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En directo

Llegó el primero de 10 y arrancó la "Danimartinmanía"

El vocalista y compositor madrileño activa con sobresaliente alto la proeza de una decena de noches en el Movistar Arena, entrante de la 'Gira 25 P*t*s años'

Dani Martín tuvo tiempo para truenos, caricias y relámpagos Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Empezaré por el final: Dani Martín lo ha vuelto a hacer. ¿El qué? Pues lo de siempre: enamorar aún más a su legión de enamorados. Brindar una faena sin fisuras. Inyectar, con un vendaval de éxitos enormes, felicidad químicamente pura a 17.000 adictos a su catecismo. Aunque es muy posible que ni uno solo de ellos llegase a disfrutar tanto como él. Porque cuando grabó su primer disco en compañía de cuatro amigos imberbes, ¿cómo iba a imaginar que 25 p*t*s años después no solo seguiría cantando, sino que las entradas para verle actuar en su ciudad, Madrid, se agotarían día tras día hasta acercarse a las doscientas mil? Sucede que hay hombres cuyas frentes –altas, altísimas– se rebelan contra el paso del tiempo y se niegan a marchitarse, al igual que su voz y, sobre todo, sus ganas, que en el caso de Dani parecen avanzar en sentido contrario al de las agujas del envejecimiento. Y un fenómeno de esa envergadura no puede ser minimizado, no, ni siquiera por sus odiadores.

La fiesta se abrió con la pieza pop más utópica de todos los tiempos, «Imagine», en lo que solo puede interpretarse como una atronadora declaración de amor a la música y a la vida –¿se imaginan un mundo sin países, sin nada por lo que matar o morir, sin religiones ni codicia ni hambre?–, y enseguida irrumpieron esas zapatillas que hace dos décadas reivindicaban su lugar en el mundo, y lo lograron: hoy son el calzado estrella en cualquier garito de moda. Y concluyó, al cabo de dos horas, con un artista exprimido y un público lleno.

Un cóctel infalible

En el repertorio, un infalible cóctel de El Canto del Loco y de su etapa en solitario, hubo lugar para los truenos –«Volverá», «Canciones», «Vuelve», «A contracorriente», «Novedades viernes», «La suerte de mi vida», puro rock a cargo de unos músicos letales–, para las caricias –«Qué bonita la vida», «Cero», «Emocional», «Carpe Diem», «Peter Pan»– y para los relámpagos –«Besos», «Son sueños», «Puede ser»–, por más que en cada espectador esos valores se mezclaran e incluso unieran, del mismo modo que cada cual pudo percibir en esas canciones los latidos de su propio itinerario vital.

El cantante Dani Martín durante el primero de los diez conciertos que realizará en el Movistar Arena, en MadriAlberto R. RoldánFotógrafos

Se habla mucho de conciertos «remember», de fiestas de la nostalgia, y sería muy tentador, demasiado fácil, etiquetar así lo ocurrido anoche en el Movistar Arena. Y más aún si Dani grita que quiere que todo vuelva a empezar, que todo vuelva a brillar, que todo venga de cero como en esa ley innata de la que tanto se ha alimentado. Pero en el arte la nostalgia se llama inmortalidad, y eso es lo que el madrileño viene a celebrar en esta gira que, tras los diez conciertos de Madrid, recorrerá España entera: la incontestable vigencia de unas canciones que, pese a conformar una de las carreras más potentes que ha dado el pop/rock español, son menos suyas que de aquellos miles que se emocionan con ellas.

La última noche de nuestras vidas

La de ayer pudo ser perfectamente la última noche de nuestras vidas, incluida la de Dani Martín. Y quizá por ello entregó todo cuanto tiene y unos gramos más sin pararse a pensar que aún debe escalar, en ese mismo recinto, otros nueve ochomiles. Pero malditos sean los que no se atreven, los que nunca se mojan, los que anteponen siempre las obligaciones al placer y dejan para mañana la posibilidad de la dicha. Y vivan los que, como Dani, dicen sí y dan un paso al frente, en dirección al fuego. Y vivan también, ya que nos ponemos, los Beatles y los Clash y Green Day y Los Ronaldos y Hombres G y Los Rodríguez y Sabina y Serrat y Robe. Pronunciar esos nombres es deletrear la única universidad a la que Dani Martín ha asistido y en la que se ha doctorado con sobresaliente «cum laude».

Si cierro los ojos puedo verla a mi lado, en el asiento de copiloto, tocándose, muy loca, mientras avanzamos por una carretera que parece no tener fin. Créanme: dos horas de concierto pueden iluminar los momentos más sabrosos de toda una vida.