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¿Puede arder El Prado?

El devastador incendio que ha reducido a cenizas el Museo nacional de brasil trae a la actualidad el debate sobre la seguridad en los centros de arte. Nuestra primera pinacoteca está en el punto de mira.
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El devastador incendio que ha reducido a cenizas el Museo nacional de brasil trae a la actualidad el debate sobre la seguridad en los centros de arte. Nuestra primera pinacoteca está en el punto de mira.
Aparte de los fanatismos, con sus abundantes bifurcaciones políticas, ideológicas y religiosas; las guerras, con sus devastaciones intencionadas o accidentales, y, por supuesto, la destrucción derivada de la erosión del tiempo, el uso, los parásitos, los insectos o la degradación de los materiales, el arte y los libros han asumido, desde el origen de la humanidad, que los incendios son el enemigo natural para su supervivencia. Eróstrato, un pastor griego, prendió fuego al templo de Artemisa en Éfeso para que la historia recordara su nombre (algo que, por cierto, logró), pero en su irracional y desmedido impulso destruyó una obra de arte y una de las siete maravillas del mundo. Los incendios, provocados o no, han arrasado, desde las primeras civilizaciones que surgieron en Oriente Medio, cientos de obras de conocimiento, aunque la cultura popular recuerde, como principal ejemplo de esa cadena de desastres, las llamas que redujeron a ceniza la Biblioteca de Alejandría en el año 48 a. C., una trágica pérdida para el conjunto de los hombres, los de entonces y, también, para los de hoy.
Son innumerables los casos en que el mayor secreto de los dioses, el que Prometeo robó del Olimpo, ha logrado borrar de la faz de la Tierra parte de nuestra memoria cultural y científica, como sucedió con la Biblioteca de Constantinopla en el siglo VIII d. C., las incontables abadías y monasterios que vieron cómo el scriptorium y los volúmenes de sus estanterías acababan devorados por el fuego ante su desesperación o, más recientemente, el caso de la Biblioteca Nacional de Sarajevo, quemada en 1992, debido a un deliberado ataque del ejército serbio-bosnio que, por cierto, escandalizó al mundo entero, o la de Iraq, que perdió incalculables piezas como consecuencia de la invasión norteamericana y los saqueos, pillajes y desorden que desencadenó. Las imágenes más recientes que dan testimonio de este agente de destrucción son las que nos ha dejado el Museo Nacional de Brasil, en Río de Janeiro, que ha ardido hace escasos días ante la impotencia y frustración de los cientos de personas que se reunieron en sus inmediaciones. Una tragedia en la que se han perdido obras, arqueológicas y artísticas de valor inestimables, sino únicas, y que ha despertado el fantasma de los peores temores en muchas personas. La pregunta «¿qué sucedería si el fuego afectara a las salas del Museo del Prado?» ha sobrevolado la imaginación de algunos y ha preocupado a muchos. Y, aunque jamás puede pronunciarse la palabra «imposible», que siempre resuena con tanta jactancia y soberbia, lo cierto es que las medidas contra incendios que ha implantado y desarrollado la pinacoteca madrileña reducen casi a cero, o a ínfimas posibilidades, ese riesgo.
Es cierto que muchos cuadros de la colección de los Austrias (se calcula que alrededor de medio centenar) desaparecieron en la desastrosa madrugada de la Nochebuena de 1734, cuando nadie pudo detener el avance de las llamas por las estancias del Alcázar Real de Madrid, que se perdió en aquel infausto día. Pero los óleos que han llegado al Museo del Prado, en principio, están a salvo de algo semejante. De hecho, jamás, a lo largo de su historia, esta institución ha sufrido un incendio y las medidas que se han tomado a este respecto son las más modernas que existen. La responsable de esta parte de la seguridad del museo, Josefina Blanco, hace hincapié en una idea principal: la mejor forma de evitar un incendio es prevenirlo. Algo que es primordial hoy. Para empezar se ha dispuesto que su colección permanente, que está expuesta en los distintos pisos y salas del edificio de Villanueva, esté alejada y aislada de los posibles focos donde podría originarse una chispa o una llama, como son los laboratorios y los talleres de restauración, que están ubicado muy lejos de las salas y que, además, cuentan con armarios depositarios especiales para conservar los materiales más peligrosos, y la cafetería, también localizada en otro lugar, aparte de las galerías donde se conservan los cuadros. Además, este servicio, y el inmueble de Villanueva cuenta con unas puertas antiincendios (que se pueden accionar inmediatamente desde un control central o de manera individual) que lo separan y lo aislan de la parte de Jerónimos, por lo que quedaría aislado de cualquier accidente que pudiera ocurrir allí, aparte de otras, repartidas por las galerías y los pisos, que funcionarían como cortafuegos para impedir de raíz cualquier propagación.

Suelos de piedra, pared ignífuga

Los incendios tampoco cuentan un hábitat cómodo para extenderse en esta parte del museo debido a los materiales que existen en este ámbito. Los suelos son de piedra, las paredes igual, la pintura es ignífuga y no existe en estos espacios nada que pueda ser inflamable o que pueda arder, como telas o papel. Hasta los cuadros de electricidad están estancos, aislados totalmente de las pinturas y cuentan con medidas propias para, en cuanto pudiera darse un problema, sofocarr cualquier chispa o fuego. Aparte de estas medidas se cuenta, por supuesto, con los vigilantes de sala y las rondas de vigilancia periódicas, que velan para que no suceda nada y equipos de extintores. En este punto, además, se ha optado por emplear el más adecuado de todos (existen diferentes tipos) para cada uno de los ámbitos específicos del centro, casi todos son de polvo seco (el agua es otro de los grandes adversarios de una pintura), y, además, se cuentan con alarmas específicas para prevención de un incendio y un equipo de vigilancia adecuado. El Museo del Prado cuenta, además, desde hace años, con un plan especial de evacuación del personal y, también, de las obras de arte, para poner a la gente y a las piezas, a salvo. Pero, además de todo lo anterior, está provisto de unos detectores de humedad y temperatura, capaces de registrar incluso cuando varias personas se han reunido en una sala. Estos medidores son importantes porque sirven igualmente para velar por la correcta conservación de los cuadros como para estar al tanto, de manera inmediata e instantánea, de un posible foco de calor. Todo sea para que «Las Meninas» puedan continuar tranquilas en la sala XII.