verdad atroz. Para mí, la literatura es tratar de entender los sentimientos universales del ser humano, de cómo nos enfrentamos a situaciones o dilemas a través de personajes. Pienso en esas situaciones: ¿qué planteamiento supondría para mí?", se pregunta.
La literatura es, para la escritora madrileña, una forma de entender al ser humano. "Porque es ponerse en el lugar del otro. Esas cosas que aparentemente no te pasan en la vida, en cambio, le han sucedido a otra persona. Para eso vale la literatura, para ponerte en esa situación. Yo me meto tanto en las historias que me estremezco y me siento conectada con el personaje. Hay estudios, de hecho, que aseguran que el cerebro no distingue lo que es verdad de lo que es ficción y que por eso lloramos con las películas y los libros", explica la escritora describiendo el síndrome quijotesco.
Con el final de la Segunda Guerra Mundial, los vencidos tienen que asumir las culpas y el juicio de sus crímenes. Pero los vencedores tampoco pueden dar lecciones de humanidad: tienen mucho que esconder, cometen terribles injusticias en su propio patio trasero. "Muchos berlineses emigran a Estados Unidos porque es la tierra de las oportunidades. La del chocolate, las medias de nylon, las tiendas repletas, los chicles, las películas, la libertad. Lo que reciben en las cajas de ayuda solidaria. Pero cuando Victoria llega se da cuenta de que nada es tan limpio como parece, que hay conductas brutales". Durante el siglo XX, la discriminación racial está no sólo socialmente aceptada sino legitimada jurídicamente por las Leyes Jim Crow. La abolición de la esclavitud da lugar a una discriminación que se institucionaliza y legitima por el Tribunal Supremo de Estados Unidos hasta la Ley de Derechos Civiles de 1964. "El hostigamiento, violencia y discriminación que sufren los judíos por parte de los nazis desde el año 30 hasta el 42, que es cuando se establece la solución final y el exterminio, es muy similar al racismo institucionalizado en EEUU bastante tiempo después -explica la escritora-. De hecho, los nazis copian en las leyes de Nuremberg buena parte de las leyes americanas".
La novela recoge los hechos del Experimento Tuskegee, una ciudad de Ohio (EE UU) donde se llevó a cabo un experimento con cobayas humanas (afroamericanos) para determinar cómo avanzaba la sífilis en el organismo. "Fueron 400 hombres negros a los que no se avisó de que estaban siendo sometidos a un experimento que deterioraba su salud progresivamente transgrediendo los derechos fundamentales de los seres humanos que vieron cómo fueron torturados", explica Sánchez-Garnica sobre unas tesis cercanas a la eugenesia. "No hay que olvidar que esa es una ideología que viene de EEUU desde el siglo XIX. Muchas de las cosas que hicieron los nazis estaban basadas en pensamientos de la cultura anglosajona. Se pone el foco en el nazismo, que hizo barbaridades, pero fue juzgado socialmente, histórica y jurídicamente. Pero hay otras cosas que hicieron los vencedores igual de terribles. Ahí está, también, el caso de Stalin, por ejemplo".
El peso de la historia es palpable hoy. Recurrentemente se piden actos de contrición o de responsabilidad por el colonialismo, el comunismo, el franquismo o la conquista de América. "Pedir perdón es un gesto, y está muy buen, puede ser necesario. Pero no debemos juzgar los hechos del pasado con las ideas del presente. Ni de hace 100, ni mucho menos, de hace 500 años. Porque entonces tendríamos que condenar toda la historia de la Humanidad y eso es un poco disparatado. Por otro lado, eso no soluciona nada. Lo que cambia las cosas es no cometer los mismos errores del pasado, porque no estamos exentos de ello. Veo con preocupación que, hoy en día, se busca señalar a un grupo de la población de todos los males de una sociedad para quitar responsabilidad a un determinado poder. Igual que se hacía con los judíos o con los negros antes, ahora se acusa a los inmigrantes y eso es muy peligroso", explica la autora.
Otro de los temas de la novela, de plena actualidad, es la lucha de las mujeres por abrirse paso en un mundo diseñado por los hombres para los hombres. "Yo nací en el franquismo, en el 62, cuando ya hacía aguas por todas partes pero era franquismo y he sido testigo de la evolución de la sociedad. Queda mucho por conseguir pero en la época que transcurre la novela ser mujer era incompatible con ser inteligente. Eso era impensable, inconcebible incluso para las propias mujeres, que en muchas ocasiones sostenían el machismo con esas ideas que habían asumido. Era una época terrible: sufrieron tanta violencia y violaciones que llegaron a normalizarlo todo y a esconderlo bajo el silencio”.
Una de las virtudes de la novela es cómo profundiza en ese retrato psicológico: “Me preocupa mucho capturar la mentalidad del tiempo. Quiero ser rigurosa con los hechos históricos, pero hay algo más allá como las sensaciones del tiempo, cómo piensan y reaccionan los seres humanos de una época y un lugar. Y para eso, los detalles son reveladores. Todo lo que cuento son pellizcos de historias reales. Yo estudié Geografía e Historia y ahí aprendes los grandes hechos, pero a mí lo que me interesa es la vida de la gente como yo. Asomarme a la ventana del pasado y entender al ser humano desde otro punto de vista para llegar a entenderme a mí misma”.
Y es que la de Sánchez-Garnica es una vocación tardía. Estudió Derecho (tiene dos carreras), ejerció de abogada y con 43 años comenzó en la literatura. “Aprendí disciplina y constancia. Creer en lo que estás haciendo, aunque el mundo te mire como si estuvieras loca. Y eso me ha servido para este oficio, porque la base fundamental es esa, creer que lo que estás haciendo merece la pena”. También sufrió la condescendencia del mundo de la abogacía, donde “se pensaba que una mujer se dedica al derecho para entretenerse y no tenía ni que cobrar por ello. Me llevé tantas decepciones en los años que estuve ejerciendo que no me dolió nada dejarlo”, sonríe. Publicó su primera novela en 2006 y ya lleva nueve, con la décima en marcha. Lo cuenta con Berlín, el escenario de sus tres últimas historias, de fondo. “Es una ciudad fascinante que se destruye y se reconstruye a sí misma. Tiene en cada esquina millones de vidas que contar. Y yo quería acercarme a ellas”. Sin dar lecciones, pero con humanidad.