Museo del Prado

Miguel Falomir, director del Museo del Prado: "Estamos preocupados con la próxima crisis"

Recogerá hoy el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades que ha recibido la pinacoteca. Reclama una buena Ley de Mecenazgo y recuerda que a la institución le afecta la «inestabilidad presupuestaria».

Foto: Alberto R. Roldán
Foto: Alberto R. Roldánlarazon

Recogerá hoy el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades que ha recibido la pinacoteca. Reclama una buena Ley de Mecenazgo y recuerda que a la institución le afecta la «inestabilidad presupuestaria».

Un museo no es una colección de cuadros. Es la suma de historias, mitologías y figuras que han modelado el imaginario de un país. Uno acude al Museo del Prado no solo para contemplar las obras de algunos de los grandes maestros de la historia, sino para comprender cómo ha cambiado la belleza (y la fealdad) a lo largo de los siglos y aprender que Cronos devoró a sus hijos, quiénes eran las Tres Gracias o qué sucedió en Madrid cierto dos de mayo. El Museo del Prado, que este año celebra su bicentenario, ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y humanidades, y su director, Miguel Falomir, que recogerá hoy este reconocimiento, repasa los retos pendientes y los desafíos que aguardan en el futuro.

–¿Existe ya cierta saturación de visitantes en El Prado?

–No hemos entrado en esa situación, aunque a veces existan aglomeraciones puntuales delante de determinados cuadros y en días concretos. Pero no es la rutina del Louvre. Solo se produce en ciertas salas y obras. Hay que tener en cuenta que el 80 por ciento del Louvre está vacío. El colapso se produce delante de piezas icónicas y de enorme atracción. El Prado no está en eso, pero seguimos en una línea exponencial y puede que suceda. Pero aún es un museo que puedes visitar de forma placentera. En nuestro caso, los visitantes suelen detenerse delante de «Las Meninas» o «Las majas». Pero donde permanecen más tiempo es delante de «El jardín de las delicias», sobre todo por la multitud de visitantes y temas que captan la atención. Esto genera las aglomeraciones.

–¿Solución?

–Tiene una solución difícil. Nos enfrentamos a un problema: el museo no puede abrir más días y horas. Estamos abiertos la semana entera. Y el público es soberano de visitar los cuadros y salas que desee. Se podrían regular los flujos, pero es evidente que existen visitantes que están una hora y otros seis. Contra eso no se puede hacer nada. Existen medidas positivas para evitar aglomeraciones y canalizar una visita placentera, como la prohibición de tomar fotos en el museo. Eso ha hecho que que nuestro publico esté satisfecho. En Tripadvisor tenemos la máxima puntuación de satisfacción.

–Las fotos son un problema.

–Creo que generan bastantes problemas para contemplar las obras. Es una pena que la gente solo vea las obras a través de una lente. El simple hecho de tomar una foto, un «selfie», genera una impresión que es distinta a observar la obra. No hay mucha gente que nos critique por prohibir que se hagann fotos en nuestras galerías. De hecho, muchos agradecen esa norma. Colegas de otras pinacotecas están a favor de la medida. Hay que conseguir que la contemplación no se vea afectada por las fotos. Pero es cierto que existen personas que les gusta, por notoriedad o por otro motivo, hacerse fotos de con quién ha estado. Y estar junto a obras icónicas es un plus.

–¿La gente se mueve por hitos?

–Hay de todo. Existen públicos distintos. Está el que viene media hora y solo le interesa «La Gioconda» del Louvre. Me resulta es difícil creer que los tres millones de visitantes que recibimos sean todos amantes de la pintura.

–El 30 por ciento de su financiación procede del Estado. El 70 restante p, de sus fondos. ¿Es el equilibro adecuado?

–Siempre he defendido que lo ideal es el cincuenta/cincuenta. En un museo público es importante que el Estado esté presente en su financiación. Es lo que debería suceder en El Prado, aunque es necesario también que los gestores sepan lo que cuesta el dinero y que tengamos el acicate para buscarnos la vida y lograr fondos financiación adecuados.

–¿De esa forma se podría haber abordado antes el Salón de Reinos?

–Esta es una obra excepcional y requiere una aportación excepcional. El Prado asume su parte, de hecho la ha afrontado, pero requiere una inversión mayor para acometerlo. Lo que es cierto es que tiene que haber una línea de crédito para cualquier proyecto antes de empezarlo. Y esto es un gasto excepcional.

–¿Les ha afectado la inestabilidad política?

–La inestabilidad, por sí misma, no. El Prado está al margen de querellas políticas o los cambios que haya de Gobierno, pero sí le afecta en la medida en que se ha traducido en una inestabilidad presupuestaria. En los últimos años ha habido dos presupuestos generales del Estado que ha repercutido en todos aaquellos que dependemos de ellos. El último, fallido y que no fue aprobado en el Parlamento, incluía la línea de financiación que nos hubiera permitido empezar las obras. Ahora habrá que esperar a los siguientes para hacer ese proyecto realidad.

–¿Y el capital privado es difícil de obtener?

–Carecemos de una legislación equivalente a la del norte de Europa. No tenemos una buena Ley de Mecenazgo. En este sentido somos un país anómalo en nuestro entorno. En España, la mayor parte de las aportaciones provienen de corporaciones y nosotros nos beneficiamos generosamente de ellas, pero las participaciones privadas son pequeñas.

–¿Cuál es el siguiente proyecto tras el Salón de Reinos?

–El Salón de Reinos culmina las necesidades espaciales del museo por un par de generaciones. A diferencia de las anteriores, que nos dotaban de espacios para talleres de restauración, almacenes adecuados, salas de exposiciones, esta es la primera que se empleará para colgar cuadros y dar visibilidad a los que hay en los almacenes. El plan del Prado después del Salón de Reinos es una ambición intelectual, de tener a la pinacoteca en la vanguardia y seguir manteniendo el legado para generaciones posteriores y a mayores niveles de exigencia. Más trabajo intelectual que de gasto.

–Se avecina una crisis.

–La miramos con preocupación porque se otean nubarrones; la anterior crisis para El Prado fue mala. El recorte del Estado fue del 50 por ciento. Ahora dependería mucho de los visitantes y las crisis pasan factura a los visitantes. Eso nos obligaría a tomar medidas. Tenemos una serie de ideas independientes de la crisis que serían adecuadas. Hay que reconsiderar, por otra parte, la relación entre exposiciones y la colección permanente. No estoy en contra de las muestras temporales, pero se han sobredimensionado en detrimento de las colecciones permanentes, aunque no olvidemos que el activo del Prado es la permanente. No estoy en contra de las exposiciones, y hay que redimensionarlas en número y tamaño.

–¿Tiene reparo hacia ellas?

–Es curiosa la relación que se ha generado entre las exposiciones y los museos. Antes, estas iniciativas eran ajenas a los museos. Ahora parece que si no las haces no eres un museo. Este fenómeno es relativamente nuevo. Viene de los años 80. Pero ahora existe un agotamiento temático de las muestras y son más pequeñas. Yo recuerdo algunas que reunían entre 250 y 300 piezas. Eso sería impensable hoy porque los museos no prestan ya con esa misma generosidad y los costes se han disparado. Traer un cuadro de Estados Unidos a España puede costar 50.000 euros. No hay patrocinio ni visitantes suficientes que conviertan eso en algo rentable.

–Beyoncé rueda vídeos en museos... ¿Le gusta la idea?

–Creo que es importante que los museos se desprendan de ese aura de inaccesibilidad que los rodeaba, porque había mucha gente que al verlos pensaba que no eran para ellos. Ahora, gracias a ciertas políticas y acciones, el museo se ha abierto para todos. Pero una cosa es eso y otra el espectáculo que ha surgido alrededor de ciertos centros de arte. Lo segundo, quien lo quiera hacer, que lo haga, pero esa presencia mediática no aporta nada.

–¿Cómo afectará la tecnología a los museos?

–Ya hay tecnologías delante que permiten una reproducción de semejante calidad que a muchos les resulte incapaz distinguir el original de la copia. Esto está ahí, es una fase embrionaria, y creo que aportan aspectos extraordinariamente positivos y de accesibilidad de llegar a un cuadro a aquellas personas que no pudieran desplazarse hasta El Prado. Pero todavía existen argumentos para pensar que se seguirá imponiéndose el aura de la obra original de la que hablaba Walter Benjamin. Esta sensación que sigue teniendo la obra original tenderá a ser una experiencia que no se puede sustituir.