Mario Vargas Llosa: «Lo que más temo hoy son las falsas soluciones que vemos en la vida política»
El Premio Nobel de Literatura publica su última novela, «Le dedico mi silencio», una historia que navega entre la ficción y el ensayo, y que reflexiona sobre la cultura como elemento de cohesión de la sociedad. «Las utopías son muy peligrosas en la política, donde a menudo causan violencias», reconoce el escritor
Madrid Creada:
Última actualización:
Mario Vargas Llosa llega con una nueva novela, que no es otra novela, es su última novela, la destinada a ser el broche de cierre y el punto final de una brillante trayectoria literaria dedicada a la ficción. «Tengo 87 años, querido amigo -comenta-. Creo que no me quedará tiempo para una novela más, puesto que el género exige un esfuerzo muy grande y prolongado. Cada novela me toma tres o cuatro años, por lo menos. No espero vivir tanto… Pero estoy muy contento de haber dedicado esta última novela al Perú, y espero con ella levantar la ilusión a mis compatriotas que la lean. Deseo lo mejor para el Perú, tan querido para mí, que fue grande hace siglos y seguro volverá a serlo».
Esa obra que menciona es «Le dedico mi silencio» (Alfaguara), un libro que discurre entre las orillas de la novela y el ensayo, que reflexiona sobre lo universal y lo nacional, sobre la cultura popular y los elementos que corrompen lo social, y que se eleva con persuasiva fuerza como una metáfora y también sobre la importancia de soñar utopías en otros márgenes que no sean los de la política.
El libro parte del encuentro de Toño Azpilcueta, apasionado de la música criolla, con un guitarrista desconocido, Lalo Molfino, y cómo el talento de este personaje enigmático inspirará en él el horizonte ilusionante de que el germen de una cultural popular eleve a los hombres de su nación por encima de sus diferencias y prejuicios. Con esta obra, el Nobel de Literatura, admite él mismo, ya solo le queda un libro más: «Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré».
En «Le dedico mi silencio» habla de la posibilidad de que la música imante las almas de las personas y que logre borrar cualquier diferencia social, racial, intelectual o política. O que todos estos aspectos pasen a un segundo plano. ¿El libro es una reflexión sobre la utopía? ¿Son necesarias las utopías, sobre todo, en un mundo como el actual que está perdiendo el aliento de ideologías que empujen a un mundo mejor?
Creo que las utopías son indispensables porque ellas nos estimulan y nos alientan. Y son parte intrínseca de los seres humanos, que siempre aspiramos a algo mejor de lo que tenemos, y, sobre todo, para los escritores y los artistas en general. Las utopías son muy peligrosas en la política, donde a menudo causan violencias de distinto tipo, pero en la literatura son esenciales. A través de esta novela intento, o intenta uno de mis personajes principales, que algunas cosas dejen de ser utópicas y se vuelvan realidad. A la hora de vivir la música, por ejemplo, Azpilcueta piensa que todos los peruanos son iguales porque ella elimina las diferencias sociales y escribe un libro tratando de demostrar eso.
Durante la Ilustración se creía que la educación formaría ciudadanos más justos y mejores. ¿Cree que la cultura debe ser lo que cohesione una nación?
Creo que la educación forma ciudadanos más justos y mejores. Y no hay nada como una cultura para cohesionar una nación, con sus añadidos de utopías para que los seres humanos vayamos acercándonos a construir un mundo mejor. La Ilustración tuvo mucha verdad imaginando que, gracias a ella, las sociedades serían mejores. Creo que no hay nada que constituya una cohesión más grande para una nación que participar de la vida cultural que de ella ha nacido. Una preocupación que siempre he tenido es que la excesiva especialización forme ciudadanos sin una visión humanista, de conjunto. Es fundamental que la educación forme ciudadanos que compartan unos valores comunes, independientemente de sus preferencias y opciones profesionales.
En su novela habla de «las ratas», que «traen la corrupción, la enfermedad y la debilidad, y menoscaban el espíritu colectivo».
Las ratas, como animal simbólico que detestan los seres humanos porque les producen rechazo, las asocio a esos resentimientos, complejos de inferioridad y superioridad, de los que estamos hechos los peruanos, que ojalá se consigan erradicar. Me preocupan también los desmedidos. Quienes creen que todo está por hacer y nada está hecho. También lo que más temo son las falsas soluciones que a menudo vemos en la vida política de los países, sobre todo en el Perú. La verdad, hay soluciones probadas que están al alcance de todos los países. Casi todo está hecho y las buenas imitaciones no deben desmoralizarnos. Europa progresó gracias a los aportes de muchas naciones, a la solidaridad. Ojalá América Latina imite esos buenos ejemplos.
En este libro, afirma: «Lo mejor que pudo haberle pasado a América Latina fue esa unificación de la lengua gracias al español». También defiende el legado cultural proveniente de las universidades. ¿Qué opina de los movimientos indigenistas y de cierto populismo que tacha o critica de manera exacerbada esta herencia cultural y lo español por extensión? ¿Hay que tener cuidado con esto y trazar puentes en lugar de ahondar en abismos?
Sí, usted lo ha dicho en su pregunta: hay que tener cuidado con esto y trazar puentes en lugar de asomarse a los abismos que nos separan. La fraternidad todavía es posible entre las razas, cualquiera sea su origen. Levantar puentes entre todas las razas que habitan no sólo el Perú sino el mundo, es un acto de justicia, y la buena literatura es un ejemplo de eso mismo. La vida se embellece y enriquece gracias a esas acumulaciones de diferencias en las que aprendemos mucho. Por eso, lo más importante que le ha ocurrido a América Latina es hablar el español, que de México a la Argentina crea una sola nación. Ojalá esto se entienda y haya una comunidad latina sin complejos, con solidaridad y hermandad sin diferencias ni resentimientos.
En su novela, el protagonista, Toño Azpilcueta, aspira a una música criolla unificadora de una nación. ¿Cree que un sentimiento de nación puede estar bien, pero que los nacionalismos son perjudiciales?
Una de las buenas cosas que ocurre en el mundo es que lo nacional está desapareciendo, ganado por lo universal. Desde luego que los nacionalismos son perjudiciales. Que lo digan todas las guerras absurdas que hemos sufrido en América Latina y en el mundo entero, incluidas las dos guerras mundiales que se iniciaron en Europa. El amor a la patria es importante que prevalezca, es parte de nuestras identidades, de la cultura que cada uno lleva consigo, pero los nacionalismos llevan al ridículo esta concepción, además de ser enemigos de la paz. Las sociedades prosperan gracias a los intercambios con el resto del mundo.
Disculpe esta coda a la anterior pregunta. ¿Le preocupa mucho la deriva de los nacionalismos en España y Europa?
Aunque parezca lo contrario, yo creo que en España y en Europa los nacionalismos están perdiendo fuerza, y los reemplaza, poco a poco, un criterio más amplio que envuelve a todos los países. Por eso es absurdo ese nacionalismo virulento en Cataluña en pleno siglo XXI, que muchísimos catalanes y ciudadanos de toda España rechazan. Y en este sentido, los líderes políticos deben estar alertas y no cometer errores que podrían tener consecuencias imprevisibles. Pero en Latinoamérica, por ejemplo, sería bueno que imitáramos a Europa, que nos ha dado un ejemplo de participación y amistad, gracias a lo cual existe la Unión Europea. No se olvide que hace pocos años Inglaterra y Alemania estaban en guerra. Ahora, son íntimos amigos. Lo mismo Francia y Alemania.
En otra página, la 70, se critica «a los intelectuales vanidosos que despreciaba estas expresiones artísticas por querer parecerse más a los franceses o ingleses». ¿Cómo ve que ahora el intelectual, baluarte de tantos debates y propuestas, hayan perdido relevancia en favor de «influencers», de los que recelaba Nuccio Ordine, y otras figuras parecidas?
Los intelectuales tienen derecho a elegir lo que más les guste dentro del patrimonio universal. No hay que tener complejos que nos estorben. José María Arguedas y Vallejo encontraron siempre lo suyo propio en lo que hacían y ese es el ejemplo que tendríamos que seguir. La cultura es universal y nosotros tenemos el derecho de elegir entre ese vasto océano. La libertad, que es lo más importante, debe primar también en este campo. Jamás podría criticar a esos intelectuales que han sabido aprovechar las buenas influencias. Si un intelectual persigue a los ingleses, otros se alimentan de los rusos y de los norteamericanos, eso es lo más maravilloso de nuestro oficio. Octavio Paz aprovechó muy bien sus años en la India, durante los cuales leyó literatura oriental y la utilizó bien en sus propios escritos. Esa dispersión es la verdadera cultura. Los influencers y los productos de las redes sociales son modas que pasan, pero la cultura queda.
Al final de la novela, el protagonista, en su anhelo por perfeccionar su obra, se termina saboteando a sí mismo y tropieza en la locura. ¿Hay algo de quijotesco en su postura?
Los sueños de perfección pueden conducir a la locura, desde luego. Pero al mismo tiempo, muchos de esos “locos” del pasado se adelantaron al presente y nos fijaron una manera de hacer y ser que correspondía a nuestros sentimientos y creencias. También muchas veces señalaron los ejemplos que deberíamos seguir. Sí, hay algo de quijotesco en Toño Azpilcueta, por supuesto, porque se propone una utopía.