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Pintura

Masterchef Dalí

¿Qué tienen en común Claude Monet, Jackson Pollock y Salvador Dalí? Que las tres cultivaban el arte del buen comer y se defendían en los fogones, además de celebrar comidas que, en el caso del español, llegaron a ser míticas

Dalí celebraba en torno a la comida una intensa vida social como contaba en «Las cenas de Gala» editado por Taschen
Dalí celebraba en torno a la comida una intensa vida social como contaba en «Las cenas de Gala» editado por Taschenlarazon

¿Qué tienen en común Claude Monet, Jackson Pollock y Salvador Dalí? Que las tres cultivaban el arte del buen comer y se defendían en los fogones, además de celebrar comidas que, en el caso del español, llegaron a ser míticas.

La fotógrafa australiana Robyn Lea visitó por primera vez la casa de Jackson Pollock en East Hampton, Nueva York, por encargo de una revista para la que colaboraba. Fascinada con el artista y su estilo de vida, regresó una y otra vez. En una ocasión, decidió explorar la cocina. Para su sorpresa, no solo encontró juegos de ollas francesas y una docena de libros de recetas, sino, además, algunas escritas por el propio Pollock, por su madre y por su esposa, la también artista Lee Krasner. Conclusión: Jackson Pollock era un «foodie» décadas antes de que el término se pusiera de moda. Lea, que también es amante de la cocina y la buena comida, decidió recuperar cincuenta de las recetas que encontró –entre ellas, la de la tarta de manzana que le valió al pintor el premio de la feria de pescadores de East Hampton y la de ensalada de fruta de Elaine de Kooning– en un libro titulado «Dinner with Jackson Pollock» (Assouline).

Huerto casero ¿abstracto?

El expresionista abstracto con fama de alcohólico y energúmeno, que moriría en ese mismo pueblo en un accidente de coche, parecía llevar también una vida doméstica de lo más común: junto a su esposa cultivaba parte de sus alimentos en un huerto casero, pasaba horas perfeccionando recetas y disfrutaba de invitar a sus amigos, muchos de ellos también artistas, a deliciosas cenas. En una entrevista publicada poco después de que su libro saliera a la venta, Lea afirma que, tras la sorpresa inicial, entendió que el Pollock cocinero y el Pollock artista no se contradicen: «Cuando comencé el proyecto tenía la idea de que era un tipo salvaje, instintivo, un genio un poco loco, aunque increíble. Pero, poco a poco, resultó evidente que todas sus recetas requerían de gran precisión; si les pones media cucharadilla de más de cualquier ingrediente ya no funcionan. Entonces, tuve que replantear mi idea de Pollock. Es bien conocido que él siempre negó el factor accidental en sus cuadros. De hecho, decía que sabía exactamente cómo caería cada gota de pintura sobre el lienzo».

La casa de East Hampton fue un refugio para Pollock, donde vieron la luz muchas de sus mejores obras. Él y Krasner se instalaron allí gracias a Peggy Guggenheim, que les ofreció el espacio para huir del caos de Manhattan con la condición de que todo lo que el artista pintara durante los dos años que debía durar el acuerdo -en realidad, fueron siete- sería propiedad de la coleccionista. Como Pollock, Claude Monet encontró su propio santuario en la famosa casa de Giverny que ocupó a partir de 1883 junto a Alice Hoschedé y sus ocho hijos. Habiéndose convertido ya en un pintor reconocido, Monet pudo disfrutar de otra de sus pasiones, la buena comida. Como los Pollock, los Monet cultivaban vegetales y hortalizas en su jardín y preparaban todas sus recetas con ingredientes naturales y frescos. Ambos hombres tienen en común, además, la fama de ser de carácter difícil; sin embargo, los dos disfrutaban al invitar a sus amigos y colegas para comer en casa. En el caso de Monet, eran asiduos comensales Renoir, Pissarro, Sisley, Degas y Cézanne.

Eso sí, en casa del pintor impresionista nunca se invitaba a cenar, solo al almuerzo, que tomaban sin excepción a las 11:30, después de haber visitado su estudio y los invernaderos que la pareja mantenía con mimo. Ambas reglas eran inamovibles y tenían que ver con la rutina de trabajo de Monet: la comida se servía antes de mediodía para que éste pudiera aprovechar mejor la luz de la tarde, lo mismo que la cena, pues Monet se acostaba temprano y se despertaba al alba para pintar. Todo esto se recoge en «Monet’s Table», un libro editado por la esposa de su tataranieto, Claire Joyes, que además de la receta de Cézanne de la bouillabaisse, entre otras de las preferidas de Monet, incluye fotos de las comidas en Giverny y reproducciones de los cuadros de Monet y del recetario personal del artista.

Una vieja relación

El vínculo entre comida y arte es estrecho y antiguo. No solo porque ambas disciplinas suponen un acto de creación y meticulosidad, sino porque la comida ha sido un elemento presente en la pintura y la escultura desde la Edad de Piedra, cuando los hombres utilizaban grasa animal y extractos de vegetales para sus pigmentos, así como en la cultura egipcia, que solía representar cultivos y barras de pan en sus grabados. En el Renacimiento, las naturalezas muertas tuvieron un lugar importante en el arte, pues eran símbolo no solo de poder económico sino también intelectual, además de que solían conllevar mensajes religiosos. La lista es larga y los nombres célebres, desde «Cesto con frutas», de Caravaggio, realizado por encargo para el arzobispo de Milán, hasta los bodegones de Juan Sánchez Cotán o «Cristo en casa de Marta y María», de Velázquez. Este último, en el que la joven Marta prepara una comida de Cuaresma con ajos, pescado y dos huevos y que refleja en un espejo una imagen de Jesucristo y María, se considera una lección de moralidad, pues recuerda que un buen cristiano ha de alimentar tanto su cuerpo como su espíritu. La simbología debía resonar entre el público culto que frecuentaba las tertulias literarias del suegro y maestro de Velázquez, Francisco Pacheco.

Filippo Tommaso Marinetti fue quizá uno de los primeros en llevar esa relación un paso más allá y convertirla en un manifesto. El poeta italiano, co fundador del movimiento futurista creado en Italia en 1909 y también autor del Manifesto Fascista, publicó «La cocina futurista» en 1932. En él recomienda una serie de recetas –como una llamada «Carneplástico», que consiste en una albóndiga cilíndrica de ternera asada, rellena de once tipos de verduras cocidas y recubierta de miel, que se sujeta en vertical sobre un anillo de salchicha apoyado sobre tres esferas doradas de pollo– y plantea toda una filosofía alrededor de la comida: «Aún reconociendo que en el pasado grandes acciones han sido llevadas a cabo por hombres alimentados mal o de manera cruel, afirmamos esta verdad: pensamos, soñamos y actuamos de acuerdo con lo que comemos y bebemos». Entre sus propuestas más «radicales», además de eliminar por completo los cubiertos para elevar la experiencia sensorial del comensal, estaba la de prohibir la pasta, a la que se refería como «una religión gastronómica absurda de Italia». Sin embargo, sí tenía algo en común con Pollock, ya que ambos ponían mucho énfasis en la experiencia de la comida como tal, es decir, en el escenario y el ambiente de una cena.

Artistas con restaurante

Marinetti llegó a tener un restaurante futurista en París junto al chef Jules Maincave, adelantándose varias décadas al famoso Pharmacy que Damien Hirst inauguró en Londres en los noventa. Otro artista amante de las recetas extravagantes fue Salvador Dalí. El libro «Las cenas de Gala» (publicado en 1973 y reeditado por Taschen recientemente) combina instrucciones de preparación con ilustraciones realizadas por Dalí y fotografías de las famosas y opulentas cenas que ofrecía junto a su esposa. «La mandíbula es nuestra mejor herramienta para aferrarnos al conocimiento filosófico», apunta el artista en su recetario, para el que consiguió que compartieran sus secretos culinarios los chefs de varios restaurantes parisinos con estrella Michelin, como Lasserre, La Tour d’Argent, Maxim’s y Le Train Bleu. Los platos que propone son exóticos, como no podía ser de otra manera, pero también factibles para el que tenga un poco de dominio en la cocina y abarcan desde recetas de caza y aves, hasta crustáceos, huevos y afrodisíacos (este último capítulo se titutla «Les je mange Gala»). Además de recetas, Dalí hace guiños a personajes reales o imaginarios relacionados con la comida, como los glotones Gargantúa y Pantagruel de Rabelais.

De niño, Dalí quiso ser cocinero, según aseguró durante una entrevista en televisión, y más tarde escribió que «atribuyo especialmente a las espinacas, y a toda clase de alimentos en general, valores estéticos y morales esenciales. La antítesis de la espinaca es la armadura. Me encanta comer armaduras, en una palabra, todo lo que es crustáceos... que tan solo son vulnerables a las imperiales conquistas de nuestros paladares, tras haberles quitado sus caparazones». También afirmaba que «en la coliflor se halla la apoteosis del poder paranoico» y que «la belleza será comestible o no será».