Cultura

Música

Cuando Mark Knopfler enterró a Dire Straits bajo los muros del folk

Una caja recopila sus cinco primeros discos en solitario tras la disolución de la mastodóntica banda que arrasó en los 80

Mark Knopfler, líder de Dire Straits
Mark Knopfler, líder de Dire Straitslarazon

A mediados de los 80, y con permiso de Bruce Springsteen, no había nada más grande en el rock que Dire Straits. Al menos, en términos de ventas y popularidad. «Brothers in arms» arrasaba en todo el mundo y rara era la casa que no tenía una copia de aquel disco (y nada más que ese disco). A aquello le siguió una gira monumental gira de casi dos años con millones de fans haciendo «air guitar» por las calles emulando a su ídolo, de nombre Mark Knopfler. Pero aquello acabó con él. Le convirtió en multimillonario, pero cultivó su autodesprecio. Todo se agravó con un disco y una gira más («On every Street») que nunca debió hacer. Suficiente. Su respuesta a aquella prostitución artística fue echarse en los brazos de lo más auténtico, de su gran pasión iniciática: el folk. Perdió millones de seguidores, pero ganó credibilidad. Propia y ajena.

Eso es lo que celebra una fastuosa caja con los cinco primeros álbumes de estudio en solitario: de «Golden Heart» (1996) a «Kill To Get Crimson» (2007). También están «Sailing to Philadelphia» (2000), «The Ragpicker’s Dream» (2002) y el magnífico «Shangri-La» (2004), quizá su mejor obra hasta la fecha. De propina, un disco exclusivo con las caras B de estudio de este período titulado «Gravy Train: The B-Sides 1996-2007». Que no falte esa pieza de coleccionista para atrapar también a quien ya lo tiene todo y quiera completar.

¿Qué pasó durante el viaje del rock saturado a la apacible tradición? No es tan difícil resumirlo. Dire Straits nació en 1978 como una banda básica de cuatro miembros y acabó convertido en un mastodóntico grupo de siete, incluyendo dos teclados y percusión. Del fresco pub-rock inicial a las capas y capas de sonido. De tocar en clubes a llenar grandes estadios. Y no solo eso: no había un show benéfico que no contara con la presencia de Knopfler mientras la MTV seguía programando a todas horas «Walk of life» o «Money for nothing» y en el metro siempre se escuchaba a alguien silbar sus solos de guitarra.

Knopfler anunció el 15 de septiembre de 1988 que disolvía la banda ante el terror de su legión de fieles incondicionales. Pero pasó el tiempo y un buen día, a comienzos de 1991, se anunció que Dire Straits volvían. Knopfler no se había podido resistir a la montaña de millones que le ofrecieron por un nuevo disco y gira mundial. El álbum fue «On every Street», algo que nunca debió sacar. Un disco largo y trufado de mediocridad. Absolutamente forzado. Como su nueva gira, en la que solo se aportaba más de lo mismo. El máximo exponente de lo que se entiende por «banda dinosaurio». Vender nostalgia, dar al público lo que quiere. Y aquello fue una experiencia devastadora para Knopfler.

Mark Knopfler
Mark Knopflerlarazon

De la bestia a la bella

Aquello solo provocó resentimiento, algo que suele invitar a una reflexión madura. Con el futuro de varias generaciones completamente resuelto, esta vez Knopfler sí enterró definitivamente a Dire Straits. Pero su siguiente paso artístico fue más inesperado. El músico escocés se pasó al otro extremo de la calle para recuperar credibilidad ante sí mismo y ante quienes todavía confiaban en él artísticamente. De la bestia a la bella. Dio una patada al rock mainstream y se echó en los brazos del folk y la tradición. Lo que siempre le gustó, lo que le hizo meterse en la música. En realidad, no fue un paso tan sorprendente si se atiende a las bandas sonoras que hizo en los 80: «Local Hero» y «Cal». Ambas espléndidas, por cierto.

Knopfler había crecido escuchando las viejas baladas británicas, las guitarras acústicas, las flautas, los acordeones, las viejas historias de trabajadores, crímenes y hambruna. También la evolución posterior de la música americana y nombres tan significativos como los de Bob Dylan o JJ Cale, dos de sus influencias más obvias. El anuncio de su primer álbum en solitario, «Golden Heart», fue recibido con enorme entusiasmo, pero decepcionó a todos aquellos que esperaban el regreso del sonido Dire Straits. Es cierto que entonces Knopfler todavía era preso de su época anterior. No había podido soltar todo el lastre y varias canciones se resentían de cierta indefinición. En directo pasaba lo mismo. Realmente, casi todo su público era su viejo público, el que quería volver a revivir los recuerdos de Dire Straits y escuchar nota por nota cada lick de «Sultans of swing» y demás canciones señeras. ¿Y qué demonios pintaba «Money for nothing» en un concierto del folk-rock? El pasado siempre te persigue y solo tú decides cuál debe ser el tamaño de tu sombra.

Pero Knopfler se mantendría íntegro en su decisión artística. El paso de los años reafirmaría su decisión. Había elegido no ser estrella nunca más (con el futuro de todas sus generaciones posteriores ya resuelto) y recuperar credibilidad artística. El paso de los discos sería testigo de esa elección y sus obras se irían haciendo cada vez más auténticas y puras. Un buen ejemplo es el espléndido «Shangri-La». Igualmente, Knopfler iría soltando lastre también en los conciertos desprendiéndose de más y más canciones de Dire Straits en directo. Así hasta llegar un momento en el que no hacía «Sultans of swing» y nadie se lo reprochaba. Ese fue su triunfo definitivo.

Son ya 22 años de carrera en solitario y diez discos en solitario, a los que hay que añadir un buen número de bandas sonoras. No es mala producción, desde luego, y con buenas cumbres como «Privateering» (2012) o la banda sonora de «A shot of glory». Lo cierto es que ahora parece buen momento para recuperar a Dire Straits después de aquella sobredosis vivida en los 80. Hicieron muy buena música, pero un empacho suele traer aborrecimiento. Knopfler acabó odiándose a sí mismo, pero mostró cuál es el camino de un artista para recuperar la autoestima: escribir solo aquello en lo que crees. La fe y la salvación de Knopfler llegaron de un estilo de música escrita siglos atrás. La tradición como forma de ganar el futuro. La vieja historia tantas veces repetida. El enésimo final feliz.

Muertos y enterrados

Fue en 1995 cuando Mark Knopfler enterró definitiva y drásticamente a Dire Straits. Nunca más ha vuelto a reunirse con su columna vertebral a pesar de mantener una sólida colaboración con el teclista Guy Fletcher a lo largo de los años. El suceso más significativo ocurrió en abril de 2018, cuando fueron introducidos en el Salón de la Fama. Poco antes se presentaron a la ceremonia The Cars con todos al completo para ofrecer una maravillosa actuación. Todo un contraste con lo que ocurrió después. Por allí aparecieron tres tipos que muchos no reconocieron. Eran el bajista John Illsley, el pianista Alan Clark y el propio Fletcher. Hubo imágenes de la banda, en su mayoría de su guitarrista, y adiós tras recoger el premio. Muy triste.
Mark Knopfler no acudió a pesar de los esfuerzos del afable Illsley. «No, John, no puedo hacerlo», le dijo el guitarrista. Y no hubo efímera reunión de Dire Straits. Ni siquiera para algo tan puntual que habitualmente fuerza reuniones insólitas como es el Salón de la Fama. Ah, y tampoco acudió David Knopfler, quien estuvo en la banda durante los dos primeros discos del grupo antes de marcharse tras pelearse amargamente con su hermano.