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Mark Knopfler, la estrella que renunció a serlo

La nueva biografía «El Sultán del Swing», de Peter Redwhite, abunda en la desconcertante y honesta personalidad del creador de Dire Straits  

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La escena ocurre una noche de abril de 2018. Dire Straits tiene el honor de entrar en el Hall of Fame en tributo a su extraordinaria aportación al rock and roll. Oh, espera... ¿dónde está Mark Knopfler? Por ahí anda John Illsley, el bajista y único representante de la formación original, y los dos teclistas de la etapa final del grupo. Pero ni rastro del hombre que fue el creador de un sonido tan original, el cantante, compositor y guitarrista que muchos han querido ser. Es decir, en un homenaje a Dire Straits no está Dire Straits. El hombre ha concluido su obra vital: ha cerrado definitivamente un baúl viejo y molesto.

La historia de Mark Knopfler es la de un músico extraordinariamente singular en el negocio del rock and roll. Una estrella que renunció a serlo para ejercer su derecho a sentirse vivo después de no pocas traiciones postreras a su desconcertante y honesta personalidad. Y en ello indaga una nueva biografía, «El Sultán del Swing» (Almuzara), de Peter Redwhite, el alias de Pablo Sánchez García, el libro de un fan para fans. La obra resulta todo un maná para los seguidores del músico y de Dire Straits, habida cuenta de lo escasos y malos que han sido generalmente los resultados de los libros publicados en España referidos a la banda. Naturalmente, el autor se enfrenta a un muro de enormes dimensiones y difícilmente evitable, principalmente la escasa literatura existente sobre el artista -otra de sus excepcionalidades- y las dificultades para intentar aportar algo sin fuentes propias ni entrevistas exclusivas. Peter Redwhite lo resuelve de una forma original: mezcla la realidad con ficción y diversas vivencias personales, lo que entusiasmará a los más vanguardistas y espantará a los más ortodoxos.

Lo que queda claro en el libro es la singularidad de esta «antiestrella» y se trata de un retrato fiel de un músico que logró superar de forma eficiente lo que él consideró en su momento una traición a sí mismo. Porque, como tantos otros, Mark Knopfler, consciente de su talento único, ansiaría la fama y el reconocimiento desde su juventud, pero pronto se toparía con sus dificultades para lidiar con esa otra cara de la moneda que ofrece la gloria: la presión, la falta de privacidad, las tensiones personales, los problemas para conciliar, la depresión... La diferencia es que Mark Knopfler fue capaz de reconstruirse por completo sin mirar atrás. No hay tantos casos. Completó su obra cuando fue capaz de dar un concierto sin tocar «Sultans of Swing».

Peter Redwhite apenas se nutre de tres o cuatro libros relevantes para construir su biografía –particularmente «Mi vida con Dire Straits», de Illsley, y «Mark Knopfler: An Unauthorised Biography», de Myles Palmer–, además de los datos y opiniones que a miles hay por la red, y aun así es capaz de construir un discurso coherente en el que sus propias dificultades para avanzar ayudan a explicar la peculiar vida y personalidad del guitarrista: el núcleo es Dire Straits, la única parte de su vida abierta a la controversia y discusión desde su excepcionalidad mediática, y cuesta indagar en su época en solitario, sin embargo muchísimo más extensa en todos los sentidos que la de su banda original.

Realmente, casi todo ha sido excepcional en la carrera de este músico. Por ejemplo, y es algo a lo que no se suele atender, que empezó muy tarde. Así, el primer disco de Dire Straits –y por consiguiente la canción «Sultans of Swing»– lo publicaría a los 29 años. Y con 30 ya tocaría con el mismísimo Bob Dylan, uno de sus grandes ídolos. Y esto permite hablar de otra de sus singularidades: en plena época del punk y el derribo de las tradiciones, alzaba la voz un hombre que se nutría de nombres tan anticlimáticos como J.J. Cale, Hank Marvin o Peter Green.

Fama y dinero

Como bien refleja el libro «Sultan of Swing», una parte de la historia de Dire Straits responde al tópico de penurias iniciales, bombazo con una canción, extenuante ritmo de giras y discos, consolidación en la FM, clímax con un multiventas y triste caída final. La particularidad está en que todos los discos de la banda, el grupo de Mark Knopfler, fueron construidos sin una clara intención inicial de comercialidad. Si sus dos primeros álbumes («Dire Straits» y Communiqué») eran una rara avis de pub-rock, nueva ola y folk-blues, «Making Movies» mostraría una gran riqueza de arreglos y «Love Over Gold» casi sería un disco de rock progresivo, alejadísimo de los cánones de la época. Ni siquiera «Brothers in Arms» era un disco típico. Más bien fue un álbum que inauguró un tipo de comercialidad. «On Every Street», su nada memorable disco de despedida, también sería curioso a su manera por incluir ya anuncios de lo que sería la carrera en solitario de Mark Knopfler.

Durante su vida como estrella, el líder de Dire Straits consiguió mantenerse alejado de los chismes y las distracciones. La biografía de Peter Redwhite cuenta más o menos lo que se sabe, sin opciones de profundidad. Habla de la enemistad con su hermano David, guitarra rítmico de la banda, de su (lógica) tiranía a la hora de decidir el rumbo del grupo, de su dificultad para conciliar con opiniones externas, de su conflictiva relación con la fama y el dinero... Pero no hay forma de indagar objetivamente sobre cómo llegó Dire Straits a su fin y los conflictos personales y grupales que ocurrieron. Otra rareza es lo difícil que es encontrar a alguien que hable abiertamente mal de él, más allá de su hermano, por muchos odios que se haya ganado.

A mediados de los años 80, con «Brothers in Arms» conquistando el mundo hasta el empacho, Mark Knopfler estaba por todas partes y era la estrella de bautizos, bodas y entierros. Hasta él mismo parecía cansado de sí mismo. Muchos pensaron que el concierto de homenaje a Nelson Mandela de 1988 (con Eric Clapton renunciando a su honra al situarse como guitarra rítmico del grupo y aportar una sola canción) iba a ser un digno fin de Dire Straits, pero la sorpresa llegaría en 1991 con la reunión del grupo de nuevo para grabar «On Every Street» y emprender una nueva y devastadora gira mundial. «Cada victoria tiene un gusto agridulce», suscribiría Knopfler en la canción que daba título al álbum, una de las mejores de todo su catálogo. Fue el tóxico final para el grupo y una experiencia definitiva para su líder. Odiaría tanto aquel innecesario epílogo que metería los restos bajo la alfombra para no sacarlos nunca más.

«Tras la gira y sus dimensiones colosales, Mark Knopfler estaba agotado y, de una vez por todas, parecía dispuesto a apostar por una vida diferente, más simple, caracterizada por el abandono de los conciertos en recintos enormes, la vuelta a la música de inspiración folk de su juventud y la colaboración con músicos de primera línea con los que realmente le apetecía tocar», resume Peter Redwhite. Efectivamente, decidió dar un volantazo a su carrera y, por consiguiente, a su música. Dejaría de componer pensando en sus seguidores más fanáticos e incluso se reinventaría como guitarrista. Abandonaría el melifluo sonido de su guitarra de luthier de los últimos años con Dire Straits y se abrazaría al sonido grueso de la Les Paul, tan curioso y personal cuando se toca con los dedos, y la calidez de la guitarra acústica. Al tiempo, trabajaría en añadir expresividad a su voz, injustamente infravalorada hasta por él mismo, y progresaría más y más en su brillantez a la hora de escribir unas letras excepcionalmente narrativas. En definitiva: se convertiría en un cantautor dueño de su sonido y su legado, desprovisto de cualquier carga innecesaria en su vieja mochila.

Son nueve los discos que Mark Knopfler lleva publicados hasta la fecha en solitario, amén de varias bandas sonoras, y algunos tan brillantes como «Sailing to Philadelphia», «Shangri-La» o «Privateering». Bastante más de cien canciones, lo que viene a ser el doble de las que compuso para Dire Straits. A ello cabe añadir que prácticamente con todos sus trabajos ha girado con una media superior a 80 conciertos anuales. Y poco a poco, y a fuerza de no volver a doblegarse, los fanáticos de Dire Straits han ido asumiendo que aquella época ya no volvería. En sus conciertos finales, ya apenas incluiría tres o cuatro temas de su antiguo grupo, sin rastro siquiera de «Sultans of Swing» o «Money for Nothing». A sus 75 años, queda el hombre, no su estrella.