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“Para la filosofía, las crisis son una oportunidad”

Wolfram Eilenberg publica “Tiempo de magos”, un ensayo sobre cómo Heidegger, Wittgenstein, Benjamin y Cassirer cambiaron el pensamiento.
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Wolfram Eilenberg publica “Tiempo de magos”, un ensayo sobre cómo Heidegger, Wittgenstein, Benjamin y Cassirer cambiaron el pensamiento.
En aquella época de cabarets, ellos pusieron el rock & roll. Wittgenstein, Heidegger, Walter Benjamin, Ernst Cassirer, que unos se mencionan con nombre completo y otros solo por el apellido, echaron cimientos a una nueva filosofía en una época de crisis y demoliciones. No eran todavía los maestros consagrados y aureolados por la fama de sus ideas, sino los jóvenes impetuosos, no desprendidos de jactancia, que pretenden derribar los muros del pensamiento establecido. Wolfram Eilenberger, que glosa los pasajes de sus biografías y el salto mortal que dieron con sus proposiciones y teorías en «Tiempo de magos», los tilda de héroes. Más exactamente los llama «mis cuatro héroes». «No eran filósofos retirados en una torre de marfil, que es un prejuicio absurdo que corre sobre los pensadores, sino jóvenes inteligentes que se completaban con experiencias». Su ensayo es el acertado daguerrotipo de cuatro hombres que afrontaron los desafíos de su tiempo con un espíritu que roza los límites de lo aventurero, aunque de maneras completamente diferentes, que mientras uno se perdía en las aguas de la prostitución y las drogas, Walter Benjamin, otros preferían jugarse el resuello en las trincheras. «Todos conocieron la experiencia de la Primera Guerra Mundial. Wittgenstein estuvo combatiento en el frente. Heidegger fue observador; Cassirer la vivió desde una oficina de propaganda y Benjamin huyó a Suiza después de que le declararan incapacitado. Para ellos vivir en los límites, en un estado de alerta permanente, es una idea central del pensamiento. Reconocen que existen situaciones graves, pero las tienes que encarar porque es ahí donde puedes que encontrar algo sobre ti mismo que esté en acorde con la sustancia de tu identidad real. Encarar la muerte, tener experiencias intensas es filosóficamente importante porque muestran algo de ti mismo que no podría encontrarse de otra forma».
El único que se separa de esta línea es Cassirer, quien, según Wolfram, tendría mucho que decir sobre la manera de abordar los complejos desafíos de la actualidad. «Sus razonamientos pueden ser muy útiles para contestar a las cuestiones de identidad. Él consideraba que las personas somos animales simbólicos, no un homo económico. Su visión del mundo, abierta, y sus directrices podrían contribuir a salvar a Europa».
Destructivo y experimental
Pero todo autor tiene predilecciones y debilidades y, por encima de esos dos gigantes que son Heidegger y Wittgenstein, Eilenberger apuesta por Walter Benjamin, un hombre desprovisto de cualquier capacidad pragmática para asuntos presupuestarios, pero con una perspicacia intelectual que le ayudó a saltar sobre muchos muros y ver lo que nadie veía. «Es el más autodestrutivo, el más experimental. Supo encontrar belleza en la aceleración del mundo, en la fascinación de las nuevas metrópolis, en la ciencia que los condicionaba. Es imposible ser hoy periodista y no estar influido por él. Su vida creó una manera de pensar la cultura y el periodismo. Cambió la forma de ver y mirar. Escribe muy bien, no académicamente, con una densidad de pensamiento que convierte cada renglón de sus cuentos en una novela. Es el más avanzado en este aspecto y sus ideas son muy interesantes».
Eilenberger, que habla español y que muestra un claro sentido del humor, ha resaltado en este estudio una de las ideas que une a este póquer filósofico: «Para ellos no existe la desconexión entre sus vida y las ideas que desarrollan; las vivencias que conocen y las innovaciones en términos de pensamiento que aportan. Su biografía y su obra están conectadas. La cuestión de qué puedo conocer y cómo debo vivir están estrechamente unidas. No solo proclaman las ideas, las encarnan. Eso es muy importante para el hombre de hoy: la capacidad para asumir y vivir las ideas». Y lo propusieron en un periodo de múltiples degradaciones y crisis: política, social, cultural. Pero Wolfram tiene una respuesta para eso: «La crisis es una buena oportunidad para la filosofía. Es una cosa buena para el pensamiento. Ellos encaran cada una de las crisis de su época y reinventan qué significa hacer filosofía. Abren cuestiones nuevas para un espacio nuevo».