Crítica de clásica
Entre la rebelión y el silencio: Shostakóvich según De la Parra y Altstaedt
Apertura de la temporada de la ORCAM dedicada a Shostakovich, conmemorando el cincuentenario de su fallecimiento
Obras de Shostakovich. Violonchelo: Nicolas Altstaedt. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección: Alondra de la Parra. Auditorio Nacional. Madrid, 20 de octubre.
Apertura de la temporada de la ORCAM dedicada a Shostakovich, conmemorando el cincuentenario de su fallecimiento. Abrió la sesión la poco programada y, de hecho, estreno para la ORCAM, “Obertura festiva”, obra conmemorativa de la Revolución de Octubre, con unos siete minutos a “bombo y platillo”, triunfales, y lejanos al dolor que viviría el compositor un mes más tarde al morir su segunda esposa. En ella ya se pudo apreciar alguna de las características de Alondra de la Parra, entusiasmo con gesticulación a tono con la ampulosidad de la partitura.
Después el “Concierto nº 1 para violonchelo y orquesta”. Shostakovich, en manos de ambos, se mostró no como icono mártir del régimen soviético, sino como artista intensamente humano, a veces irónico, a veces desesperado, siempre libre por dentro. Escrito en 1959, es una de esas obras en las que Shostakóvich funde cerebro y corazón con gran maestría. Altstaedt abordó la obra sin excesos de dramatismo, confiando en la fuerza del discurso musical y haciendo que no nos cansásemos de sus reiterativas y obsesivas notas del primer tiempo. Su sonido -oscuro, flexible, de articulación precisa- recordó por momentos al Rostropóvich de los años cincuenta para quien se escribió la obra, pero con una modernidad más introspectiva, luciéndose en la cadenza-monólogo, que representa, quizá, la lucha interior de quien no sabe ya distinguir entre resistencia y resignación, manejando las tensiones con inteligencia y reflejando en su matiz de ternura su propio refugio personal.
La orquesta, cómplice, se mantuvo en equilibrio: maderas precisas, trompa segura (perfecto el solo inicial), y una cuerda que supo respirar junto al solista y que parecía otra de cuando toca en la Zarzuela. De la Parra condujo con elegancia, sin imponerse, pero marcando con claridad los contrastes rítmicos y dinámicos, acompañando al solista y, a veces, apagando su sno muy potente sonido.
Después del descanso, de la Parra se metió al público en el bolsillo, al modo del veterano Herbert Blomstedt, explicando con tanta claridad como amor las circunstancias de Shostakovich cuando compuso la “Quinta sinfonía” y el contenido de ésta. Ayudó sin duda a que todos nos aproximásemos más a su lectura. “La respuesta de un compositor soviético a las críticas justas” nos llegó con equilibrio entre fachada heroica y dolor interior.
En el primer movimiento las cuerdas graves acompañaron con solemnidad la intervención de los metales, precisa, nunca abrumadora. En el Allegretto, la danza grotesca tuvo el punto justo de sarcasmo, sin caer en la caricatura. El Largo fue el corazón de la interpretación: una meditación suspendida, con las violas en un canto fúnebre que De la Parra dejó crecer con paciencia. La directora mexicana, que en los últimos años ha ido ganando madurez y dominio técnico, logró el equilibrio entre emoción y control, respirando y con pianos casi inaudibles, llenos de. tensión. El Allegro non troppo final fue presentado como lo que realmente es: una victoria impuesta, pero vacía y en ella, como en toda la obra, se lucieron los metales.
Una exitosa jornada inaugural, aclamada por un público que casi llenó el auditorio.