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Entrevista
Marina Perezagua: «No hay una maternidad única ni una identidad estable»
Regresa con «Luna Park», donde lo real y lo simbólico convergen para tratar temas como el cuerpo o la memoria

Marina Perezagua regresa con «Luna Park», una obra incómoda que sacude desde las entrañas. Conocida por no esquivar los temas más crudos y por una escritura que transita entre la belleza y la brutalidad, la autora sevillana construye un universo donde lo real y lo simbólico se entremezclan para hablar del cuerpo, la memoria y el trauma. Aborda la transformación identitaria, la maternidad no normativa o la violencia histórica con una mirada profunda, incómoda y luminosa. Perezagua reflexiona sobre esa colisión emocional que promete a quienes se atrevan a entrar en su particular parque de atracciones.
«Luna Park» evoca a parque de atracciones y a cierta oscuridad. ¿Qué simbolismo encierra?
Los parques de atracciones son espacios diseñados para el asombro y el vértigo, pero también para la pérdida de control. El título puede jugar con esa doble lectura: por un lado, remite a un lugar de entretenimiento y luces, casi infantil; por otro, alude a un espacio ambiguo, con reglas propias, donde el tiempo y la lógica se suspenden. Me interesaba esa tensión. «Luna Park» representa un territorio emocional donde lo cotidiano se distorsiona. No es un nombre cínico, pero tampoco ingenuo.
En la historia confluyen violencia, memoria y transformación. ¿Cómo narra desde el trauma sin caer en el morbo?
Me interesa no convertir el dolor en símbolo fácil. No estetizarlo, no victimizarme, pero tampoco reducirlo a una consigna. Me interesa menos la herida como evidencia que como punto de partida: lo que sucede después, en ese territorio incierto donde el lenguaje se vuelve torpe, dudoso. El trauma, para mí, no es una escena, sino una vibración persistente en el cuerpo y en la voz. No busco ofrecer respuestas, sino sostener preguntas.
Las protagonistas atraviesan una reconstrucción física y personal muy intensa. ¿El cuerpo es un espacio de resistencia?
El cuerpo, en muchos de mis relatos, aparece más como un campo de batalla involuntario, un lugar donde ocurre algo que desborda la voluntad, el lenguaje, incluso la identidad. Me interesa el cuerpo cuando se desprograma, cuando ya no obedece. No como metáfora de algo más, sino como material opaco, difícil de traducir. La resistencia, si aparece, no es heroica: es biológica, sucia, en ocasiones contradictoria.
¿Qué papel juega lo onírico o lo simbólico en su narrativa?
Lo simbólico no es una capa que cubre la realidad, sino una forma de revelarla cuando lo literal ya no basta. Hay experiencias que resisten la cronología, que no caben en la lógica de los hechos. Lo surreal aparece entonces como método de precisión. No es un juego estético: es una exigencia de verdad. Lo onírico me permite hablar desde zonas que no siempre entiendo, pero que sé que son ciertas. No escribo desde lo que sé, sino desde lo que me perturba.
La obra dialoga con temas como el cambio de identidad, la venganza o incluso la maternidad desde ángulos poco convencionales. ¿Qué quería explorar?
Me interesa lo que ocurre cuando algo irrumpe y desordena el relato que una persona tiene sobre sí misma. La maternidad, la venganza, la identidad no son conceptos cerrados: son procesos conflictivos, a veces incluso violentos. No hay una maternidad única, ni una identidad estable.
También habla de Hiroshima, de experimentos médicos… ¿Cómo se documentó?
Leí mucho, pero sobre todo escuché. Me interesaba cómo se narra lo inenarrable. Me divierte intentar lo difícil, lo logre o no. Me acerqué a testimonios de «hibakushas», a archivos médicos históricos, a literatura científica, que a veces es más perturbadora que cualquier ficción. Pero no quise escribir desde un lugar académico, sino desde la sensación.
¿Cómo trabaja el lenguaje para equilibrar lo bello y lo terrible?
Me sale natural por mi propia personalidad. Desde siempre he encontrado belleza en el horror, y horror en la belleza. Desde un simple detalle a una gran catástrofe.
¿Alguna vez ha sentido que una historia le exige ir más allá de lo que creía posible narrar?
Sí. Y me apena (y en cierto modo me averguenza) decir que no he escrito esas historias. Algunas personas piensan que soy valiente en los temas que trato. No. Soy cobarde en los que no trato. Pero tengo una hija y no voy a poner en riesgo nuestra tranquilidad, o en el peor de los casos mi vida por escribir lo que sí escribiría si no fuera madre.
¿Hay algo en esta obra que nunca se había atrevido a contar?
Siempre he escrito lo que he querido. Creo que es porque no sacralizo la profesión. Sólo concibo la escritura como un espacio de absoluta libertad, a veces la única. No me interesa encajar en una estética, ni responder a una expectativa. Tal vez «Luna Park tal» empuja más lejos ciertos límites que en libros anteriores estaban sugeridos. No hay voluntad de ruptura, pero sí una entrega más consciente a lo que antes aparecía de manera más contenida.
Si tuviera que invitar a los lectores a subir a este «Luna Park», ¿qué experiencia les promete?
Una como esa atracción circular de los parques antiguos que se mueve tanto que todos giran hasta perder el equilibrio y acaban cayendo unos sobre otros, mezclados, confundidos, sin saber muy bien dónde empieza el cuerpo propio y dónde termina el ajeno. Tal vez «Luna Park» sea eso: un espacio de colisión y revuelo donde los sentimientos no están ordenados, sino lanzados al centro.
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