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Pere Gimferrer: «En el libro evoco a Madonna porque la he admirado siempre»

La voz poética de Pere Gimferrer vuelve a resonar la próxima semana con la publicación de «Las llamas», su nuevo libro de versos, publicado por Vandalia

Pere Gimferrer
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La voz poética de Pere Gimferrer vuelve a resonar la próxima semana con la publicación de «Las llamas», su nuevo libro de versos, publicado por Vandalia.

La de Pere Gimferrer es una de las voces líricas más potentes de nuestras letras. Así lo reconoció hace unos meses el jurado del Premio Internacional Federico García Lorca al reconocer «la universalidad de su poesía». Eso es algo que puede constatar quien se acerque a las páginas de «Las llamas», su nuevo libro de versos que publica la próxima semana Vandalia, el sello de la Fundación José Manuel Lara. No faltan los guiños y las referencias más curiosas, como es el caso del poema «Like a prayer» que, como dice Gimferrer, «es una referencia a Madonna, una artista que he admirado siempre».

–«Las llamas» es un poemario escrito entre finales de 2016 y principios de 2017. ¿Cuál es la génesis de este libro que ahora presenta?

–He explicado muchas veces cuál es la génesis de un poema. Es decir, viene un sonido que lleva a un ritmo. Como cuenta Mayakovski, viene un sonido que lleva un ritmo y este ritmo lleva una palabras. Estas palabras tienen en sí misma la capacidad de generar unas imágenes por una combinación rítmica. El sentir ya sé que está allí. Mi preo- cupación no es el sentido general que conozco de antemano sino la forma en la que las palabras se organizan. Mayakovski explica que iba un día andando por la calle con un ritmo, se formaban unas palabras y este ritmo y estas palabras le conducían a algo relativo al Partido Comunista de la Unión Soviética, aunque no le fue de gran provecho porque ya sabemos cómo terminó.

–Alguna vez ha dicho que cuando escribe un poema sabe de dónde partirá.

–Empieza por un nucleo rítmico que se organiza en una métrica distinta según las ocasiones, pero con unas determinadas imágenes. Pero todo esto es muy abstracto para decirlo en una entrevista de tipo mayoritario, se parece mucho a lo de Mayakovski. Él tiene un ensayo, hoy quizás un poco olvidado, que se llama «Cómo se hacen los versos».

–¿Y ese destino que toma el poema mientras lo escribe?

–Cuando empieza el poema sé más o menos por dónde tiene que discurrir, es decir, por qué campos de significado, de alusiones del tipo que sea, campos semánticos, cuál será su asunto que no es separable de las palabras... Conozco la intención general del poema o, mejor dicho, la de cada verso según van siendo concebidos.

–¿Y hacia dónde ha querido llegar con los poemas de «Las llamas»?

–Cada poema es un caso particular, pero la descripción general que yo podría hacer del libro es tan primaria y evidente que cualquier otro la podría hacer. Escribo unos poemas breves en versos, aunque no siempre lo son en líneas. Tienden a una forma de versículo que he empleado en muy pocas ocasiones, que yo recuerde de modo sistemático en un libro muy antiguo que es «La muerte en Beverly Hills», publicado en 1968. Este versículo tiene la ventaja que permite un desarrollo amplio de un asunto en sí mismo concentrado. Por otro lado, tiene como incoveniente que no puedo esperar que cada lector, ni mucho menos, tenga en la cabeza la métrica. Sé, porque me lo enseñó Tomás Navarro Tomás en su «Métrica española», que el español en verso libre, en el sentido que se suele dar, no existe. Como profano que trato de ser ante mis propios textos, son poemas muy concentrados, elípticos y, en gran medida, oscuros, aunque los temas generales no creo que ofrezcan duda: son el amor, el paso del tiempo y la inminencia más o menos lejana de la muerte. Eso es algo que está en los poemas, no hace falta que lo diga.

–La llama aparece en muchos de sus poemas de este libro. Por ejemplo, en el segundo, usted escribe: «No nos decoraremos con la ajorca de fuego al portar leñerías de llama;/ al vestirnos de llama, no seremos los ojos de la llama».

–Esto parte de un cuadro de Mantegna que no se llama, aunque sea conocido así, «Los portadores de jarras» y que está en el castillo de Windsor, aunque se ha expuesto muy pocas veces públicamente. Respecto a lo que me dice de las llamas, es una imagen que aparece en este cuadro famoso, aunque poco exhibido. Yo lo pude ver en una retrospectiva de Mantegna en París.

–En el poema titulado «Albada» hay toda una declaración de intenciones: «Somos marfil, que ha modelado la tormenta del tiempo;/ somos el tiempo pálido y tallado,/ las figuras votivas del deseo en la crepitación/ de la noche que teme los acechos del alba».

–Hay muchos poemas que tienen ese carácter declarativo. No son los únicos del libro. Aquí no hay versos ajenos. Es una declaración parecida a la que pueden encontrarse en otras parte del libro.

–El teatro tiene un peso muy destacado en «Las llamas».

–Hay que decir una cosa. En los últimos tiempos he leído mucho teatro griego y a Shakespeare. Durante bastante años formé parte de una curiosa comisión de vocabulario en la Academia que tenía por finalidad monográfica estudiar el léxico teatral. Allí estaba en tiempos Paco Nieva y ahora están Anson, Lledó –que es helenista– y José Antonio Pascual. Hasta hay alguna palabra que introduje yo y que no estaba en el diccionario.

–¿Recuerda qué palabra era?

–Sí, perfectamente. Una palabra no muy conocida: mimiambo. Quiere decir pieza mímica en verso yámbico y que tuvo su principal exponente en un autor teatral llamado Herodes, pero que no tiene nada que ver con el rey Herodes. Era una palabra poco conocida en la comisión y, en cuanto la dije, hubo un académico, José Antonio Pascual, que miró en el diccionario italiano y vio que estaba. «Si está en el italiano, debe estar en el nuestro», dijo Pascual con admiración. También introduje la acepción de arlequinada como pieza teatral de mimo con acompañamiento musical en la que intervienen personajes de la comedia del arte. En este caso cité una autoridad indiscutible: el momento de «Candilejas» de Chaplin en el que prepara los ensayos dice «es una arlequinada».

–En el poema «Himno» habla del carro de Tespis.

–Sí, y de Herodes. ¿Verdad que lo cito ahí?

–Sí, habla de «pajarería en yambos de Herodes».

–Sí, eso es: yambos. Lo que más he leído en teatro son los autores griegos, Shakespeare y Calderón.

–El amor tiene una gran fuerza en su nuevo libro. Recuerdo, a este respecto, el poema titulado «Remember me».

–Bueno, en todos ellos y la primera empieza en la cita de Shakespeare que abre el libro.

–En él dice que «es el amor nuestra única fábula: como la oscuridad, nos transfigura,/ siendo y no siendo los hermanos corsos,/ perfecta llamarada telepática,/ lejanía cercada del espacio»...

–Hay una alusión que no tiene por qué saber el lector y es la novela o la adaptación cinematográfica de «Los hermanos corsos» de Alexandre Dumas. Sí, hay una reivindicación del amor, pero eso es algo que salta a la vista.

–¿Por qué ha querido reivindicar el amor?

–Porque es una reivindicación que va por encima del tiempo. El paso del tiempo, por lo demás, es el tema de cualquier poema porque el poema es un arte del tiempo, no del espacio. Hay, a este respecto, una frase muy fría de Stravinski. Él dice que la música consiste en una determinada organización de un determinado tiempo. Es una manera muy antirromántica, pero en el fondo podría decirse que la poesía es la organización del tiempo.

–Lo que estamos viviendo ahora, sobre todo en Cataluña, ¿puede ser motivo para futuros poemas de Pere Gimferrer?

–No lo puedo adivinar ahora. La primera impresión que di hace algunos meses, cuando me preguntaron por todo esto, es que yo puedo comprender que haya gente a la que le pueda gustar repetir el gesto de Pau Claris en 1640. Lo que me parece raro es que se siga a Companys en 1934.

–¿Cuándo da por terminado un libro?

–Hay un momento en el que sé que está acabado. En «Las llamas» pensaba que lo estaba con el poema titulado «La palabra abandonada», el más largo en versos y número de líneas. Pero luego vinieron una coda y un telón que llegaron hacia mí para ser incluidos en el libro.