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Hombres G: los “cuatro de Rowland” emocionan a Madrid

La más pletórica versión de Hombres G desencadena el éxtasis colectivo en el penúltimo concierto de su «Gira 40 años», que hoy se clausura con una segunda actuación en el Wizink Center
Hombres G actúa en Madrid
Hombres G actúa en MadridRicardo RubioEUROPAPRESS
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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La edad de un artista la determina la temperatura de su última obra o manifestación. Según eso, los cuatro miembros de Hombres G son ahora más jóvenes de lo que lo han sido nunca. Porque jamás tocaron tan bien ni emocionaron tanto. Quedó sobradamente demostrado anoche en Madrid, en la primera de las dos paradas –hoy tocan de nuevo– en el Wizink Center con las que ponen el punto final a su «Gira 40 años», y que ha llevado por subtítulo el entusiasta «40 años y seguimos empezando». Desde la obertura –«Venezia»– hasta la coda –«Devuélveme a mi chica», más conocida como «Sufre, mamón»–, la noche fue una vibrante reivindicación de unas canciones que han ido cumpliendo años sin envejecer un solo segundo, o que bien recuperan aquel eficaz eslogan de los ochenta que afirmaba que «la arruga es bella», y algunas de las cuales son tan conocidas en España y América como el «Cumpleaños feliz», y esto no es una hipérbole.
El concierto tuvo un prólogo de apenas seis temas, aunque celebérrimos –el ya citado «Venezia», «El ataque de las chicas cocodrilo», «Solo otra vez», «Lawrence de Arabia», «Vuelve a mí», «Indiana»–, en el que el escenario recreaba el de un pequeño bar, pero con el séptimo, «Voy a pasármelo bien», todo se agrandó, también la intensidad de cada canción y la respuesta de un público compuesto de abuelos, padres, hijos y nietos. Lograr que todas esas generaciones se ensamblen como los eslabones de una cadena, o como las locas olas del mar, es ya un triunfo superlativo, puesto que existen muy pocas bandas españolas en activo que hayan conseguido pasar el testigo sin soltarlo.
Hace 38 años los vi en una discoteca, ya desaparecida, de la carretera de La Coruña, Oh! Madrid, en el clímax de su primera etapa, cuando vendían más discos que nadie y por esa razón los exquisitos de la Movida, que estaban a verlas venir, les retiraron el saludo. Se divorciaron en 1992 porque se les agotó el amor de tantísimo exprimirlo, y al cabo de casi una década volvieron para ya no marcharse nunca. Ayer, 40 años después de su nacimiento, demostraron que el músculo más fuerte es el de las ganas y la pasión, el de la entrega sin condiciones ni asomo de indolencia, y que si amas aquello que haces, no tienes tiempo para arrugarte.
Avanzaba el reloj y «Una mujer de bandera», «Chico, tienes que cuidarte», «Si no te tengo a ti», «Me siento bien» y «Te quiero» siguieron calentándole el corazón a los 17.000 apóstoles que ya por entonces se habían deshecho del frío que acuchillaba en el exterior, y que cantaban, bailaban, hacían fotos y grababan vídeos con una alegría que recordaba mucho a la de las fiestas de verdad, aquellas en las que todos se lo están pasando tan bien que la única nube negra que pesa sobre sus cabezas es la de la temida conclusión. «Te necesito» y «Lo noto», apoyadas por una orquesta, sonaron grandiosas, y «Marta tiene un marcapasos» no se la dejaron cantar a David porque, con ella, el público elevó a categoría su karaoke constante.
Grandes de la música les felicitaron el 40 aniversario por vídeo (Sabina, Dani Martín, Alejandro Sanz, Bunbury, Loquillo, Leiva, Calamaro, Bosé, Luz Casal, Ana Torroja…), y las fotos de los cuatro integrantes se iban sucediendo, del ayer al hoy, para certificar que el tiempo hace siempre su porfiado trabajo. Sin embargo, fracasó, ya lo he dicho, cuando intentó ajar unas canciones que poseen el don, entre otros muchos, de la inmortalidad, y que Hombres G ejecutan hoy día con una destreza de la que carecían hace 30 años. Esas canciones tienen en David Summers a un padre y una madre. Chico listo y sensible, a pesar del relámpago de su sentido del humor, había días con sol en los que él sólo veía tempestades, y de esos momentos en penumbra brotaron canciones como «Un par de palabras», «Hace un año» y «No lloraré» (aunque estas dos últimas no estaban incluidas en el repertorio de anoche).
David grabó su primer disco en solitario bajo el efecto punzante de la pérdida de su padre, aquel cómico, aquel cineasta, aquel hombre al que tanto quiso y admiró. En su decena de canciones estaba condensado el caudal de tristeza que le había dejado su marcha, toda esa desolación imposible de relatar fuera del arte. Tantas veces habría cambiado la música de los aplausos que recibe en un par de continentes por pasar unas pocas horas más con él… No habría necesitado decirle nada, tan sólo mirar al frente, al mar o a un bosque bajo la lluvia, sabiendo que estaba ahí, a su lado. No sabe David que la única manera que tiene de acercarse a él es haciendo, exactamente, lo que ya hace: seducir a miles de personas desde el grato campo de batalla de un escenario. Porque esa felicidad suena tan alto que es imposible que no llegue a todos los rincones, incluso a los que ocupan los que ya no están.
Anoche, el hijo del cómico y sus tres amigos de la adolescencia se quedaron enteramente con Madrid, y la ciudad, tras el concierto de hoy, tardará algunos meses en reponerse de su ausencia. Hubo cuatro de Liverpool –ah, McCartney– y hoy hay cuatro de Rowland, ese bar que más que un bar es una patria y un territorio mítico, pues allí unos chavales hicieron un pacto de sangre que llega hasta hoy. A veces, no es necesario gastar demasiada saliva para describir el triunfo que supone haber alcanzado la cima, seguir siendo amado por decenas de miles de personas y dar cada día lo más sabroso de uno mismo, basta con un par de palabras.
Sólo un par de palabras, vamos: David Summers. Sólo un par de palabras, venga: Rafa Gutiérrez. Sólo un par de palabras, dale: Daniel Mezquita. Sólo un par de palabras, toma: Javi Molina. Sólo un par de palabras: 40 años. Sólo un par de palabras: muchas gracias. Sólo un par de palabras: hasta pronto.