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Reguetoneros, el K-pop ha llegado

Se trata de un movimiento musical que no ha nacido de la noche a la mañana, pero que sí estuvo en la periferia, donde alguna vez nació la música de Daddy Yankee o Bad Bunny

K-pop
K-popLa RazónLa Razón

Tan solo la música es capaz de unir dos conceptos tan dispares como es el de la inocencia y el descaro. Son esas voces ingenuas, que se hacen oír por el afán de expresar una idea y que lo hacen sin pelos en la lengua, las que pasan de ser discurso disruptivo de la minoría a movimiento y altavoz mundial. Hace tiempo que el reguetón dejó de ser una música de la periferia. No es disparatado pensar que las canciones que Daddy Yankee o J Balvin crearon rodeados de coches con altavoces y maleteros abiertos ahora forman parte de las «playlist» de la élite, de la misma manera que son escuchadas por miles de personas a nivel internacional. Y, paralelamente: ¿quién nos iba a decir que un graffiti pudiera llegar a subastarse por miles de euros?

El universo de lo urbano está ahora en plena cresta de la ola, y quizá otros movimientos musicales como el K-pop son los que ahora crecen ocupando ese puesto del estrato desfavorecido... aunque por poco tiempo. Los cada vez más numerosos grupos de coreanos que están irrumpiendo en la escena musical no son chicos intentando hacer una versión asiática de los Backstreet Boys o las Spice Girls. Se trata de un movimiento musical que no ha nacido de la noche a la mañana, pero que sí estuvo donde alguna vez vivió el reguetón y que, parece ser, ahora le pisa los talones en esa ola de la tendencia. De nuevo, es la «ingenuidad» la que ha definido a estas bandas de K-Pop, pues es usual ver una fotografía de ocho jóvenes sonrientes y con cara de no haber partido un plato en sus vidas, pero que a la hora de subir al escenario lanzan todo tipo de mensajes activistas y repletos de alegatos a través de sus canciones. Este es el caso de BTS, la banda de pop coreano actualmente más reconocida, así como de Ateez, sin nominación a los Grammy como los anteriores, pero sí con una indudable repercusión mundial. Los ocho integrantes de esta banda lo demostraron el sábado y ayer en el Palacio Vistalegre de Madrid. Queridos reguetoneros, el K-pop ha llegado. Quizá no para combatir por ninguna corona, pues pueden incluso compartir público, pero sí pueden robarle parte, ya que el bolsillo de los espectadores no da para tanto. No, Rosalía, no da, ni vendiéndolo como el mejor disco de su carrera. ¿Recuerdan cuando presentó «El mal querer» en la Plaza de Colón de Madrid con entrada gratuita?

Sin perdernos por las ramas, lo cierto es que parece que cuando un artista está llegando a lo máximo los espectáculos deben estar al precio de oro (admitiendo el normalmente grandioso show que se suele ofrecer). Pocas entradas para la última gira de Daddy Yankee descienden de las tres cifras. Y más o menos del estilo fue el de Ateez. No obstante, la banda surcoreana agotó las entradas para las dos fechas que incluía su gira «The Fellowship: beggining of the end» en España, visita obligada porque es evidente el incipiente «boom» que este género está viviendo en nuestro país. Y en el mundo: la invasión cultural coreana en general y la del K-pop en particular está cada vez más establecida.

No hay revolución sin crítica, y esta música asiática se las lleva todas. Si bien no pueden presumir sus bandas del discurso laxo que tanto se le ha recriminado a artistas como Maluma, puesto que destaca ante todo Blackpink, esas artistas surcoreanas que llevan el activismo político en sus canciones por bandera, el K-pop ha sido atacado. Ante todo por sus vecinos: Corea del Norte lo tildó como «un cáncer vicioso» de la misma forma que China suspendió algunas de sus creaciones «por comportamientos insanos». No obstante, lo cierto es que el Oxford Dictionary ha hecho bien en incluir la palabra «hallyu», que significa «ola coreana». Porque está sucediendo: debe ser ese deseo social actual por salir de la frustración y las restricciones que el discurso combativo de la cultura coreana resulta de lo más llamativo. Pero no solo pasa con la música: todo esto estalló con el «Gagnam Style» de Psy, se consolidó con los «Parásitos» de Bong Joon-ho y se reivindicó con «El juego del calamar». Y es que no hay nada como una voz de fachada inocente y de discurso respetablemente provocador.