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Selvático animal
Juancho (Sidecars): «Hay gente que es casi más 'influencer' que músico»
El grupo madrileño, ya consagrado, ultima la grabación del que será su séptimo disco de estudio, una «cima» que verá la luz el próximo septiembre

Juancho Conejo Torres, nacido en Madrid en 1987, lleva al frente de Sidecars desde 2006, y en ese tiempo el grupo ha alumbrado seis discos de estudio y ofrecido tantos conciertos como para haber perdido la cuenta (y la cabeza). Arrancamos fuerte. ¿Qué fue del rock?, le pregunto. La latinidad –el reguetón, el trap– no solo le ha robado espacio y protagonismo, sino que ahora son esos géneros los que portan la bandera de la rebeldía y escandalizan no ya a las abuelas, también a las madres. El músico asiente: «Estoy de acuerdo. Yo también creo que, ahora mismo, los más punkis son los que hacen trap y rap. En mi generación había unos tipos con cresta que decían cosas incómodas, pero eso ha cambiado. En su día fueron los Beatles y los Rolling Stones. Luego llegó Nirvana. En cada década aparece algo transgresor y acorde con las nuevas generaciones, y ahora son ellos, traperos y raperos, los que hacen eso, hay que asumirlo. Pero el rock –añade–, pese a que haya perdido popularidad y dejado de ser algo ‘mainstream’, se mantiene y perdura al margen de las modas que van y vienen. Por momentos sí he tenido la sensación de que se había vuelto algo minoritario, pero grupos como Arde Bogotá, que llena estadios de fútbol, lo desmienten. Por primera vez en muchos años, una banda de rock ha conseguido conquistar al público joven». ¿Cree que la ciudad, el sitio de donde se es, define al músico? ¿Hay un rock de Barcelona y otro de Madrid? No hablo de escenas, que por supuesto que sí, sino de sabor: «Sí –concede–. El rock de Madrid tiene una personalidad y un carácter muy claros. Lo que hacían y aún hace Burning y lo que hizo Rosendo, con Leño o en solitario, y lo que hacemos nosotros, salvando todas las distancias, me parece que está muy ligado a la ciudad, a Madrid. Hay algo ahí que no es solo el acento, también está el sabor, como tú dices, y, por supuesto, tiene una identidad propia».
La de Sidecars ha sido una carrera de combustión lenta, hecha con nervios embridados y buena letra, pero ya empiezan a recoger los frutos de tantos años de paciente cosecha. El pasado noviembre tocaron en el Wizink (Madrid) para celebrar su mayoría de edad como banda y vendieron todas las entradas, ¿fue un «por fin» o un «Dios, si me estás escuchando, muchas gracias»? «Ja, ja, ja. Pues las dos cosas –responde–. Principalmente, lo segundo. El ‘por fin’ sí, claro, porque en una carrera larga como la nuestra hemos peleado mucho. Tuvimos la suerte de subir los escalones de uno en uno y el Wizink fue como un premio. Como decir: ‘Hostia, chicos, después de tantos momentos duros y de dudas, lo habéis hecho muy bien y esta es vuestra recompensa. Disfrutadlo y dad las gracias’».
«Yo también creo que ahora mismo los artistas más punkis son los que hacen trap y rap»
El Congreso, un patio de colegio
Los miembros de Sidecars han criticado alguna vez el «postureo» en redes de muchos músicos. ¿Cree Juancho que sobra superficialidad y falta enjundia en los grupos de música españoles, ya sean de rock o de pop? «Yo tenía la esperanza de que en la música íbamos a estar libres de eso –dice–, porque mis artistas favoritos no tienen redes sociales y conservan el misterio que quiero de ellos. No me interesa saber qué desayuna Fito [Cabrales]. En ese sentido, me asustan mucho las redes sociales y por dónde va el mundo. Yo no soy quién para decir lo que hay que hacer, pero hay gente que casi es más “influencer” que músico y eso no me gusta. Nunca me verás en las redes alimentando a la gente con las cosas de mi vida personal, eso me lo guardo para mí».
Las redes muestran también a una sociedad muy polarizada y, más allá de los defensores fidelísimos de unas u otras siglas, en ellas se exhibe un frontal descontento hacia la clase política. ¿Es cometido del artista, va en su sueldo, afearle al poder sus excesos y abusos? «Creo que es importante que la gente que tiene un altavoz –razona– lo use con cuidado y con cabeza. Pero nadie debería sentirse obligado a aleccionar, esa es una decisión libre. Lo de sentar cátedra desde las redes sociales es algo que se hace más de lo que a mí me gustaría. Y respecto a los políticos, la mayoría de las veces el Congreso parece un patio de colegio. La política, más que de proponer cambios y mejoras, va de ensuciar, contaminar y hacer daño al otro para que tu imagen quede por encima de la suya. Pero lo que peor llevo de todo –prosigue– es la impunidad que tienen. Unos han metido la mano en el saco, sale a la luz, se entera todo el mundo y, al año siguiente, les vuelven a votar, no pasa nada. La gente lo perdona todo porque, desgraciadamente, la política está convirtiéndose en algo como el fútbol, con fanáticos que van con su equipo haga lo que haga. No tenemos conciencia de cambio. Nadie es capaz de decir: pues yo soy de este partido, pero si me la lían me voy, les castigo, les penalizo. Eso hay poca gente que lo haga y me da la sensación de que se hace más en la izquierda, que la derecha es más fiel a su partido. En la izquierda hay más partidos, siempre los ha habido, y se divide, porque la gente penaliza un poco más. Aunque ocurre en los dos bandos, vamos».
«La política ya parece algo como el fútbol, con fanáticos que van con su equipo haga lo que haga»
Han transcurrido tres años desde la salida de su último disco, «Trece», pero ya están ultimando en un estudio de Madrid el que será su séptimo trabajo de creación. ¿Qué es lo que se traen entre manos? «Desde que empezamos a trabajar con Nigel Walker [productor de muchos de los grupos y solistas de mayor éxito de España], tras los dos primeros discos que nos produjo mi hermano [Leiva], fuimos encontrando un lugar que nos fue definiendo. Y este es el primer disco que hacemos sin él, lo estamos produciendo Paco Salazar y yo, y queríamos darle un cambio de sonido y, un poquito, de concepto. Obviamente, siguen siendo mis canciones, somos la misma banda, no nos hemos ido lejos, pero siento que es la primera vez en años que estamos ofreciendo una cosa diferente y arriesgando un poco. Con otros discos lo he dicho con la boca pequeña –afirma–, pero creo que en este he reunido el mejor grupo de canciones que he tenido nunca. Saldrá a finales de septiembre y te resumo su contenido en tres palabras: esfuerzo, sacrificio y recompensa. Porque eso es lo que define a Sidecars ahora. Somos unos currantes y llegamos a la cima con ese Wizink», concluye.
MUCHO MÁS QUE MOTOS
Javier Menéndez Flores
Retumbaban en tu cabeza los Sex Pistols como el eructo de un ogro en una cueva y Bob te susurraba al oído algún chisme inédito acerca de sus botas de cuero español o sobre esas chicas que se dirigen al infierno con la determinación de los cantos rodados. Amanecía siempre desenchufado un guerrero eléctrico de nombre Marc Bolan y Tom Petty, rubio tan solo por fuera, regalaba cartuchos del .44 Magnum con la ayuda de cuatro rompecorazones. Y así se iban sucediendo las tardes, idénticas las unas a las otras, mientras amamantabas el sueño húmedo de convertirte en uno de esos tipos extraordinarios que se zafaron de las cadenas del «sí, señor» con una habilidad que ya le habría gustado para sí a Houdini.
En la Alameda de Osuna hay un parque que encierra un búnker, no demasiado lejos de los restos de un castillo medieval desde el que puedes ver pasar los aviones y sentirte testigo del abrazo de dos eras. Pero no hace tanto hubo también unos muchachos que cada vez que caía en sus manos una cinta casete grabada en casa, y en cuyas tripas convivían Elvis, Springsteen, Los Ronaldos y aquellos Los Rodríguez que tuvieron más hits que discos, apresaban durante unos minutos la certeza azulísima de la felicidad.
La infancia es una raqueta de tenis pegada a la mano y un Huesitos para tres bocas en el patio del colegio. Y aún sigue intacto en el hipocampo aquel día en el que Lei te enseñó que con unas sencillas quintas podías hacer tuya cualquier canción y sentiste cómo te crecía en el estómago esa mezcla de asombro y amor que es la que te sigue manteniendo bien erguido sobre la cuerda floja.
A veces, en el mirador del templo de Debod o en ese rincón del Retiro que solo te pertenece a ti porque nadie lo ha exprimido del modo en que tú lo has hecho, la vida es tan hermosa que pensar en la muerte es como arruinar la fiesta más divertida del mundo en lo que dura un parpadeo. Es por eso que hay que meterle a cada canción que escribes, antes de que sea demasiado tarde, toda la ansiedad que arrastras y la sed doliente de contarte. No tiene otra obligación el artista que la de burlar la llegada del día fatídico registrando retazos de una existencia que sufre las barreras del miedo pero se niega absolutamente a respetarlas.
Y en todos los conciertos, incluso en los fallidos, hay un instante de milagro, como ese segundo aliento que asiste al maratoniano al límite de sus fuerzas y te llena de soles. Es ahí, Juancho, cuando entiendes que todos los días malos y todas las heridas y todos los tropiezos y todos los noes valieron la pena.
Vayamos a la Cava Baja esquina con la Quinta Avenida, pidamos otra cerveza –¿la décima?, ya he perdido la cuenta– y enterremos el reloj en el bolsillo. O mejor se lo regalamos a la primera chica bonita que pase y nos sonría. Y cuéntame por qué «Cuestión de gravedad» enganchó a todo el mundo, si lleva impreso el duelo del adiós para siempre que habías visto venir y no supiste neutralizar. Y dime de paso por qué cada vez que te miras al espejo ves un «Mundo imperfecto».
Hay muchas cosas que desconoces y que te arañan e incomodan, pero lo que sí sabes con seguridad es que Merche y Pablo lo hicieron mejor que bien, que «Todavía una canción de amor» está por superar y que una moto con una habitación a su vera es mucho más que una moto
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