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Letras

Velintonia: canto y desencanto de Vicente Aleixandre

Un documental cuenta la historia de la casa de Vicente Aleixandre, escenario de nuestra lírica y también de su vida, piedra angular de la sociedad literaria

Una imagen de la película muestra el interior de Velintonia La Razón

Pocas veces un exilio interior fue tan interior como el de Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898 - Madrid, 1984). El inmenso poeta y Premio Nobel español pasó más de medio siglo, casi toda su vida, tras los muros de su vivienda, ubicada en la calle Velintonia, número 3 de Madrid, debido a su frágil condición física pero, con más razón, por una vida consagrada a la poesía y los poetas, la palabra escrita y la conversación. Aleixandre fue, desde el sillón y la cama, uno de nuestros mejores escritores y piedra angular de la sociedad literaria durante buena parte del siglo XX, sin moverse de esa casa, donde falleció y a cuya muerte le siguió un denso y oscuro olvido.

Hace algunos años que el estado de la vivienda se convirtió en materia noticiosa. El abandono de la residencia amenazaba derrumbe y nadie parecía querer hacerse cargo. La situación se resolvió felizmente cuando la Comunidad de Madrid adquirió la casa, en muy precario estado, hace solo unos meses. El abandono mortificaba al director de cine Javier Vila: «Cuando conocí la historia, me pareció increíble que un lugar que fue el templo de la poesía del siglo XX, que recibió a todas las generaciones, estuviera olvidado. Me llamaba la atención, sobre todo, ese desconocimiento, por ejemplo, que no se hubiera hecho ninguna película de todo lo que allí sucedió», dice el cineasta en conversación con este periódico. Vila decidió contar la historia en un documental, «Velintonia 3» que este viernes se estrena en cines. Un desconocimiento, tanto sobre la historia de nuestros grandes poetas como sobre la obra de Aleixandre, que aparece tras la película como enormes desconchones en los muros de nuestra envanecida sociedad.

Escribir en la cama

Porque por la vivienda del poeta pasaron todos los autores de la Generación del 27. Lorca tocaba el piano y compartía tertulia en el patio o en torno a la mesa camilla con Alberti, Dámaso Alonso, Cernuda y hasta Pablo Neruda. Antes de cumplir los 30, Vicente Aleixandre sufrió la extirpación de un riñón y el mandato médico exigía reposo y estricta dieta. Adquirió el hábito de escribir desde la cama, desde donde daría forma a toda su obra, y decidió permanecer en su casa, donde estableció varios turnos de visitas y tertulia con poetas, amigos y espontáneos. En aquellas veladas se hablaba de poesía y de todas las cosas. Miguel Hernández, amigo verdadero de Aleixandre junto con el autor del «Romancero gitano», le visitaba a menudo. Cuando el hambre y el comienzo de la guerra arreciaban, le llevó una vez un saco de naranjas que, en la película de Vila, contienen una vela de esperanza en el futuro.

Durante la guerra, el frente se fijó muy cerca. «Por allí murió Durruti», recuerda Vila. Los milicianos entraron en la vivienda y arrasaron con su biblioteca para calentarse. «Aleixandre fue arrestado porque encontraron un uniforme militar, puede que de su padre. Lo llevaron a una checa y Neruda fue quien consiguió que le liberasen», cuenta el director. Al terminar la contienda, el poeta fue censurado, no se le permitía publicar. Aleixandre, que firmaría todos los manifiestos contra la dictadura y la pena de muerte –tenía sus convicciones republicanas, pero no era «un militante exacerbado», dice Vila–, seguía en el ostracismo, así que se dedicaba a la conversación: la generación de posguerra, la de los 50, los novísimos... todos pasaron por allí y Aleixandre animaba a unos a leer a los otros. Era la viga maestra de la lírica española pero su puerta estaba abierta para los jóvenes. «Quizá, como no podía salir de la casa, se alimentaba de sus vivencias y sus historias como si fueran suyas», apunta Vila. Dámaso Alonso protegió a su amigo promoviendo su entrada, como un escudo, en la Real Academia.

Aleixandre fue maestro aglutinador de poetas. La lista de nombres es inabarcable, porque no se negaba a recibir a nadie: solo fijaba determinados horarios más prioritarios que otros. Pero incluso dio cobijo a quienes querían tener su propia tertulia, aunque luego se juntasen todos en un totum revolutum. En el piso superior de la vivienda dio cobijo desde 1946 a la Academia de Brujas, un grupo de poetas integrado por Carmen Conde y Amanda Junquera, que lideraban un grupo formado también por otras poetisas como Concha Zardoya, matilde Marquina, Carmela Iglesias, Consuelo Berges y Eulalia Galbarriato. Siempre repetían una chanza: «en casa de Vicente, que hay tanta gente, ¿qué pasará?».

«Velintonia fue un símbolo de la nueva poesía en el 27: autores que rompieron con lo de antes y rompieron fronteras. En la posguerra fue símbolo de libertad, de pequeño reducto que alumbraba también a los que estaban en el exilio. En los 50, fue el símbolo del aperturismo, de retomar lo truncado por la guerra, donde se reunían jóvenes y viejos. En el 77, cuando le dan el Nobel, es un reconocimiento a la generación de 27 y también de la salida de la dictadura. Cuando Aleixandre fallece, ese abandono durante 40 años es un símbolo también del desdén de las instituciones por la cultura. Ojalá sea ahora un símbolo de algo nuevo y ojalá sirva para que se vuelva a leer al poeta y a la poesía», dice Vila. Y es que, como dejó escrito Aleixandre: «Todo lo veremos a mi vuelta, en cuanto nos reunamos en la Quimérica Velintonia. Quimérica porque Velintonia va al mar, hace mucho tiempo que va al mar».