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Dire Straits: el encuentro fortuito de las mil colillas

En «Mi vida con Dire Straits», el bajista John Illsley ofrece el primer y único relato sobre cómo la banda pasó de los suburbios británicos a lo más alto del rock
Desde la izda., John Illsley, Dave y Mark Knopfler, fundadores de Dire Straits
Giovanni Giovannetti©GTRESONLINE

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Las casualidades, cuando realmente existen, pueden llegar a ser revolucionarias. Suelen ser raíz de tan solo recuerdos, pero existen algunas que funcionan como germen de un punto de inflexión histórico. Podríamos decir que Dire Straits se ubica en este segundo grupo. La banda, la más importante y rompedora, con permiso de Bruce Springsteen, del rock de los años 80, surgió a raíz de un encuentro fortuito, en un piso de protección oficial del sur de Londres, donde vivían el guitarrista y bajista Dave Knopfler y John Illsley. Una mañana, «había un hombre tumbado en el suelo profundamente dormido y su cabeza, apoyada contra la única silla que teníamos, formaba un ángulo recto con el cuerpo. El tipo tenía una guitarra eléctrica en el pecho. A un lado, un cenicero cuadrado gigante desbordado con mil colillas. Su rostro, blanco como una sábana, se daba un aire a Dave. Debía de ser el hermano que había mencionado». Efectivamente, se trataba de la primera vez que Illsley vio a Mark Knopfler. Le ofreció una taza de té al despertar, y mientras él se lavaba la cara en el baño «cogí su guitarra, una Gibson Les Paul Junior. Preciosa. Extendió la mano y, con un suave acento geordie, me dijo: “Mark, por cierto. Mark Knopfler”». Estas palabras las recuerda y escribe Illsley en el recién publicado «Mi vida con Dire Straits» (Cúpula), el primer y único libro que narra la historia de esta icónica banda, creadora del histórico álbum «Brothers in arms», entre otros, y vendedora de más de 100 millones de discos. Fue un encontronazo, a raíz del cual la naturalidad impregnó la habitación. La conexión estaba servida, fundamental para la aventura artística que estaban a punto de emprender.

Un viaje selectivo

Mark y David Knopfler, John Illsley y Pick Withers fueron los músicos que originaron este grupo –se creó en 1977 y disolvió en 1995–, que con los años fue ampliando y renovando sus componentes. En sus inicios, estos músicos, mientras componían en pisos destartalados con sofás cama rescatados de basureros, soñaban con llegar a fin de mes tocando en pubs y garitos británicos. Mientras tanto, «Londres hacía más daño a la vista que mirar un relámpago», escribe Illsley, «todo estaba en mal estado y era decrépito, y todos los días los titulares de los periódicos hablaban de un país en grave declive y al borde del colapso total. No obstante, nos lo estábamos pasando genial». Era la época de las bombas del IRA y los cabezas rapadas, de inflación disparada y huelgas devastadoras. Pero Gran Bretaña también era un país que ya estaba viviendo una transformación cultural. Un «boom», en este caso, musical, que recorría todos los rincones al ritmo del incipiente y descarado punk de los Sex Pistols o el ya consolidado e internacional rock de los Rolling Stones. No obstante, si algo define a Dire Straits es su elegancia a la hora de despuntar, y se alejaron de ambas escenas para dar forma a un estilo sonoro único, un rock con su toque de blues, alejado de lo callejero y más comparable a la música que entonces triunfaba en Estados Unidos.
Eso sí, si algo se entiende con claridad profundizando en la historia de Dire Straits, es que no por más éxito la vida es más fácil. Así lo detalla Mark Knopfler en el prólogo del libro de Illsley: «Este no es un viaje para todo el mundo. Para nosotros supuso una enorme aventura, con su parte de comedia, absurdo, cansancio, locura y tristeza. No es para personas que puedan soportar esas presiones y ese ritmo. Era un mundo distinto. Tuvimos que aprender a hacer frente a algunos de los aspectos más negativos del negocio, pero John y yo siempre valoramos y apreciamos el éxito». Es, precisamente, esta tendencia a sacar el jugo positivo a cualquier obstáculo lo que definió a esta banda, que en un primer momento tocaba bajo el nombre de Café Racers. Ejemplo de ello es aquella eufórica noche en el Roxy. Los años 70 estaban viviendo sus últimos resquicios cuando la banda actuó en este local del West Hollywood. Asegura Illsley que, para una banda que está empezando, la oportunidad de tocar en el Roxy conlleva a sentir «que has cumplido una especie de misión, un sueño hecho realidad». No obstante, peligraban los nervios. Por aquel escenario pasaron Neil Young, The Temptations, Bob Marley, Van Morrisson, Chuck Berry o Patti Smith. Y aquel día, con todos ustedes, «¡Dire Straits! O, como me decía para mis adentros, cuatro chavales del barrio de Lewisham». Aquel momento fue uno de los clave en la historia de la banda, sumado, cómo no, a la creación de los primeros acordes de su canción más reconocida e inmortal: «Sultans of swings».

Algo especial

La nueva oleada de música que rodeaba a estos artistas, liderada por los Beatles, The Yardbirds y los Stones, estaba plagada de «temas que procedían del corazón, experiencias reales y cotidianas, lo que hizo que me identificara con ellos como jamás hubiera considerado posible», recuerda el guitarrista. Desde joven, para él, solo importaba la música, y así lo sentía el resto del grupo, ante todo aquella noche en la que Knopfler tocó una canción en la que había estado trabajando. «La había llamado “Sultans of swing”, nombre de una banda de jazz amateur que él y Dave vieron tocar en un pub medio vacío de Greenwich», explica Illsley, «tocó esa canción con su Fender Stratocaster roja y un amplificador Vibrolux. Ese fue el momento en el que me di cuenta de que algo especial estaba sucediendo». Fue el tema que, si bien en la época no obtuvo tanta consideración como la que se le brinda hoy día, les hizo asomar la cabeza públicamente a Dire Straits.
Todo ello, gracias al que podría ser su ángel de la guarda: el periodista y escritor musical Charlie Gillett. «Buscábamos un juicio directo y justo sobre nuestro trabajo, y no había nadie mejor para sentenciarlo que él. Esperábamos una carta, o quizá una llamada telefónica. Lo que no esperábamos era que pusiera nuestra canción en su programa de radio de los domingos, espacio que seguían tan de cerca todo el personal de A&R». Puso la dicha creación de Knopfler, y «aseguró que era una de las mejores canciones nuevas que había escuchado en años, y que la pondría cada domingo hasta que alguien nos ofreciera un contrato discográfico». Y así fue: las negociaciones y propuestas caían como la lluvia, y comenzaba para estos músicos una carrera de fondo cargada de giras, exigencias, discusiones, éxitos, fama y rock and roll. Estaban a punto de consumir, por tanto, la droga más cara de todas: «Tocar en directo. Es una droga, natural, pero es la razón por la que bandas como los Stones y The Who se vuelven a colocar la dentadura y se suben a autocares. Yo mismo soy un adicto», escribe el artista.
No hubo ganadores en Nueva York
Uno de los capítulos más difíciles a la hora de escribir para John Illsley ha sido, quizá, el que narra la pelea entre los hermanos Knopfler. «Fue doloroso, no hubo ganadores aquel día en Nueva York», escribe. «En lo que respecta a la banda la tormenta iba a dejar paso a un aire fresco y cielos azules. Supuso un desarrollo positivo». Fue Mark quien estalló ante Dave, el cual ya firmaba varias informalidades con el grupo derivadas del cansancio. Illsley se ofreció a darle el ultimátum: «Fue muy triste. Nos sentamos y hablamos», recuerda Illsley sobre uno de los grandes cambios internos que sufrió la banda. «Hay dos formas de resolverlo. Entierra el hacha de guerra con Mark o vete a casa, le dije. Me voy a casa, contestó». Pero la gran rueda siguió girando, en dirección inequívoca a ese camino impredecible que siempre prefirió Dire Straits ante cualquier vía fácil.