Ensayo
'Alcohólatras', el ensayo que nos explica porqué no podemos dejar de beber alcohol
Vicente Ordóñez investiga las causas que nos llevan a celebrar, una y otra vez, sin soltar la copa de la mano: "Se busca con ahínco la repetición de una acción en la que el placer se alterna con el dolor"
Vicente Ordóñez advierte: esto es un ensayo que pone el foco en el alcohol «pero no desde una perspectiva moralizante». Aquí no se analiza si su consumo es positivo o negativo. No es una historia de buenos y malos ni de ebrios y sobrios: «Eso es objeto de otros estudios». 'Alcohólatras', editado por Altamarea, es un ensayo sobre las causas que, dentro del marco occidental, nos llevan a beber con desenfreno. «Me propongo responder a una pregunta aparentemente sencilla (...) que, tan pronto como es formulada, se vuelve contra uno y su aparente sencillez se desvanece como lo hace la infancia a medida que uno crece y madura», firma.
"He estado bebiendo [bis], me vuelvo obscena cuando ese licor está en mí", cantaba Beyoncé
Hagan un ejercicio de memoria: pónganse a pensar en alguna fiesta nacional –por centrarlo aquí, en casa– en la que no haya que empinar el codo de una u otra forma; empezando por esa terna de las BBC (bodas, bautizos y comuniones) y continuando por cualquier festejo de pueblo o de barrio. O un simple cumpleaños. Siempre hay un denominador común, en mayor o menor medida: el alcohol. Hasta en misa se nos cruza el vino (o «sangre de Cristo») por el camino. «Lo cierto es que la cuestión que tiene por blanco los motivos de la ingesta generalizada de alcohol es oscura cuando no totalmente hermética o indescifrable», escribe un hombre que se pregunta en esta obra «por qué se busca con ahínco la repetición de una acción en la que el placer se alterna con el dolor». O, como cantaba en su ranchera José Alfredo Jiménez, «otra vez brindar con extraños y a llorar por los mismo dolores».
Y es que es difícil encontrar celebraciones «sin» (0,0) porque el licor «juega un papel decisivo a la hora de amachambrar los lazos familiares», defiende el libro. No obstante, en estas páginas no se debate sobre si la borrachera coral une o deja de unir. «Esto va más allá de eso». No es necesario llegar a perder la cabeza para demostrar que estamos rodeados de «copitas», «chupitos» o «traguitos».
Pero antes de continuar, es importante es hacer una primera distinción, detiene Ordóñez: «Alcohólatra no es alcohólico». Esa es la cuestión. El autor utiliza el primer término para denominar «a lo que habitualmente llamamos bebedores ocasionales, de fin de semana; esa gente que suele beber de forma esporádica», resume el filósofo de estas personas que «no tienen una dependencia diaria».
Sin dependencia diaria al agua del diablo
Asegura que el concepto se lo escuchó por primera vez a un «buen amigo», a Javier Urdanibia, «aunque en otro contexto». «Venía a decir que hay gente que tiene una relación de placer y adoración» hacia esta agua del diablo. «Les gusta beber», afirma, «sin embargo, son capaces de introducir un intervalo temporal dentro de su consumo. Limitan su ingesta a determinados momentos», dice quien, entre risas, confiesa haber «cambiado los bares que frecuenté en la juventud por las bibliotecas». Porque tengan claro que «una filosofía sin experiencia esta coja, vacía, tuerta. Eso sí, con el tiempo uno se va deshaciendo de ciertos hábitos y costumbres».
Un patrón que, quizá, se podría extrapolar a otras drogas si no fuera porque el alcohol «posee unas hondas raíces entre las instituciones» que regulan la vida en Occidente, ya sean políticas, sociales o incluso jurídicas. «Hay empresas que obtienen beneficios con ello, el Estado recauda impuestos y las instituciones jurídicas lo protegen», señala.
"El alcohol juega un papel decisivo a la hora de unir los lazos familiares y posee hondas raíces entre las instituciones"
Más allá de la diferencia moral de tomar una droga recreativa con el matasellos del Estado o sin él, este profesor de Filosofía Moderna en la UNED señala una importante «diferencia moral»: «El que toma un trago puede sentir refrendada su afición por el propio Estado», como también ocurre con un vicio como el tabaco.
Otro «leitmotiv» de este ensayo se dirige a la otra cara la de moneda, a toda esa gente que dice «no» (por los motivos que buenamente consideren) al alcohol. Porque otra certeza de este estudio es ¡lo difícil que es no beber en mitad de este alborozo! «Hay toda una serie de elementos que confluyen y que hacen casi imposible, o muy difícil, que alguien no beba», confiesa el autor de 'Alcohólatras'.
José Alfredo Jiménez entonaba así su ranchera: «Otra vez brindar con extraños y a llorar por los mismo dolores»
Ordóñez no tiene una sola respuesta para ese empujón a lo que se podría considerar un abismo, pero sí pone el foco en «la industria cultural» como responsable indirecta de que se consuman bebidas alcohólicas a granel: «Se identifican diferentes modelos cinematográficos o musicales, el éxito, la popularidad o la emprendeduría con el consumo». Haciendo buenas, así, las palabras del filósofo y antropólogo René Girard sobre que uno de los mecanismos de aprendizaje que tenemos es el «deseo mimético». «Imitamos unos a otros y todo eso forja nuestra conducta», puntualiza el profesor.
La publicidad «bombardea» al espectador con el placer, la diversión y la relajación, y dentro de esa atmósfera «se explica que sea tan difícil abstraerse del alcohol». Tanto como para que Ordóñez apunte al siglo XXI como «el siglo del alcohol»: «En el XX era complicado encontrar a alguien que no fumara, y eso ha ido cambiando. Ahora, se pone el foco en el consumo de bebidas más allá del placer». «He estado bebiendo [bis], me vuelvo obscena cuando ese licor está en mí», cantaba Beyoncé.
Ordóñez teoriza, pero la duda sigue activa: ¿se encontrará el secreto del alcohol?, se pregunta sobre un elixir que «excita las pasiones más violentas al tiempo que conduce con sus efectos estimulantes más allá de la esencia, a un lugar indeterminado de deseo».
- 'Alcohólatras' (Altamarea), de Vicente Ordóñez, 128 páginas, 11,90 euros.