La guerra cultural de la balada country contra la élite de EE UU se recrudece
La canción protesta «Rich Men North of Richmond», del desconocido Oliver divide a los políticos
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Hasta hace apenas un mes, Oliver Anthony, natural de Farmville (Virginia), era un hombre blanco de 30 años sin ningún rasgo que lo distinguiera de otros tantos millones de estadounidenses. Cantante y compositor de country y folk, aunque se ganaba la vida con durísimos trabajos en fábricas, su biografía tiene un borrón de alcoholismo y problemas de salud mental. Pero a principios del pasado agosto se cabreó más de la cuenta y en vez de seguir su rutina habitual de lanzarle la zapatilla al televisor mientras se merendaba una lata de cerveza tras otra, al más puro estilo Homer Simpson, decidió hacer algo mucho más productivo con su ira: convertirla en canción y darla a conocer al mundo. El vídeo de «Rich Men North of Richmond» (Hombres ricos del norte de Richmond), que va camino de las 65 millones de visualizaciones en YouTube (casi 60 millones de reproducciones en Spotify), nos muestra a un hombre de barba y cabello pelirrojos que canta con voz ronca en el corazón de un bosque, con la sola ayuda de una bella guitarra acústica y un micrófono, mientras varios perros dormitan a sus pies como espectadores abatidos por el tedio. La canción que interpreta no es especialmente bonita ni fea, más bien una de tantas del género, pero su valor reside en el texto, en el que dice cosas como «he estado vendiendo mi alma, trabajando todo el día, / horas extra por una paga de mierda. / […] Es una maldita vergüenza a lo que ha llegado el mundo, / para gente como yo y como tú». Se queja Anthony, con versos en negrita, de esa vida precaria, irrespirable, opresora, del trabajador raso de la América rural, para quien el horizonte se presenta siempre como un ejército de nubes homicidas. Y clama contra la inflación y los excesivos impuestos («porque tu dólar no es una mierda y está gravado sin fin / por causa de los hombres ricos al norte de Richmond») y por el abandono al que les ha sometido la clase política: «Ojalá los políticos cuidaran de los mineros / […] Dios, tenemos gente en la calle y no tenemos nada que comer».
La de Anthony es una de las voces al límite de la clase trabajadora estadounidense que ha estallado contra los niños bonitos del gobierno de Washington (a poco más de cien millas de Richmond) y contra las élites en general. Cuando el contenido de cóctel molotov del vídeo trascendió y despertó el interés de la calle, algunos líderes republicanos de la política y los medios de comunicación hicieron suyo aquel bramido contra el Tío Sam para fustigar a sus eternos rivales. Craso error: el músico se apresuró a aclarar que sus misiles van para ambos lados, no sólo hacia el presidente Biden. Y lo cierto es que toda la clase trabajadora estadounidense, de ambos colores, se ha sentido concernida y reflejada en ese agrio basta ya.
El country, que siempre ha estado asociado al bando conservador, tiene en esta ocasión un cariz distinto, y en las últimas semanas ha contribuido a avivar la de por sí crispada escena política. El pasado 23 de agosto, en el primer debate de las primarias republicanas (al que no acudió Trump), una famosa presentadora de la cadena Fox News le lanzó a modo de «hola» al gobernador de Florida, Ron DeSantis, por qué la canción de Anthony había tocado el corazón de Estados Unidos. Más allá de las explicaciones del político, que habló de la decadencia del país por culpa del gobierno presidido por Biden y de que la abuela fuma, lo reseñable es cómo una ¿simple? canción ha entrado a formar parte del debate político y público.
A Anthony, qué cosas, le ha venido Dios a ver (o el fiero demonio de la pobreza), porque su vida ha dado un volantazo: su composición se encaramó al número uno de la lista Hot 100 de Billboard y al de las listas de todos los géneros de iTunes y Spotify, y sigue haciendo caja y cosechando adeptos. ¿Estamos solo ante la enésima canción que emana conciencia de clase y resentimiento contra aquellos privilegiados que no tienen que hacer encaje de bolillos para llegar a fin de mes ni soportar trabajos innobles? Anthony no es negro ni latino, es blanco lechoso y estaba harto de ser un peón en el tablero mientras una minoría selecta de blancos arrogantes camina dos palmos por encima del suelo. «Viviendo en el nuevo mundo / con un alma vieja. / Estos hombres ricos al norte de Richmond. / Dios sabe que ellos solo quieren tener el control total».
El sueño americano (ay), aquella ilusión de que cualquier hombre/mujer podía hacerse millonario si tenía una buena idea y trabajaba como una bestia de carga para sacarla adelante, parece más improbable que nunca. Al final, como al principio de los tiempos, esto no va de izquierdas versus derechas, sino de pobres contra ricos. La historia de siempre, tan antigua como este cansadísimo mundo pero cantada con el ritmo inconfundible de la música más popular del imperio yanqui, que cada día que pasa es un poco menos imperial.