¿Qué fue del buque fantasma «San Telmo»?
El trágico final del navío es uno de los episodios más misteriosos en la historia de la Armada española.
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El trágico final del navío es uno de los episodios más misteriosos en la historia de la Armada española.
Sucedió en 1819, durante una travesía desde Cádiz hasta el virreinato del Perú. Al doblar el Cabo de Hornos, el barco se vio arrastrado por los tormentosos vientos hacia el mar abierto. Nunca más se supo de él desde entonces, pero existen numerosos indicios de que sus tripulantes fueron los primeros seres humanos que pisaron la Antártida. Verlo para creerlo.
Al mando de la expedición figuraba el brigadier Rosendo Porlier, en posesión de una intachable hoja de servicios. Nacido en Lima, en el seno de una noble familia criolla, Porlier ingresó en la Marina tras foguearse en las interminables guerras napoleónicas, durante las cuales España luchó contra los británicos aliada con Francia.
Uno de sus primeros destinos fue Haití, donde participó en el sometimiento de una rebelión de esclavos, cuya mecha había sido encendida por miembros de una secta vudú. Luego sobrevino la dolorosa derrota en Trafalgar, a manos del almirante Horacio Nelson.
Tras la Guerra de la Independencia, las colonias americanas aprovecharon la debilidad de España para intentar independizarse. En México, Rosendo Porlier se distinguió en el combate contra los insurgentes y regresó a casa cubierto de laureles. Fue entonces cuando le ascendieron a brigadier, confiándole el mando de la División del Mar del Sur, compuesta por cuatro barcos, de los cuales el San Telmo era el buque insignia.
Se trataba de un barco armado con setenta y cuatro cañones, construido en los Reales Astilleros de Esteiro de Ferrol, y botado el mismo año que estalló la Revolución Francesa.
En mayo de 1819, la flota partió de Cádiz para sofocar el levantamiento secesionista en el Perú. Las naves no estaban en muy buen estado que digamos, hasta el punto de que una de ellas tuvo que volverse a mitad de travesía. La época dorada del imperio español tornaba a su fin. El San Telmo y las dos fragatas que aún navegaban debían pasar del océano Atlántico al Pacífico virando por el Cabo de Hornos, en los confines de Suramérica. Pero navegar por aquellas aguas del fin del mundo constituía un reto peligrosísimo. Los vientos soplaban rugientes, furiosos y aulladores, mientras que las olas alcanzaban la altura de montañas.
No en vano, marinos de todas las latitudes aseguraban que en el fondo de ese inmenso piélago yacía encadenado el mismísimo diablo haciendo crujir una y otra vez sus grilletes.
Allí mismo habían sucedido numerosas catástrofes, y esta vez tampoco fue una excepción. Los buques españoles se dispersaron a causa de las tempestades infernales, aunque las fragatas lograron llegar a su destino.
Sin embargo, el San Telmo fue arrastrado por las corrientes y los vientos más allá de los límites australes conocidos y nadie lo volvió a ver ya jamás.
A tenor de los rastros hallados en suelo antártico por las expediciones inglesas posteriores, todo parece indicar que el destino del buque capitaneado por Porlier resultó fatídico. Pocas semanas después de su desaparición, el cazador de focas William Smith arribó al extremo norte del continente blanco y se topó con los restos de un naufragio. Por su minuciosa descripción, parecía tratarse del San Telmo.
A su regreso, Smith informó del hallazgo a la cúpula de la Royal Navy, que decidió ocultarlo por interés estratégico. De ese modo, la historia oficial seguiría reconociendo a un británico como el primer hombre que pisó la Antártida y el Reino Unido podría reclamar el nuevo territorio.
Conviene no olvidar que en aquel momento tenía lugar una frenética carrera entre varias potencias internacionales por la conquista de un territorio cuya existencia se intuía ya desde hacía tiempo.
¿Pero qué sucedió, entre tanto, con el San Telmo? La hipótesis más aceptada sostiene que el buque debió naufragar en el litoral antártico, y que una parte de sus tripulantes se salvó de morir ahogada. En ese reino permanente de bruma y nieve, los marineros subsistieron tal vez durante una breve temporada alimentándose con la carne de los animales que lograban cazar.
Luego, ante el temor a morir de hambre y frío en aquel inhóspito lugar alejado del mundanal ruido, pudieron utilizar un bote para alcanzar la Tierra del Fuego. Pero es obvio que no consiguieron llegar hasta allí.